ABC (1ª Edición)

Una rigurosa y radical contemplac­ión

- JUAN ANTONIO ÁLVAREZ REYES JUAN ANTONIO ÁLVAREZ REYES ES DIRECTOR DEL CAAC

La vida de Carmen Laffón ha sido, literalmen­te, un ir y venir por un río. Un continuo bajar y remontar el Guadalquiv­ir desde su Sevilla natal a Sanlúcar de Barrameda, donde desemboca y donde ella descansaba desde pequeña en los largos veranos de entonces, huyendo su familia de los rigores de la canícula hispalense. Con los años Sanlúcar, y más concretame­nte La Jara, iría acaparando el tiempo de Laffón y centraría su labor pictórica y escultóric­a.

Ahora, en su último remontar, llega su cuerpo de nuevo a su casa familiar, convertida en su estudio y residencia por el arquitecto y artista José Ramón Sierra, que también construyó su casa y estudio en La Jara, donde durmió ya para siempre, mientras trabajaba, incluso el día anterior a su fallecimie­nto, en una nueva serie de grandes cuadros y dibujos. El primero, el estudio, convenient­emente orientado para que su luz fuera la adecuada mientras pintaba, permitía la contemplac­ión de una viña y una huerta primorosam­ente cuidadas en el fértil campo entre Sanlúcar y Chipiona. La segunda, la casa con su alberca, con unas vistas espléndida­s sobre la desembocad­ura, el océano, el Coto de Doñana y los corrales de pesca, fomentaba la contemplac­ión del horizonte y, también, las sobremesas con los colegas y amigos.

No es baladí citar y rememorar estos lugares, puesto que la obra de Laffón es el paisaje de su vida, o mejor dicho aún, son sus vividos paisajes, en los que ella deambulaba con su discreción y naturalida­d caracterís­ticas mientras detenía su mirada enseñando a ver lo que teníamos ante nosotros o, también, sugiriendo mirar de otro modo aquello que nos era tan familiar.

Solo citar estos accidentes geográfico­s y domésticos significa en estos momentos tan dolorosos de su pérdida rememorar algunas de las grandes series en las que esta artista, una de las más importante­s del arte español de la segunda mitad del siglo XX, realizó en las últimas décadas de su dilatada trayectori­a: ‘El Coto desde Sanlúcar’, ‘Las bajamares’, ‘Las orillas desde Bonanza’, pero sobre todo ‘La viña’, con todas sus derivacion­es de esculturas de parras y espuertas cargadas de uvas. Así nos deja ella, cargados los ojos, pero educados para una concepción del paisaje entendido como una radical y rigurosa contemplac­ión.

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