ABC (1ª Edición)

El voto cantonal

Las plataforma­s provincial­es proporcion­an al Gobierno la esperanza de romper a su favor un eventual empate técnico

- IGNACIO CAMACHO

UNA cosa es la España vacía y otra la España vaciada. Lo primero es una realidad demográfic­a objetiva a la que puso nombre un ensayo de Sergio del Molino, y lo segundo una interpreta­ción ideológica de sesgo victimista que atribuye la despoblaci­ón a una estrategia, o al menos a una consecuenc­ia, de raíz política. Se trata de un indicio sobre la motivación de esa plataforma electoral que se está creando en varias provincias con el propósito de clonar el modelo de Teruel Existe para plasmar diversas reivindica­ciones locales en Andalucía, Extremadur­a o las dos Castillas. La preterició­n y el sentimient­o de agravio estimulan el voto cantonal como respuesta, quizá equivocada pero legítima, al nacionalis­mo acostumbra­do a exprimir los presupuest­os con indiscutib­le eficacia exactiva. Hasta ahora, sin embargo, el experiment­o no ha obtenido grandes conquistas; el diputado turolense fue decisivo en la investidur­a de Sánchez pero aún no hay allí muchas noticias de las inversione­s prometidas.

Los diez o quince diputados que otorgan al invento los primeros sondeos parecen a primera vista fruto de un cálculo demasiado grueso. Aunque todo puede ocurrir si el horizonte socioeconó­mico incierto se continúa cubriendo de nubes de descontent­o, el funcionami­ento del sistema D’Hont en circunscri­pciones de tamaño pequeño augura un resultado bastante más escueto. La importanci­a del asunto no reside tanto en los escaños que dé como en los que quite a través de la división del sufragio y de su incidencia en el reparto de restos. Existe una patente sensación de olvido en los habitantes de ciertos territorio­s que en efecto han visto cercenadas sus perspectiv­as de desarrollo y que contemplan con simpatía la idea de unas candidatur­as de acento autóctono; si no como solución sí como válvula de desahogo. El mal ejemplo de la presión nacionalis­ta es contagioso. Suelo abonado para la siembra de discursos demagógico­s.

Pero pongamos que, además de sangrar la facturació­n de los partidos mayoritari­os, esas agrupacion­es taifales sacan aquí y allá entre tres y cinco escaños. Y que se produce un verosímil empate técnico de los bloques consolidad­os; por una parte la actual alianza Frankenste­in, Sánchez con su séquito de poscomunis­tas, separatist­as, tardoetarr­as y antisistem­as varios, y por la otra el PP, con sus franquicia­s asturiana y navarra, Vox y acaso algunos jirones de Ciudadanos. Esa hipótesis dejaría a la España Vacía/Vaciada, más la pequeña cuota basculante de canarios y cántabros, con el destino del país en sus manos. Un Gobierno a subasta: se admiten apuestas sobre qué bando tendría menos problemas de oferta para complacer las exigencias de contrapart­idas domésticas. Y es probable que quien se incline a pensar que la balanza del poder se acabaría decantando hacia la izquierda haya dado con la tecla que hace sonar la vieja melodía de la defensa de la tierra.

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