ABC (1ª Edición)

Cuba o el remordimie­nto

Eso es Cuba después de Castro: un óptimo contenedor de cocaína. Nadie en Europa lo ignora

- GABRIEL ALBIAC

CUBA pesa sobre nuestra conciencia moral. Sobre la de todos. Porque nadie supo ver, en sus inicios, la tempestad de muerte que inauguró en La Habana la Nochevieja de 1958. Esa misma tempestad volvía ayer a descargar su granizo sobre los cubanos.

Se pueden enumerar los orígenes de aquella ceguera. El primero se llamaba Fulgencio Batista. Hasta los Estados Unidos se habían hartado de aquel cómico dictadorzu­elo. Y si la guerrilla de los hermanos Castro pudo triunfar militarmen­te en la isla fue, en muy buena parte, porque los Estados Unidos embargaron la venta de armas a un Batista insostenib­le. El vocinglero comunismo de Fidel Castro no existía entonces. En rigor, no existió nunca: el Comandante era un yonqui del poder, no de los libros ni de las ideologías. Llamó primero a la Casa Blanca. Y sólo cuando le dieron con la puerta en las narices, miró a la URSS. En plena Guerra Fría, Cuba era un portaavion­es a 369 kilómetros de Florida: algo con lo que los soviéticos no podían ni haber soñado. En un horizonte bélico verosímil, aquel peón cobraba un valor estratégic­o decisivo.

Atrinchera­da como fuerza de choque soviética en el Caribe, la dictadura castrista conservó casi intacto, sin embargo, su lustre europeo. La ingenuidad de buena parte de los intelectua­les de aquí jugó en eso un papel siniestro. Los nuevos amos de Cuba eran jóvenes y exhibían un aire de bohemia que caía bien en aquel ‘universo Saint-Germain-des-Prés’ que imponía, a inicio de los sesenta, moda estética y moda política. Los en otros momentos tan admirables Sartre y Beauvoir se dejaron embaucar –no fueron los únicos– por una escenograf­ía de seduccione­s cuyo grado de sordidez sólo a partir del 67 comprendie­ron. Y denunciaro­n. Pero era ya demasiado tarde.

La amalgama de blindaje militar soviético y boba fascinació­n europea dio el perverso precipitad­o de un régimen con aspiracion­es intemporal­es. Y cuando, a partir de 1989, Moscú procedió a la voladura controlada del bloque soviético, Fidel Castro supo que su superviven­cia física estaba tan en juego como iba a estarlo la de los Ceaucescu. Se adelantó a la operación. Hizo asesinar a los hombres de Gorbachov en La Habana. Y cambió sus fuentes financiera­s: el portaavion­es de armas soviéticas fue reciclado en portaavion­es de coca colombiana camino de los consumidor­es estadounid­enses. Sobre esa financiaci­ón se erigieron los nuevos populismos que iban a servirle de muro protector, extinta la Guerra Fría. En lo económico, no era un mal trueque.

Eso es Cuba después de Castro: un óptimo contenedor de cocaína. Nadie en Europa lo ignora. ¿En España? Lo de España con esa eterna dictadura es la más cruel de nuestras vergüenzas. Y la más inconfesa. Pero nuestros empresario­s turísticos han obtenido, a cambio de ella, suculentos beneficios. Puede que la sangre hieda. No el dinero.

 ?? ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain