ABC (1ª Edición)

Harry, más sucio que nunca

El problema de las armas en EE.UU. resulta incompatib­le con una democracia avanzada

- PEDRO RODRÍGUEZ

Se puede decir que todo empezó a finales del siglo XVIII con la genuina obsesión por evitar la concentrac­ión y abuso de poder que compartían los líderes de una débil república formada por trece excolonias británicas en América del Norte. Con tal de no establecer fuerzas armadas permanente­s que pudieran abusar de su posición de fuerza, se optó por reconocer a los ciudadanos el derecho a portar armas y formar milicias para la defensa nacional.

Este postureo libertario, consagrado en la Segunda Enmienda de la Constituci­ón de Estados Unidos, debería haber terminado cuando los ingleses volvieron a tomar la capital Washington en la guerra de 1812 y convirtier­on la Casa Blanca en una falla valenciana. En el colmo de las ironías más incongruen­tes con el sueño de los Founding Fathers, el gigante americano ahora dispone de la mayor maquinaria militar del mundo y también tiene más armas de fuego en circulació­n que habitantes (330 millones, según el último censo federal).

Lo peor de este problema de violencia armada es que no hay crisis en Estados Unidos que alguien proponga como solución más armas de fuego. Si hay un tiroteo en una escuela, armar a los maestros. Si hay violentas manifestac­iones contra el racismo, ‘patriotas’ armados hasta los dientes para restablece­r la ley y el orden. Si un perturbado embiste un desfile navideño en Wisconsin, más armas para que los inocentes puedan defenderse.

Mientras tanto, los esfuerzos por lograr un mayor control de armas de fuego siguen paralizado­s a pesar de la permanente letanía de tragedias consentida­s. Las compras de armamento están alcanzando niveles récord. La búsqueda de munición se ha vuelto tan frenética que las armerías no han podido atender los pedidos de la temporada invernal de caza mayor. El aumento de la tasa de homicidios a tiros durante la pandemia ha desbordado a los departamen­tos de policía locales. Y la proliferac­ión de pistolas caseras ha alcanzado proporcion­es epidémicas. Un panorama incompatib­le con una democracia avanzada.

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