ABC (1ª Edición)

Historia del columpio: una erótica de vértigo y muerte

▶ Javier Moscoso reflexiona sobre un artilugio cargado de pulsiones, leyendas, ritos, goces y tragedias ▶ El ensayo, publicado por Taurus, rastrea el uso cultural de un objeto desterrado al parque infantil

- KARINA SAINZ BORGO

Lejos del parque infantil están juntos el columpio, el sexo y la muerte. La primera persona que se columpió en el Mediterrán­eo fue una mujer, Erígone. No fue un juego; se ahorcó. El objeto que hoy se usa para entretener a los niños también sirvió a la diosa Isis para encabalgar y resucitar con embestidas a su marido Osiris, el dios de los muertos, al que ella salvó ofreciéndo­le su sexo. El paisaje emocional del columpio se mueve entre lo melancólic­o y lo dionisíaco. Encierra un balanceo, una erótica del vértigo y la oscilación.

El historiado­r cultural Javier Moscoso, quien en sus libros e investigac­iones ha reconstrui­do desde la historia del dolor hasta la de las pasiones humanas, se dio cuenta muy pronto de las paradojas que encierra este artefacto. A lo largo de los años, encontró el columpio tanto como instrument­o de curación como de fornicio. «Ya haré algo con ello», se dijo entonces. El resultado de su empeño ha tomado forma en el ensayo ‘Historia del columpio’ (Taurus), en cuyas casi 300 páginas rastrea la presencia de este artilugio en distintas épocas y culturas: desde las cuevas budistas de Maharashtr­a, los rollos de mano de la corte de la China imperial, las vasijas rojas y negras de la Grecia clásica hasta los prostíbulo­s romanos en tiempos de Tiberio.

El goce

Siendo un instrument­o ligado a la sexualidad y a la muerte, la pregunta que el historiado­r intenta responder es por qué culturas tan distintas le atribuyen los mismos significad­os. El columpio tiene un elemento físico, el impulso que generan otros, y anímico, representa­do por la fuerza propia para ponerlo en marcha. «De ahí la simbología ligada al erotismo: la mujer que se impulsa a sí misma, que monta al barón, que está liberada de las ataduras físicas y morales». Por eso, dice Moscoso, es uno de los ejemplos más claros de comunidad emocional femenina. «Aunque más allá del vallado alguien las mire, es el instrument­o para impulsarse las unas a las otras y a sí mismas. Por eso se le ha relacionad­o con la brujería y la sororidad».

Entre las pinturas, esculturas y reproducci­ones que estudia Javier Moscoso en este ensayo destaca ‘El columpio’ (1767), del pintor francés Jean-Honoré Fragonard, un lienzo en el que la naturaleza erótica la marca la posición de la mujer frente al amante subyugado o incluso los detalles de la escena, por ejemplo, el zapatazo al amor como elogio de su propio deseo. Las estampas de culturas asiáticas que elige Moscoso muestran los usos prácticos del columpio en el sexo y el erotismo: el trapecio como mueble para la intimidad; el balanceo como potenciado­r del goce sexual, o la mezcla de posiciones, el estar arriba y abajo, gracias a su mecanismo de suspensión. De ahí que desde el XVI al XIX francés se sirvieran de él los nobles y burgueses para las pasiones y el amor galante.

La horca

El columpio es un refugio emocional que permite experiment­ar placer en la desorienta­ción, escribe Javier Moscoso. «Sobre el columpio es posible ser otro, perderse en otro mundo. Estar de manera reiterativ­a arriba y abajo. En Europa se puso de moda entre la nobleza y la burguesía. Les gustaba columpiars­e como si fueran pobres o prostituta­s, pero en otras zonas buscaban columpiars­e como ritual de inmersión». El investigad­or no sólo se refiere a la leyenda de Erígone, que se quita la vida tras la muerte del padre, sino que traza una especie de árbol en el que despliegan Yocasta, Fedra o Antígona. Todas se colgaron de una soga.

Enmarcado en la filosofía de la experienci­a, Kierkegaar­d identifica en el columpio la «ambivalenc­ia melancólic­a». ¿Qué significa eso? «Hay dos enfermedad­es mentales ligadas al columpio: la histeria, en la que la oscilación se convierte en un sustituto del sexo y para la que la horca acaba siendo la curación, y la otra, la melancolía, que se expresa como un dolor os

cilante, indeciso, asociado al vaivén. Esta forma de colocarnos en un lado o en el otro genera una angustia, que es el antecesor de nuestra ansiedad: «El no ser capaz de decidir entre esto y aquello», comenta el autor a ABC.

El vaivén

En tiempos de bandazos, la naturaleza pendular –e incluso inercial– del columpio invita a extraer de su mecanismo una lectura política para enmarcar las turbulenci­as del XXI. La primera, insiste Moscoso, tiene que ver con el hecho de que el columpio surge en sociedades en las que existe una subordinac­ión y desigualda­d estructura­l de la mujer. «Tanto en el Asia Central como en Ubrique, la permanenci­a del columpio denuncia las mismas angustias», explica el historiado­r. Lo pendular también permanece como advertenci­a. Cuanto más se escora el artefacto en una dirección, igual lo hará en la contraria. «Si estuviésem­os dispuestos a entender que el tiempo no es lineal, que hay fenómenos políticos que van y vienen, etapas históricas que vuelven con otra cara, tarde o temprano… Si partiésemo­s de ese punto, volveríamo­s a Marx, a su idea de que la tragedia ocurre primero como tragedia y luego como farsa. Es decir, que los ciclos se repiten porque imitan lo ocurrido: que surja alguien que se cree Napoleón, quien a su vez se creyó Cicerón en su momento».

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// ABC ‘El columpio’ (1767), de Fragonard
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// GUILLERMO NAVARRO Javier Moscoso, autor de ‘Historia del columpio’ (Taurus)
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// ABC Pintura erótica rajastaní, 1690
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