ABC (1ª Edición)

«¿Por qué enseñamos a los niños a jugar al ajedrez y no al póquer?»

▶ María Konnikova publica ‘El gran farol’, unas memorias de su vida en el juego

- BRUNO PARDO PORTO

Esta historia empieza con un libro de aspecto aburrido y título largo y termina con otro mucho más sugerente. El primero se llama ‘La teoría de juegos y el comportami­ento económico’, de John von Neumann, uno de los mayores matemático­s del siglo pasado. El segundo es ‘El gran farol’ (Libros del Asteroide), de la doctora en Psicología Maria Konnikova. Lo que va de la lectura del primero a la escritura del segundo es digno de una película con escenarios brillantes (Nueva York, Las Vegas, Macao: esos sitios) y un guion tan inverosími­l que por fuerza tiene que ser de verdad. En fin, esta es la historia de cómo una mujer que apenas sabía distinguir un rey de un as acabó ganando más tresciento­s mil dólares al año jugando al póquer.

Y como las grandes historias no va sobre el póquer, sino sobre la vida.

Konnikova llegó a Estados Unidos porque sus padres se marcharon de la Unión Soviética. Tal vez por eso siempre le preocupó cuánto había de azar y cuánto de virtud en su biografía. ¿Era mérito exclusivam­ente suyo el ser la primera de su familia en llegar a la universida­d? Quería saber hasta dónde llegaba su pericia, su libertad, así que devoró varios ensayos sobre el tema, y llegó a Von Neumann. Él odiaba los juegos de apuestas, pero adoraba el póquer. ¿Por qué? Porque en su opinión representa­ba el equilibrio entre habilidad y suerte que gobierna nuestro destino. «Es que es el único juego del casino en el que puedes ganar con las peores cartas, y en el que puedes perder con la mejor mano», explica Konnikova al otro lado de la pantalla.

Las ideas del científico despertaro­n algo en ella, y desde ese momento dedicó sus esfuerzos al póquer. Se dejó los codos estudiando, pasó horas y horas viendo partidas, y no paró hasta que consiguió a su entrenador soñado, que aceptó no se sabe muy bien por qué (ay, la suerte). Se trataba nada más y nada menos que de Erik Seidel, que es algo así como el Roger Federer del póquer, pero sin pelazo: un talento único que se resiste a caducar con el paso de los años. Un hombre que habla como un maestro zen, una leyenda que respira. Con él lo aprendió todo: a gestionar las emociones,

«El póquer te enseña a tomar la mejor decisión posible con la informació­n de la que dispongas en una situación concreta»

a leer los rostros ajenos, a ser consciente de que un diez por ciento de probabilid­ad es una barbaridad, a no olvidar que nunca puedes controlarl­o todo. A saber cuándo atacar. Y cuándo retirarse.

«El póquer te enseña muchísimo. Te enseña a pensar fijándote en la probabilid­ad, a aceptar la incertidum­bre, a tomar la mejor decisión posible con la informació­n de la que dispongas en una situación concreta. Y eso es muy importante en la vida», comenta Konnikova, entusiasma­da. Y continúa: «Con el póquer ejercitas tu autocontro­l, aprendes a manejar tus emociones, a ser racional cuando estás disgustado o cabreado. Y a leer a los demás, que es fundamenta­l en este mundo… No le falta nada: están las matemática­s y, también, las emociones».

—¿Cree que deberíamos enseñar a jugar al póquer en los colegios? Si tan bueno es…

—Sí, por supuesto. ¿Por qué enseñamos a los niños a jugar al ajedrez y no al póquer? Yo creo que es un juego mucho más sólido, que te da muchas más destrezas para el futuro.

En ‘El gran farol’ resume perfectame­nte esta utilidad: «La probabilid­ad de que resbales en la ducha es mucho mayor que la de que sufras un ataque terrorista; pero intenta convencer a cualquiera de eso, especialme­nte si conocía a alguien que murió en las Torres Gemelas». Pensamos con las tripas, por eso al azar lo llamamos suerte, y por eso los casinos están llenos de personas que creen que tienen una buena racha.

Sostiene Konnikova que con el póquer se es muy injusto, porque se reduce a las apuestas y se iguala al resto de los juegos de azar, cuando es muy distinto. Además, asevera, «a día de hoy el póquer ‘online’ da mucho menos miedo que las plataforma­s de ‘trading’ como Robinhood y las inversione­s en criptomone­das o NFT». Ahora, insiste, vemos a niños con 18 años en pijama invirtiend­o miles de dólares «desde el sótano de la casa de su madre» y, muchas veces, «acaban apostando millones sin saber muy bien lo que están haciendo». ¿Y en el póquer no? «En el póquer solo puedes perder lo que hayas metido en tu cuenta. Y no se pueden aprovechar de ti si sabes cómo se juega».

Al final de su relato, tras narrar su odisea particular, Konnikova se pregunta: «¿Y cuál es el gran farol, el mayor de todos? Que la habilidad puede ser suficiente. Esa es la esperanza que nos permite avanzar en aquellos momentos en los que la suerte se nos muestra reacia, la fantasía útil que posibilita que sigamos adelante en lugar de rendirnos».

—¿Pero no decía que la vida se parecía al póquer?

—En el póquer importa mucho más la habilidad que en la vida real, donde la suerte importa un millón de veces más.

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// LANDON SPEERS La escritora Maria Konnikova

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