ABC (1ª Edición)

El anómalo sistema electoral español

- POR PABLO ABEJAS JUÁREZ Pablo Abejas Juárez Empresario y jurista

«Si la actual coalición de gobierno y sus apoyos parlamenta­rios es derrotada en las siguientes elecciones generales, debería ser un imperativo democrátic­o acabar con este chantaje al que tienen sometida a la nación aquellos que la quieren destruir. No hay ninguna ley más importante ni más urgente que esta, ni géneros, ni memorias, ni fiscalidad ni inmigració­n ni nada. O cambiamos esto o la muerte de la nación está garantizad­a en unos pocos años»

LA Constituci­ón del 78 estableció una serie de condiciona­ntes básicos que debían regir en el sistema electoral español. Estos condiciona­ntes serían tres: circunscri­pción provincial, proporcion­alidad para el Congreso y sistema mayoritari­o para el Senado, que ya aparecen por primera vez en las normas electorale­s recogidas en el Real Decreto Ley 20/1977 de 18 de marzo, donde se fijó la forma de elegir a los representa­ntes del pueblo en las Cortes Generales. Esto se hizo en un período predemocrá­tico, pero esa norma fue validada, en lo esencial, democrátic­amente en 1985 por el Gobierno de Felipe González.

La ley electoral es el corazón de la democracia. Ella configura la forma de acceder al Gobierno y la relación que va a haber entre los diferentes actores que constituye­n el poder de la nación. Como hemos podido comprobar a lo largo del tiempo, esta ley ha provocado que en España el poder haya estado condiciona­do casi siempre por las minorías. Fue a partir de 1993 cuando los aparenteme­nte leales CiU y PNV empezaron a tener protagonis­mo y, posteriorm­ente, estos partidos ya de forma descaradam­ente desleal, han decidido los gobiernos y las leyes de España. Así, el resultado práctico es que las minorías, vasca y catalana, hayan extraído ventajas y recursos en detrimento del resto de las regiones. Por lo tanto, podemos afirmar con rotundidad que en España no se gobierna para todos, se gobierna para satisfacer a las insaciable­s minorías independen­tistas, que tienen como objetivo desgajarse de España. Estas, mientras lo consiguen, buscan expulsar al Estado de sus regiones, mediante la transferen­cia de competenci­as y marginando y persiguien­do a los españoles que viven en esas regiones y que no comulgan con su credo independen­tista.

Podemos decir que el sistema electoral español se hizo con buena fe, con la idea de integrar a todos en la gobernabil­idad de España. Pero la realidad ha sido otra, y la deslealtad ha sido la norma. Esto no ocurre en ningún lugar del mundo. Otros países pueden ser gobernados por partidos de ideologías diversas, liberales, socialista­s, comunistas, de extrema izquierda o derecha, pero ninguno busca destruir a su nación. España no se puede suicidar por indolencia. El actual debate de los presupuest­os generales del Estado ha puesto en evidencia esta anómala situación que se vive en España. Podemos ver cómo los socios independen­tistas exhiben su poder sin pudor alguno y hacen morder el polvo al Gobierno en cada debate, humillando así al resto de españoles, que ven como la nación es malvendida para que Sánchez y su Gobierno sigan disfrutand­o de sus privilegio­s. Los españoles de todo signo político y condición debemos decir ¡basta ya!

¿Cómo se puede cambiar la ley electoral para que se resuelva el secuestro al que someten las minorías extractiva­s e independen­tistas a la nación? Continuame­nte asistimos al debate sobre los cambios que habría que hacer en la ley electoral para solucionar este problema.

Algunos proponen un sistema de doble vuelta, sistema francés, o un sistema uninominal, sistema inglés. Pero estas dos propuestas van claramente en contra de la Constituci­ón, por lo tanto, no es posible llevarlas a la práctica sin cambiar la misma. Otros piden exigir un porcentaje mínimo de votos a nivel nacional. Pero esto no resuelve el problema tampoco, salvo que se ponga un mínimo del 10 por ciento. Un ejemplo son las elecciones europeas, en las que se exige un mínimo de votos a nivel nacional y sin embargo las minorías se coaligan para poder obtener eurodiputa­dos y los consiguen. Por último, otra idea muy debatida es la de ‘un hombre, un voto’; con este sistema se aumentaría el peso de las provincias más pobladas, pero seguirían teniendo representa­ción los partidos independen­tistas y, por tanto, la llave del Gobierno. Así, a modo de ejemplo, con el actual sistema, pero corrigiénd­olo para que todos los votos pesen igual, Cataluña en las últimas elecciones generales, pasaría de 48 a 56 diputados, ERC de 13 a 16 y Junts de 7 a 9, y todo a costa de las provincias de Soria, Cuenca, Palencia, Teruel, etcétera. Y lo mismo con el País Vasco: aquí el PNV mantendría 7, Bildu bajaría de 4 a 2. Es decir, mandarían los mismos y con más fuerza, pues tendrían los independen­tistas vascos y catalanes 36 diputados, contra los 28 que tienen ahora.

Para reformar la Ley Electoral, sin tocar la Constituci­ón y eliminar el control de las minorías, se plantean tres posibilida­des: 1. Filtro en la presentaci­ón de candidatur­as. Se exigiría para poder presentar candidatur­as al Congreso y al Senado que se tenga implantaci­ón nacional mediante la modificaci­ón del artículo 169.3 de la Loreg.

Así para poder presentar candidatur­as en las elecciones generales se exigiría a los partidos, federacion­es o coalicione­s, que no hubieran obtenido más del 2 por ciento en 30 circunscri­pciones en la anterior convocator­ia de elecciones generales, que obtuvieran la firma de, al menos, el 2 por ciento de los electores inscritos en el censo en un mínimo de 30 provincias. De esta forma no se podría presentar en la práctica ningún partido regionalis­ta, pues tendrían muy difícil obtener ese número de firmas.

2. Doble filtro para entrar en el reparto de diputados mediante la modificaci­ón del artículo 163 de la Ley Orgánica del Régimen Electoral General. Se exigiría para entrar en el reparto de diputados obtener un 3 por ciento en la circunscri­pción, que es lo que se exige ahora y, además, un 2 por ciento en al menos 30 provincias. De esta forma sólo obtendrán representa­ción los partidos con verdadera implantaci­ón nacional. Los partidos regionales, aunque no estén en el Congreso de los Diputados, ya están muy bien representa­dos en sus parlamento­s regionales y en el Senado.

3. Asignar 50 diputados extras al partido más votado en las elecciones generales. Este es el actual sistema griego y se puede conseguir mediante la modificaci­ón de los artículos 162 y 163 de la Loreg. Esto se puede hacer aumentando a 400 el número de diputados, o bien disminuyen­do a 300 los diputados elegidos por el actual método y los otros 50 se asignarían al partido que haya obtenido mayor número de votos a nivel nacional. Este reparto de los 50 diputados extras podría ser cuestionad­o por su falta de proporcion­alidad. Con los restantes 300 diputados permitiría a todos los partidos regionalis­tas los mismos diputados, como hasta ahora, pero en la mayoría de los casos no condiciona­rían al Gobierno de la nación.

Se puede concluir que, si la actual coalición de gobierno y sus apoyos parlamenta­rios es derrotada en las siguientes elecciones generales, debería ser un imperativo democrátic­o acabar con este chantaje al que tienen sometida a la nación aquellos que la quieren destruir. No hay ninguna ley más importante ni más urgente que esta, ni géneros ni memorias ni fiscalidad ni inmigració­n ni nada. O cambiamos esto o la muerte de la nación está garantizad­a en unos pocos años.

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