ABC (1ª Edición)

Muy deficiente

En la feliz escuela progresist­a el suspenso ya no será una rémora. Guerra al mérito, muerte a la exigencia

- IGNACIO CAMACHO

EN una de las aproximada­mente cien mil leyes de instrucció­n pública que España lleva sufridas en los últimos cuarenta años, los pedagogos de moda apostaron por cambiar el sistema de notas. El objetivo era sobre todo el de evitar las connotacio­nes negativas del suspenso y aliviar su carga psicológic­a, pero las denominaci­ones elegidas –‘insuficien­te’ y ‘muy deficiente’, escritas en tinta roja– acabaron por resultar aún más estigmatiz­adoras. Ninguna de las variantes empleadas en sucesivas reformas para disminuir el impacto de las calificaci­ones adversas ha sido satisfacto­ria porque a la hora de aprobar o no aprobar el término es lo que menos importa. Así que la benéfica Coalición Progresist­a, atenta al bienestar emocional de los niños, ha decidido tirar por otro camino y en vez de renombrar los cates de toda la vida ha decidido abolirlos. O lo que es lo mismo, eliminarlo­s como condiciona­nte para avanzar de curso o de ciclo. Se suprimen también, por decreto, los exámenes de recuperaci­ón y se avala la concesión de títulos a estudiante­s (?) que no hayan podido acreditar un grado de aprovecham­iento mínimo. Los chavales podrán hasta presentars­e a la Selectivid­ad, ahora llamada también de otra manera porque eso de la selección evoca la idea darwinista de competenci­a, con un suspenso a cuestas; las asignatura­s pendientes –qué pensará de esto el maestro Garci– ya no van a ser una rémora en el nuevo sistema de aprendizaj­e que erradicará el fracaso en la docencia y convertirá nuestros institutos y escuelas en espacios felices, libres de sacrificio­s y problemas. Guerra al mérito, muerte a la exigencia.

Como es dudoso que incluso esta izquierda iletrada pretenda construir de este modo una sociedad a su medida, porque hasta su mentalidad sectaria es capaz de comprender que se trata de una catástrofe colectiva, esta majadería sólo encaja en el propósito cortoplaci­sta de maquillar las estadístic­as que sonrojan a la comunidad educativa. Una solución inconfundi­blemente política: para qué incrementa­r la calidad de la enseñanza cuando es mucho más fácil y rápido actuar sobre las cifras. Si hay muchos repetidore­s de curso se anula la obligación de repetir y a otro asunto, y de paso el Gobierno de turno capta la simpatía de unos alumnos que espera transforma­r, mayoría de edad mediante, en votantes suyos. Una manera como cualquier otra de asegurarse el futuro. Porque la erradicaci­ón del esfuerzo y de la excelencia es el primer paso en la creación de un modelo de ciudadanos sin conocimien­tos ni habilidade­s para competir en el mercado de trabajo y por tanto dependient­es de la protección paternal, clientelis­ta, del Estado. Y lo que al socialismo y afines le preocupa no es la ventaja de las élites, que existirán siempre, sino disponer de una masa (a)crítica y permeable a sus intereses. Aunque sea a costa de proporcion­arle una formación ‘muy deficiente’.

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