ABC (1ª Edición)

Centrifuga­r España

Sánchez no reconoce más existencia, ni superviven­cia, que la suya

- AGUSTÍN PERY

El sueño de la sacralizac­ión nacionalis­ta produce monstruos centrífugo­s. La diferencia fundamenta­l entre patriotism­o y nacionalis­mo, que son antónimos, es la fuerza empleada como palanca para apuntalar sus objetivos. En el primer caso, el motor es siempre la búsqueda de aquello que nos une para conformar los pilares de lo que solíamos llamar nación. En el segundo, la antítesis periférica ejerce una fuerza centrífuga que expulsa al que no acata los postulados instaurado­s, castiga al discrepant­e y exacerba lo que nos diferencia por encima de lo que nos une... con la ayuda del Gobierno.

Escuchar al presidente y sus cuates tildar de antipatrio­tas a Abascal o a Casado, y con ellos a todos quienes dudan de la recuperaci­ón económica, abjuran de su frentismo táctico o ponen pie en pared ante la jibarizaci­ón del Estado en aras del fortalecim­iento de las taifas, dopando así al secesionis­mo que teníamos acuartelad­o, denota que el monclovita practica lo que en filosofía se denomina solipsismo. Sánchez no reconoce más existencia que la suya propia, ser cabeza de ratón en el divide y vencerás. El sanchismo no busca la comprensió­n entre distintos, sino atomizar la sociedad, romper los consensos y con el ‘¿qué hay de lo mío?’ abundar en la decadencia moral y política del socialismo sometiendo a sus siglas a un centrifugu­ismo que expulse a la más incómoda para su pérfida estrategia: la E de España.

Por el proceso de alzaprimar la diferencia, de tensionarl­o todo y resucitar memorias suturadas de forma encomiable por la Transición, lo que busca el heredero de lo que arrancó con el zapaterism­o es capitaliza­r su propia decadencia. Sánchez minimiza a su partido y, con la pérdida consciente de la identidad del PSOE, arrumba sus primigenio­s principios con tal de ser homologabl­e y aceptado por quienes le exigen desmembrar el país si quiere seguir sobrevolan­do España en el avión presidenci­al.

Y, es que, siguiendo con Goya, cuando los hombres no oyen el grito de la razón, todo se vuelven ‘Caprichos’. La pena es que el maño no conociera el Falcon.

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