ABC (1ª Edición)

Urnas y despachos

Ayuso es un problema para todos menos para la gente

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LA ALBERCA

AYUSO es un problema para todos menos para la gente. La izquierda está rebelada tras la humillació­n electoral en Madrid, desde la facción pataperro a la monclovita, y acusa a la presidenta hasta de provocar el calentamie­nto global. Para el mogollón progre, ella es la reencarnac­ión en un cuerpo de mujer de Islero, el toro que mató a Manolete. Pero tampoco en el aparataje de la derecha tiene quien le escriba. Vox siente que el discurso isabelino se mete en su terreno. Y su propio partido no sabe cómo gestionar un liderazgo tan fuerte y a contraesti­lo del espíritu frío y aplomado de Pablo Casado. Ayuso solivianta al personal de moqueta porque su descaro natural para hablar de las cosas del bar de abajo levanta el clamor de la calle. Es ‘lady bulla’, la reina del anacoluto, algo posturera, plañidera fácil, gestora de emociones antes que de administra­ciones. No es que esté cerca de la gente, es que ella es la gente. Su rasgo más sobresalie­nte es que no sobresale en nada. Por eso para sus compañeros y adversario­s es tan incómoda. Porque fulmina la corrección política.

Los encargados de la limpieza del plató de ‘El Hormiguero’ no han terminado aún de limpiar la baba que Pablo Motos dejó en el suelo, pero tampoco es bueno confundir el entretenim­iento con el periodismo. Ayuso sabía a lo que iba. Después del abrazo con Almeida, paroxismo de la ojana con aires de telenovela turca, el mejor escenario para colocar mensajes es el de la familia cenando en la mesa camilla. Y Ayuso soltó tres recados que ahora toda España maneja: que su partido no puede con ella, que le importa un bledo la basura que le echen encima sus contrincan­tes, los de dentro y los de fuera, y que estaría encantada de aspirar a puestos superiores. Esto se sabe porque dijo cinco veces que lo único que desea en esta vida es ser presidenta de la Comunidad de Madrid. «Si dices la verdad, no la repitas. Sólo el que miente insiste», escribió el poeta Aquilino Duque. Lo único en lo que no insistió es lo que vale: «La libertad me la dan las urnas, no los despachos».

Le mando un abrazo fuerte a Pablo Casado.

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