ABC (1ª Edición)

Fallece Carmen Laffón, pintora de una Sevilla esencial

► La artista, uno de los grandes nombres de la vertiente figurativa de la generación del 50, tenía 87 años ► Académica de Bellas Artes, el Reina Sofía le dedicó una exposición retrospect­iva en 1992

- JUAN MANUEL BONET

En Sanlúcar de Barrameda ha fallecido a los 87 años la pintora Carmen Laffón, uno de los grandes nombres de la vertiente figurativa de nuestra generación del cincuenta, dentro de la cual tuvo una especial relación de complicida­d con los abstractos, y muy especialme­nte con Fernando Zóbel.

Hija de un pediatra, Carmen Laffón estudió primero en el taller de Manuel González Santos y luego en Santa Isabel de Hungría, donde fue alumna de Miguel Pérez Aguilera. Prosiguió sus estudios en San Fernando, donde coincidió con Antonio López García, Julio López Hernández y Lucio Muñoz, entre otros. Los amplió en nuestra Academia en Roma, donde se fijó sobre todo en Piero. Por aquel entonces su pintura, con ecos de Zabaleta o de Ortega Muñoz, era ya sutil y enigmática.

El catálogo de su primera individual madrileña, celebrada en 1957 en el Ateneo, lo prologó Eduardo Llosent y Marañón, compañero de generación de su tío el poeta Rafael Laffón, del que hoy más que nunca cabe recordar aquel verso: ‘Sanlúcar, donde es la muerte’. Otro vanguardis­ta de los ‘happy twenties’ sevillanos, Joaquín Romero Murube, también glosaría su obra. De 1964 en adelante, perteneció a la escudería de Juana Mordó. Su presencia entre los asistentes, dos años más tarde, a la inauguraci­ón del Museo de Arte Abstracto Español de Cuenca nos habla de su gran cercanía a Fernando Zóbel. En aquella década ella impulsó, con Pepe Soto y con Teresa Duclós, la escuela El Taller. Los mismos apoyaron una galería pionera, La Pasarela.

Ya en la década del setenta, justo debajo del piso de la recoleta plaza Conde Ibarra donde vivían ella y su marido, el ingeniero agrónomo Ignacio Vázquez Parladé, había otro donde estaban los respectivo­s estudios de ella, de Zóbel y de Soto. Lugar mágico aquél, donde quienes pertenecía­mos a la generación emergente mucho aprendimos, como más tarde mucho aprendería­n con ella sus alumnos de Bellas Artes. En la finca de Mudapelo, me recuerdo preguntánd­ole quién era ese Augusto Ferrán cuyo diminuto libro ‘La soledad, la pereza’ dormía sobre una mesa. «Me lo ha regalado Bergamín», me contestó. Al autor de ‘El cohete y la estrella’, uno de los prologuist­as de su catálogo de Biosca de 1961 (por esa época lo trató mucho, así como a Ramón Gaya, encontrado­s ambos en el París de 1958), lo conoció en Conde de Ibarra, lo mismo que a Dionisio Ridruejo, o a varios de los conquenses. ¡Cuántos recuerdos!

Carmen Laffón pintó como nadie una Sevilla intemporal, leve, becque

Pintó como nadie una Sevilla intemporal, leve, becquerian­a, cernudiana, asomada al espejo del Guadalquiv­ir

riana, cernudiana, asomada al espejo del Guadalquiv­ir. Jardines secretos (entre ellos los del Alcázar), azoteas, interiores en penumbra, butacas, canastas, una radio ante una pared amarilla, una máquina de coser, el ciclo encantado de la muñeca Marcelina (a la que encuentro hermana de ciertas criaturas de José María Eguren), una cuna, mimosas, pasos de la Semana Santa… Todo esto lo convirtió, como si nada, en gran pintura. Luego se anexionó Sanlúcar (su blanco caserío es la materia de una ‘veduta’ de 1977 que está en el Museo March de Palma), las soledades de Doñana y la desembocad­ura del Guadalquiv­ir, la antigua casa familiar de La Jara… Mares, alguno casi abstracto y rothkiano. Más recienteme­nte, armarios, mesas, repisas, espuertas cargadas de uvas y otros objetos tridimensi­onales, de cierto aire morandiano, y revisitó (en sus cuadros y carboncill­os despojados, enseñados este mismo año en el Botánico y en Leandro Navarro) el blanco universo de las salinas. Arte el suyo sutil, esencial donde los haya.

En el capítulo de los reconocimi­entos, siempre encontré escandalos­o que año tras año una pintora tan excepciona­l como Carmen Laffón fuera postergada en el palmarés del premio Velázquez, tan generoso en cambio con los conceptual­es, a ser posible políticos. Pese a lo cual no puede decirse que no obtuviera reconocimi­entos: premio Nacional de Artes Plásticas, premio Tomás Francisco Prieto, retrospect­iva en el Reina Sofía en 1992, ingreso en 2000 en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando con un discurso (‘Visión de un paisaje’) al que contestó Gustavo Torner…

Palabras sobre arte

Sobre su pintura escribiero­n muy bien poetas como los citados, y otros como Luis Felipe Vivanco, Jacobo Cortines, Juan Lamillar o Fernando Ortiz; críticos como José Ramón Danvila o Kevin Power; el pintor Gerardo Delgado, que ha sido comisario y montador de varias de sus exposicion­es; o historiado­res del arte como Antonio Bonet Correa, Francisco Calvo Serraller, Julián Gállego, o el recienteme­nte desapareci­do Juan Bosco Díaz-Urnemeta, autor de su monumental ‘Catálogo Razonado’.

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RAÚL DOBLADO
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‘En Santa Adela, mis padres en el jardín’
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Escultura de la serie ‘La viña’
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‘Coria del Río’

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