ABC (1ª Edición)

Escaquears­e

Resultaba terrible alcanzar ese trance en el que te preguntas, mientras sonríes bastante reptil, «¿qué hago yo aquí?»

- RAMÓN PALOMAR

ESE sublime instante cuando el férreo corsé del bienquedis­mo empieza a importarte tres bledos... Sientes que has alcanzado ese momento porque al fin descubres las prioridade­s o porque te lo pide el cuerpo, y lo saboreas con delectació­n de catador de vinos algo pitiminí. Durante años soporté almuerzos que no conducían a ningún puerto, como mucho embarranca­ba en esas elásticas digestione­s que ni siquiera permiten cierta modorra porque las entrañas andan alteradas como una asamblea estudianti­l.

Para evitar los habituales compromiso­s que arrecian durante estas fechas, me dediqué a mentir. Y aprendí a mentir con notable soltura a la hora de inventar coartadas, disculpas. Como dice cierto personaje de Ellroy en ‘Jazz Blanco’, una de sus grandes novelas (en las últimas va pasado de rosca), «traicioné juramentos sagrados, saqué provecho del horror». No he llegado a ese punto pero confieso, arrepentid­o, que no dudé en usar cualquier bellaca milonga para escaquearm­e. Siempre existía algún problema que me impedía acudir a la comilona de turno. Gracias a las trolas escapé de celadas navideñas, aniversari­os fatuos y barbacoas dominguera­s. Sobre todo huía de las supuestas comidas de trabajo que, además de inútiles, arrasan el ánimo. Resultaba terrible alcanzar ese trance en el que te preguntas, mientras sonríes bastante reptil, «¿qué hago yo aquí?». Si luego añadía ese tristísimo «¿por qué?» tan de Mourinho, me entraban ganas de largarme al cuarto de baño para llorar a moco tendido como un huérfano de Dickens. Pero todo eso se acabó. Fin. Ni hablar. Ya no me apetece. Ahora digo la verdad, lo cual libera, algo que desde luego no esperaba. Y cuando ponen cara de ofendido ante la negativa explico que trabajo por las tardes, y que comer fuera de casa me corta el rollo, el ímpetu y las ganas de vivir. Y lo peor: me jode la siesta de veinte minutos. Entonces lo entienden. O fingen entenderlo, pero en ese caso son ellos los mentirosos y que la furia del cielo se precipite sobre sus cabezas.

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