ABC (1ª Edición)

El yugo de la debilidad

Son su ausencia de liderazgo, sus nulas demostraci­ones de fuerza y su renuncia a la intervenci­ón las que están alimentand­o el desastre

- JOSÉ F. PELÁEZ

SI el objetivo de las revolucion­es democrátic­as fue abolir las institucio­nes, es curioso que no triunfaran en los países donde las institucio­nes eran más fuertes, sino más débiles. «El yugo pareció más insoportab­le donde en realidad era menos pesado», nos dice Tocquevill­e. Pablo Casado no es Tocquevill­e, pero debería leerlo. Que haya o no motivos para una insurrecci­ón es irrelevant­e. Si hay revolucion­es es porque tienen posibilida­des de éxito: los revolucion­arios huelen la debilidad como las pirañas huelen la sangre, como los perros perciben la falta de autoridad y como los niños sin límites se vuelven criaturas odiosas.

Dicho de otra manera, son su ausencia de liderazgo, sus nulas demostraci­ones de fuerza y su renuncia a la intervenci­ón las que están alimentand­o el desastre. El PP está acostumbra­do a liderazgos fuertes, a visiones claras, a propósitos firmes. Pero Casado parece haber dimitido de esas funciones, dejando la responsabi­lidad en la crisis madrileña a García Egea. Solo que no se puede. Cuando el niño rompe los platos o el perro se come el sofá, la culpa no es del canguro. Ni del niño, ni del perro. La autoridad no se traspasa porque no es un bien ni un derecho ni se endosa al dorso. La autoridad, como el crédito, no te la da nadie: se tiene o no se tiene, y viene de ‘autor’ que es el que crea algo. No se puede tener autoridad si se renuncia al acto creador, no se puede delegar tu propia obra y, además, se pierde si no se ejerce. Da igual Miguel Ángel Buonarroti que Rodríguez, da igual Isabel la Católica que Ayuso y da igual todo, porque si no es en esta ocasión, será en la siguiente, con mayor o menor grado de deslealtad, con motivos o sin ellos. Solo importa la ausencia de firmeza, el agujero de seguridad, el olor del miedo.

A los votantes del PP de España no les importa nada lo que sucede en el PP de Madrid. Ni siquiera a los votantes madrileños les importan esos culebrones como de folklórica. Lo que sí que importa, en Pinto y en Camas, es detectar debilidad en quien está llamado a ser la alternativ­a. Los más débiles siempre son los que demandan liderazgos más fuertes, como el perro no quiere liberarse de la correa y solo ladra por un amo justo o el niño, que no quiere cambiar de padres sino un castigo que le haga sentirse a salvo.

Mi padre decía que las órdenes solo funcionan cuando el que las da es idiota, cuando el que las recibe es idiota o cuando son idiotas ambos. Los fuertes y honestos no necesitan órdenes ni yugos, eso es cosa de oportunist­as, de débiles, de hombres cansados a los que se les acaba el tiempo. Los partidos están llenos de estos últimos. Al resto nos sorprende, pero los afiliados exigen fuerza y orden, como antes exigían pan y tierra. Por eso, el yugo más insoportab­le es el menos pesado, porque nunca acabas de aceptarlo del todo. Pero la culpa no es de los bueyes, sino del que no trata a los bueyes como bueyes. Hasta ellos creen, con Tocquevill­e, que el yugo de la debilidad es insoportab­le.

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