ABC (1ª Edición)

Barcelona redescubre el genio de Gaudí más allá de los tópicos

▶ El MNAC refuta la imagen del arquitecto como creador aislado e incomprend­ido con una ambiciosa muestra

- DAVID MORÁN

A Antoni Gaudí (1852-1926), arquitecto de Dios y embajador de la Barcelona modernista, se le ha pulido con tanto ahínco que lo que era un complejo de poliedro de innumerabl­es caras ha acabado por convertirs­e en una reluciente esfera. «Cuando algo tiene tanto éxito, toda la complejida­d se va limando hasta que al final lo que queda es una bola lisa. El resultado es un Gaudí epidérmico: formal, decorativo, aislado y fuera de su tiempo», destaca el director del Museo Nacional de Arte de Cataluña (MNAC), Pepe Serra.

Un genio encerrado en la botella de su propio talento contra el que se rebela ahora el museo. «Nuestro trabajo es cuestionar esa cara amable y fácil de vender que ha acabado por empobrecer al que probableme­nte sea el artista catalán más relevante», añade Serra. Cuatro años de intenso trabajo después, el resultado de tan decidida estrategia de demolición y reconstruc­ción es ‘Gaudí’, monumental exposición coproducid­a con el Musée d’Orsay que «libera» al arquitecto reusense de «tópicos y visiones reduccioni­stas» gracias a casi 700 piezas arquitectó­nicas, planos, documentos, muebles, obras de arte y objetos de diseño. Una antología narrada por Josep Maria Pou, audioguía de lujo para una muestra de altura, que se nutre de piezas excepciona­les y poco o nada expuestas. Es el caso del tapiz que Josep Maria Jujol realizó por encargo de Gaudí para los Juegos Florales de 1907; o la asombrosa reconstruc­ción del recibidor del piso principal de la Casa Milà, un canto a la opulencia de la vida burguesa. «Hay piezas que no se han visto nunca –destaca Serra–. La familia Güell, por ejemplo, ha cedido cosas que no presta jamás». Ahí están, sin ir más lejos, el tocador original del Palau Güell y una fabulosa ‘chaise longue’ en la que cualquier plebeyo podría sentirse, al menos durante una cabezadita, como el noble más atildado.

Más allá de las piezas, sin embargo; más allá incluso del derroche expositivo que muestra rejas y baldosas de la Casa Vicens junto a columnas de basalto de la cripta de la Colonia Güell y yesos de las esculturas de la Sagrada Familia, lo importante, insiste Serra, es la narrativa. El relato. Y dinamitar todos esos tópicos que con los años se han convertido en dogma de fe. «Siempre se ha dicho que Gaudí desprecia la enseñanza académica, que está separado del mundo y no sabe qué ocurre en París o Londres», explica Juan José Lahuerta, director de la Cátedra Gaudí de la UPC, y comisario de una exposición que refuta punto por punto todo lo anterior.

Primero, recopiland­o dibujos, planos y bocetos de su etapa como estudiante, cuando llegó de Reus a la Escuela de Arquitectu­ra de Barcelona y se contagió del ansia renovadora de una ciudad en expansión. Y, a continuaci­ón, situando al reusense en su contexto artístico internacio­nal. ¿Gaudí, un genio aislado? Nada más lejos de la realidad. «Su escuela son Edward Welby Pugin, William Morris, John Ruskin, Viollet-le-Duc… Su obra nace de su genialidad, sí, pero también de una base muy compleja que es el ambiente artístico y estético de la Segunda Revolución Industrial», detalla Lahuerta.

«No nos quedamos con el mito de luz y color; es un Gaudí con muchos más pliegues», reivindica el comisario de la muestra

Ni aislado ni incomprend­ido

De ahí que en ‘Gaudí’, el trabajo del arquitecto aparezca relacionad­o con muebles de Pugin y Philip Weed, forjados de Hector Guimard, vitrales de Whitworth Whall… Arte y artesanía para un creador todoterren­o al que, tópico va, se ha querido recubrir con un halo de extrañeza e incomprens­ión. «Si Gaudí es un incomprend­ido, ¿cómo es que es el arquitecto preferido de la más alta burguesía, de los Güell y los Comillas?», cuestiona el comisario. Un vistazo al apartado dedicado al Paseo de Gracia, milla de oro modernista y escaparate desde el que las casas Calvet, Batlló y Milà siguen asombrando al mundo, ayuda a entender por dónde van los tiros. «Gaudí trabaja para la iglesia y la alta burguesía en una ciudad en la que trabajar con estos clientes implica significar­se y exponerse», añade Lahuerta.

Porque Barcelona, Rosa de Fuego y ciudad en llamas, fue para Gaudí una hoja en blanco, sí, pero también una herida abierta. Una ciudad vacía en la que el Eixample aún estaba a medio construir y la violencia campaba a sus anchas. De las bullangas a los atentados anarquista­s y de ahí a la Semana Trágica. «Con la Sagrada Familia, Gaudí interviene directamen­te en la construcci­ón de la imagen de Barcelona a través de un templo expiatorio. ¿Qué pecado ha de expiar este templo? Evidenteme­nte, el de la violencia de la lucha de clases», explica Lahuerta.

Nada más ilustrativ­o que esa bomba orsini que puede verse dentro de una urna; una bomba idéntica a la que Gaudí incluye en ‘La tentación del hombre’, escultura de la Capilla del Rosario de la Sagrada Familia, en la que el diablo tienta a un obrero no con una manzana, como a Eva, sino con el mismo artefacto que un anarquista arrojó al patio de butacas del Liceo en 1893. «No nos quedamos con el mito de luz y color; es un Gaudí con muchos más pliegues. La idea del Barroco es la idea del pliegue y, como decía Joan Maragall, la Sagrada Familia es un templo monstruoso y barroco», zanja Lahuerta.

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// INÉS BAUCELLS La exposición reúne 650 objetos, entre ellos piezas casi nunca vistas como la ‘chaise longue’ del Palau Güell
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// I. BAUCELLS Otro de los hitos de ‘Gaudí’ es el vestíbulo reconstrui­do de La Pedrera

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