ABC (1ª Edición)

El Ejército afgano era seis veces menor y sus mandos se lucraban con nóminas falsas

► El exministro de Finanzas reconoce que los supuestos 300.000 soldados eran «una fuerza fantasma»

- IVANNIA SALAZAR CORRESPONS­AL EN LONDRES

La historia de la guerra de Afganistán no solo es de nunca acabar, sino que cada vez salen a la luz más detalles oscuros sobre lo sucedido en el país durante décadas. Una de estas informacio­nes es la que confirmó en una entrevista con la BBC el exministro de Finanzas afgano Khalid Payenda, según el cual la cifra de 300.000 soldados y policías que supuestame­nte tenía el Gobierno y que ayudaban en la lucha contra los talibanes, era falsa. Según su testimonio, la mayoría de los nombres que figuraban en los libros, incluso cinco de cada seis, era de personal fantasma, cuyos salarios iban directamen­te al bolsillo de los altos mandos militares.

El ministro dimitió el pasado verano cuando los talibanes se hicieron rápidament­e con el control del país, lo que provocó días de tensión en el aeropuerto, desde donde miles de personas intentaban salir antes de la toma de Kabul y de la salida definitiva de las tropas occidental­es, que llevaban ya veinte años en la zona. Payenda, que también escapó, aseguró en un programa de la cadena británica que los registros que mostraban que las fuerzas de seguridad oficiales superaban por mucho a los extremista­s eran falsos, y que los jefes de las provincias daban números incorrecto­s sobre los cuales se calculaban salarios inflados falsamente que finalmente se repartían entre unos pocos. Por si esto no fuera suficiente, los nombres y apellidos de los desertores y los fallecidos seguían constando en la base de datos ya que sus bajas nunca fueron contabiliz­adas porque así «algunos de los comandante­s se quedaban con sus tarjetas bancarias y retiraban sus sueldos», aseguró Payenda.

Los soldados que sí eran reales muchas veces no cobraban sus nóminas a tiempo, y según el ministro los altos mandos recibían al mismo tiempo sus pagas oficiales por parte del Gobierno y por debajo de la mesa otras por parte de los talibanes, que los compraban para que se rindieran sin oponer resistenci­a en algunas regiones. Pese a estas acusacione­s de corrupción, el exministro defendió a su propio departamen­to e incluso al expresiden­te Ashraf Ghani, de quien dijo que «no era corrupto financiera­mente».

El establecim­iento de unas fuerzas militares y policiales locales adecuadame­nte formadas y equipadas era uno de los objetivos de las potencias occidental­es, ya que constituía­n un elemento fundamenta­l para poder garantizar la defensa de un gobierno legítimo y al mismo conectar con la población de un modo que para los soldados extranjero­s era imposible, no solo por las barreras del idioma, sino también, y más importante aún, por las diferencia­s sociales y culturales. Pero la meta no solo no se cumplió sino que ahora, con las declaracio­nes del exministro, se confirma que en muchos momentos todo aquello fue una farsa. Se estima que Estados Unidos gastó más de 83.000 millones de dólares (alrededor de 72.000 millones de euros) en entrenar y equipar a las llamadas Fuerzas Nacionales de Defensa y Seguridad de Afganistán durante las dos décadas de ocupación.

Tirar los dólares

Ya hace cinco años que un informe del Inspector General Especial para la Reconstruc­ción de Afganistán (Sigar, por sus siglas en inglés) afirmó que «ni los Estados Unidos ni sus aliados afganos saben cuántos soldados y policías afganos existen realmente, cuántos están de hecho disponible­s para el servicio o, por extensión, la verdadera naturaleza de sus capacidade­s operativas». Y este año, en otro informe publicado tras la salida del país asiático, el Sigar sostuvo que «en lugar de reformar y mejorar, las institucio­nes y los agentes de poder afganos encontraro­n formas de cooptar los fondos para sus propios fines, lo que no hizo más que empeorar los problemas que estos programas debían abordar». Además, detalló que el Ejército afgano reemplazab­a una cuarta parte de su fuerza anualmente, una rotación muy elevada que impedía la correcta formación de sus efectivos. Estas fuerzas mal entrenadas al final lo que hicieron fue «contribuir a la insegurida­d» en lugar de combatirla, y fracasaron en su misión de proteger al país de los talibanes, que vuelven a dirigir el país.

El mismo informe detalla que «no es de extrañar que Afganistán siga figurando entre los países más corruptos del mundo», y puntualiza que los funcionari­os estadounid­enses encargados de la reconstruc­ción en muchos momentos no entendían el funcionami­ento del país y acababan dándole poder o recursos «a las personas equivocada­s» lo que finalmente terminaba «impulsando la corrupción». El Sigar fue duro al detallar que los funcionari­os norteameri­canos «a menudo daban poder a los agentes que se aprovechab­an de la población o desviaban la ayuda de Estados Unidos de sus destinatar­ios para enriquecer­se y empoderars­e a sí mismos y a sus aliados», y que «la falta de conocimien­to a nivel local significó que los proyectos destinados a mitigar el conflicto a menudo lo exacerbaro­n».

Según declaró a la BBC el ministro huido Khalid Payenda, se sumaban también a las listas los desertores y fallecidos

Los altos mandos cobraban del Gobierno «y algunos también de los talibanes, que los compraban para que se rindieran»

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// EFE Soldados del anterior Ejército afgano, en un control militar en la ciudad de Herat el pasado mes de julio
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