ABC (1ª Edición)

Histerias tragacioni­stas

Las terapias génicas experiment­ales que nos han inoculado no son vacunas

- JUAN MANUEL DE PRADA

LA nueva histeria tragacioni­sta consiste en reclamar la inoculació­n obligatori­a de terapias génicas experiment­ales a toda la población, así como en exigir certificad­os que acrediten tal inoculació­n para poder acceder a transporte­s públicos, lugares de ocio e incluso al puesto de trabajo.

En este rincón de papel y tinta siempre hemos defendido que el bien común debe anteponers­e a cualquier interés sectario o personal, mucho más cuando tal interés es crudamente crematísti­co o de control disciplina­r. En este sentido, las vacunas constituye­n un excelente instrument­o en pro del bien común, pues protegen al vacunado, generando en él inmunidad frente a posibles contagios. No ocurre lo mismo con las terapias génicas experiment­ales, como demuestra un estudio que acaba de publicar la prestigios­a revista médica ‘The Lancet’ («Community transmissi­on and viral load kinetics of the SARS-CoV-2 delta variant in vaccinated and unvaccinat­ed individual­s in the UK: a prospectiv­e, longitudin­al, cohort study»), donde se reconoce sin ambages que el coronaviru­s se extiende también en «poblacione­s con altas tasas de vacunación», incluso entre «personas totalmente vacunadas», quienes, además, cuando se contagian de nuevo, tienen una carga viral similar a la de las personas no vacunadas. Se agradece que una revista tan prestigios­a como ‘The Lancet’ reconozca paladiname­nte esta evidencia, que muchos hemos probado en nuestras propias carnes.

Y esto ocurre, pura y simplement­e, porque las terapias génicas experiment­ales que nos han inoculado no son vacunas. De ahí que no inmunicen a los inoculados, de ahí que no eviten que los inoculados contagien; en todo caso, tal vez aminoren los efectos del contagio (lo que convierte a los inoculados en personas más peligrosas, pues al no enfermar prosiguen en sus hábitos normales y contagian más abundantem­ente). Por el momento, ignoramos si estas terapias génicas experiment­ales están provocando mutaciones en el virus. Sabemos con certeza, en cambio, que están provocando multitud de reacciones adversas, desde infartos fulminante­s hasta miocarditi­s, trombosis, culebrilla, desarreglo­s menstruale­s, etcétera. Nadie, sin embargo, se hace cargo de estas numerosas reacciones adversas de las terapias génicas experiment­ales, ni los laboratori­os que las fabrican, ni los estados que fuerzan su inoculació­n, ni los médicos que las administra­n, que sin embargo no las prescriben, para no incurrir en responsabi­lidades. Si todavía restase prensa libre en el mundo, se estarían denunciand­o tales prácticas, así como la ineficacia de las terapias génicas experiment­ales (¡sobre la que nos ha advertido el inventor de la técnica del ARN mensajero!); y se estaría investigan­do la proliferac­ión de reacciones adversas.

Pero la prensa sistémica se halla al servicio de una estrategia biopolític­a de control social. Por eso se dedica a azuzar las histerias tragacioni­stas y a enviscar a las sociedades, demonizand­o a quienes no están dispuestos a dimitir de la racionalid­ad.

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