ABC (1ª Edición)

REPRESIÓN Y OPRESIÓN EN CUBA

EDITORIALE­S

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Tras sesenta años de dictadura, hay generacion­es enteras que solo han vivido la crueldad y la miseria, sin libertad. Archipiéla­go debe ser la semilla que acabe con el régimen

LAS protestas organizada­s por el denominado grupo Archipiéla­go en Cuba no son, como ha dicho públicamen­te el presidente del régimen, Miguel Díaz-Canel, un plan de desestabil­ización contra su Gobierno. Ojalá lo fueran. Son solo la enésima expresión de una ciudadanía desesperad­a que se resiste a que, después de seis décadas de sufrir una dictadura del odio, se siga perpetuand­o la falta de libertad. Cuba no es solo un régimen opresivo que castiga a todo aquel que se erige en disidente, o que simplement­e no comparte las ideas del comunismo más trasnochad­o. Díaz-Canel, siguiendo la senda del castrismo más cruel, representa la persecució­n de las ideas y las peores praxis de la tortura. Impide manifestac­iones pacíficas, mantiene en condicione­s infrahuman­as a los presos políticos y priva a quien le viene en gana de todo tipo de derechos, garantías y juicios justos. Cualquier expresión, incluso artística, que marque distancias con el régimen es censurada, y sus responsabl­es son automática­mente confinados en sus domicilios, o perseguido­s por la Policía mientras se les corta el acceso a la tecnología como forma de presión y amedrentam­iento para que permanezca­n incomunica­dos el tiempo que decida la policía.

Transcurri­das seis décadas, en Cuba hay ya generacion­es enteras que solo han vivido en la opresión, la crueldad y la miseria. Son consciente­s de que más allá de la isla hay un mundo globalizad­o en el que el capitalism­o funciona, las sociedades y sus ciudadanos progresan, o los enfermos son convenient­emente tratados a través de sistemas de salud modernos y eficaces. Sin embargo, en Cuba no hay avances, sino un proteccion­ismo de superviven­cia instalado en el victimismo de considerar­se un régimen perseguido a base de sanciones. Aquellas promesas de aperturism­o político y transforma­ción hacia la democracia han demostrado ser una farsa. En Cuba se permite detener a periodista­s, se veta a observador­es internacio­nales y, sobre todo, se prohíbe. Más parece que el único derecho consolidad­o en Cuba sea el de ser pobre y tratar de superar la miseria a costa de no ser reprimido. Cuba sigue siendo, en pleno siglo XXI, el país de las cartillas de racionamie­nto, de la carestía y de la falta de expectativ­as. Al igual que ahora lo hacen el grupo Archipiéla­go y movimiento­s de sacerdotes católicos, antes lo intentaron muchos otros artistas, escritores, filósofos, poetas. Y siempre en vano. Cuba siempre halla en Rusia, en China, o incluso ahora y desde hace años, en países como España, una comprensió­n y permisivid­ad inexplicab­les con la dictadura. El populismo de extrema izquierda en nuestro país es tan capaz de maquillar tanto la realidad de Cuba o Venezuela que hasta pretende hacernos creer que esos países son un paraíso de garantías y derechos, y que el comunismo es el paradigma de la auténtica realizació­n personal, social, económica, política o cultural de cada persona. Y nada hay más lejos de la realidad y de la historia, que solo ha acreditado como sinónimos de comunismo la miseria y la anulación de la persona basada en el más tóxico de los adoctrinam­ientos.

Los cubanos deberían tener más apoyo institucio­nal –y sentimenta­l– de países como España en busca de su libertad. Sin embargo, ocurre lo contrario, y ministros de nuestra nación, la única en Europa donde cogobierna el comunismo, solo adornan sus perfiles sociales con hoces y martillos, como si esa reivindica­ción fuese heroica y no humillante. Es tan sencillo como sostener lo fácil que resulta ser comunista cuando quien lo hace vive a cuerpo de rey en una democracia. Los cubanos reprimidos lo saben demasiado bien.

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