ABC (1ª Edición)

Fiesta de España después de la agonía

∑La selección, con un gol de Morata en el 86, resuelve un duelo muy incómodo y poco brillante ante Suecia ∑El equipo de Luis Enrique estará en su duodécimo mundial consecutiv­o después de pasarlas canutas en el grupo

- ENRIQUE YUNTA

Después de la agonía, fiesta en Sevilla, clasificad­a España para el Mundial sin la necesidad de repescas ni gaitas. No fue brillante, ni siquiera bonito, y hasta el minuto 86 se palpaba el miedo, un murmullo angustioso atenazaba a una Cartuja que explotó con el gol de Morata, tenía que ser él. En un camino tortuoso, la selección, nerviosa y agarrotada, está donde tocaba, duodécimo billete consecutiv­o para el torneo de los torneos tras una victoria pírrica ante Suecia, que tuvo sus ocasiones y aguantó hasta la extenuació­n. Queda un año para Catar, imprevisib­le saber cómo se llegará entonces, pero al menos se estará, que era lo mínimo exigible a este grupo aún en formación.

Nunca un partido fue tan previsible, imposible imaginar otra pelea en La Cartuja porque Suecia, y que se entienda como una virtud, no miente jamás. Sabe jugar muy bien a lo que quiere y tiene un estilo que desespera a España, por momentos irritante, tan bien trabajado atrás que cuesta muchísimo encontrar un hueco. Además, cuando coge el balón monta unas contras rapidísima­s en tres toques, mucho más temible, quién lo diría, sin Ibrahimovi­c en el once. En la enésima repetición de este clásico de los últimos tiempos, la selección volvió a pasarlas canutas y sufrió lo suyo, se veía venir.

Como de costumbre, Luis Enrique movió el árbol, seis novedades para desactivar la trampa escandinav­a con Raúl de Tomás repitiendo como delantero titular. Fue una buena puesta en escena, con cierta rapidez en la circulació­n y apretando, pero con el tiempo se convirtió la cita en el clásico rondo infinito, tenía sentido viendo la predisposi­ción de Suecia. Sin embargo, daba la sensación de que se jugaba más a lo que querían los nórdicos, comodísimo­s en ese arte poco reconocido de defender. Y, además, un apunte que tiene su valor: las dos ocasiones más claras del primer tiempo las tuvieron ellos, siempre con Forsberg como protagonis­ta. La primera, en una embestida en plan búfalo, terminó con un remate desde la frontal que se fue por un palmo. La segunda, una volea a centro de Augustinss­on, que fue más cerca si cabe. Sudores fríos en La Cartuja.

Se esperaba, de todos momentos, momentos angustioso­s y algún que otro susto, pero quizá a España se le pude reprochar la poca capacidad que tuvo para generar peligro. Hubo un tiro de Sarabia desde el vértice del área y nada más, incapaz de materializ­ar esa interminab­le posesión. Fue algo tímida y solo Gavi, descomunal

Fue el partido esperado, con el equipo sufriendo con el planteamie­nto de los escandinav­os. Gavi puso en pie a su gente de Sevilla

en todos los sentidos, se enchufaba en el tedio, contagiosa la falta de ritmo porque hasta la sevillanía tuvo momentos de incómodo silencio.

La segunda mitad empezó con una pifia terrible de Azpilicuet­a, un pase de los que jamás se puede hacer que dejó la pelota en los pies de Isak, poco acierto en su remate. En tres minutos, tres llegadas suecas, empezaba a mosquearse el personal y se esparcía la angustia porque los minutos pasaban y el empate, paradójica­mente y sin que les valiese, gustaba más a los amarillos, convencido­s de que alguna más tendrían. Una hora de partido y ni una intervenci­ón del portero Olsen, para reflexiona­r.

España empezó a ponerse nerviosa, el equipo y la grada, y hasta se perdió el control a medida que los suecos se soltaban un poco. Según cómo, no era del todo malo que se rompiera la monotonía, más entretenid­o el combate con verticalid­ad y espacios. Morata y Rodrigo entraron para buscar un gol que ni se intuía y el técnico sueco sentaba incomprens­iblemente a Forsberg y Kulusevski, que estaban siendo de los mejores. El 0-0 era como para echarse a temblar y encima entró Ibrahimovi­c. Son 40 años y, por pura lógica, está más lento, pero su gigantesca figura sigue siendo intimidato­ria.

Final inquietant­e

No pasaba mucho, no al menos mucho interesant­e, y Mikel Merino, que es buenísimo, suplía a un Carlos Soler menos inspirado. Sentado en su neverita, esa imagen tan asociada a este campo que se puso de moda en la Eurocopa, Luis Enrique sufría como nunca y Unai Simón transmitía pavor con esas entregas tan a cámara lenta cuando le encimaba un enemigo. Ochenta minutos, tan cerca y tan lejos el Mundial.

España no sabía muy bien si pro

tegerse o si dar un paso al frente, agitada con una ocasión, por así decirlo, de Morata, al menos un tiro en el que trabajó el portero. Ese fue el preludio de la explosión de La Cartuja, que por fin respiró en el minuto 86. Fue en una jugada que empezó Unai desde atrás moviendo la pelota, que encontró a Gavi para consagrars­e como el jugadorazo que ya es, que llegó a Dani Olmo para que le pegase con el alma desde la frontal y que terminó en los pies de Morata, reconcilia­do con Sevilla y autor de un gol que se recordará siempre, el 23 que hace de rojo. La celebració­n, con todo el banquillo saltando, resume perfectame­nte lo agónico que ha sido este viaje. Desde el resultadis­mo, la hinchada ya se puso con el «¡Yo soy español!» y con el «¡Que viva España!» mientras Luis Enrique lideraba una vuelta de honor reparadora. Entre bandazos, con partidos notables y otros sopores, la selección protege su estatus en el mundo.

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