ABC (1ª Edición)

La sardina

Rumasa fue el primer clavo en el ataúd del 78; el último lo remacha Casado al vender su parcela heredada en el TC, ese poder constituid­o que se atribuye poder constituye­nte

- IGNACIO RUIZ-QUINTANO

LA nación española nace el 2 de mayo de 1808, no porque lo decidiera un cura, como en Francia, sino porque el pueblo (manso, de arreones) se echó a la calle. Pasado el arreón, desapareci­ó (¡nuestra famosa atonía popular!), facilitand­o la corrupción inaudita de la clase dirigente. Hasta hoy.

En octubre del 76, en su visita a Carlos Andrés Pérez en Venezuela, el Rey pudo consultar la situación española con Manuel García Pelayo, que dirigía en Caracas el Instituto de Estudios Políticos y que aconsejó que no se hiciera Constituci­ón, pues la época de las constituci­ones había pasado. Bien mirado, Inglaterra no tiene Constituci­ón escrita y ahí está, tan terne. Alemania, en cambio, presentó a los militares gringos una ley fundamenta­l redactada por el nazi Maunz que ahora se nos vende como si fuera la Constituci­ón de Hamilton, Madison y Jay, y andan los alemanes (¡los alemanes!) impartiend­o doctrina democrátic­a… a Polonia.

Pero la vida llevaría a García Pelayo a presidir el TC de la Constituci­ón del 78, y a traicionar­la por Rumasa, y a volver a Venezuela para morir, según la leyenda, de melancolía.

Aquella gatada del TC fue el primer clavo en el ataúd del 78; el último lo acaba de remachar Casado al vender su parcela heredada en ese poder constituid­o que se atribuye poder constituye­nte, lo que lo convierte en un poder constituci­onario. Es el entierro goyesco de la sardina’78. Con su decisión, Casado aplaza la ley de pandemias que nos vendía, versión posmoderna de la ley habilitant­e de Hitler en Weimar.

—El TC no es poder judicial –justifica Casado, y no lo hace por el ‘presque nulle’ de Montesquie­u.

‘Poder judicial’ sólo es un epígrafe en la Constituci­ón’78 (el término no aparece más), porque, idealmente, no es un poder, sino una autoridad que Casado deslegitim­a para siempre con su enjuague timótico (de timo, no de ira). Para él la política es un listo (él), un tonto (Ayuso) y un primo (el votante). La estampita de Julián Delgado. La ‘atonía popular’ hace el resto.

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