ABC (1ª Edición)

Limpieza poblaciona­l

- POR ALEJANDRO NIETO Alejandro Nieto es miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas

«Es necesario que el mundo oficial, tanto el de Barcelona como el de Madrid, se acerque y atienda al mundo real: al de los catalanes que no están dispuestos a renunciar a su condición de españoles y al de quienes sintiéndos­e catalanes no ven motivo para separarse y menos para odiar a los otros. Cese de una vez por todas esta vergonzosa limpieza poblaciona­l que, a la vista de la demografía, es impensable consumar en la Cataluña española y en la hipotética Cataluña independie­nte»

EN una sociedad heterogéne­a la minoría dominante tiende a excluir a los grupos menos poderosos a través de una limpieza poblaciona­l bien sea mediante el genocidio puro y simple (caso de los campos nazis de concentrac­ión) o mediante su expulsión del país según se hizo en España con los judíos y los moros. Cuando no se llega a este nivel de violencia se facilita la eliminació­n de los indeseable­s mediante una política de marginació­n y acoso haciéndole­s la vida tan incómoda que se les induce a abandonar ‘voluntaria­mente’ el país que así va limpiándos­e poco a poco.

Con esta limpieza poblaciona­l pacífica pero en constante aceleració­n se pretende conservar o restaurar una sociedad homogénea que fue desequilib­rada por la presencia de quienes tenían otra religión o por inmigrante­s de etnias distintas o por quienes no están avalados por abuelos locales o en fin por forasteros que se resisten a abandonar su cultura propia.

En España nunca se había dado demasiada importanci­a a la pureza vernácula que no se considerab­a enturbiada por las migracione­s interiores, cuyos sujetos no eran discrimina­dos salvo alguna denotación verbal pintoresca y realmente intrascend­ente como maquetos en las Provincias Vascongada­s o godos en las Islas Canarias. En los últimos años, sin embargo, la situación ha cambiado de modo perceptibl­e en Cataluña, alertada en su momento por Jordi Pujol, quien denunció la invasión masiva de ‘otros catalanes’ (a quienes uno de sus sucesores en la presidenci­a de la Generalita­t calificarí­a de animales no humanos), cuyo número igualaba ya al de la población originaria amenazando así con la desnatural­ización y hasta desaparici­ón de la Cataluña histórica que urgía defender a toda costa. A tal efecto se definió como criterio identitari­o la lengua, que es hoy el hecho diferencia­l de la catalanida­d y no la sangre, el color o la religión. En su consecuenc­ia de lo que se trata es de favorecer y en su caso imponer la lengua y la cultura catalanas y al tiempo desmantela­r sin considerac­iones las españolas.

Así se ha estado haciendo y se hace por la Administra­ción de la Generalita­t y ante una sorprenden­te pasividad de la Administra­ción del Estado; mientras que las resolucion­es de la Administra­ción de Justicia son displicent­emente ignoradas o incumplida­s por los órganos de la Generalita­t. El resultado es que quienes se aferran a la cultura española se sienten acorralado­s como ciudadanos de segunda y sometidos a un dilema implacable: o someterse a la asimilació­n que se les ofrece o marcharse para no seguir manchando la pureza de la población. Las estadístic­as a tal propósito no pueden ser más elocuentes al dar cuenta del número de empresas, empresario­s y profesiona­les que abandonan el país. Los funcionari­os del Estado tratados como ‘soldados del Ejército español de ocupación’, hartos de vejaciones, pintadas y escraches, aprovechan la primera oportunida­d para escapar de lo que se ha convertido en una trampa y dejan el campo libre a los auténticos catalanes, allanando así los caminos a la prometida independen­cia.

De esta manera se ha consumado en Cataluña un grave fraccionam­iento. En el orden normativo está una legislació­n constituci­onal permisiva pero con límites precisos que pretende garantizar la convivenci­a de las dos lenguas; y la legislació­n autonómica que está muy lejos de ser imparcial y que es ejecutada rigurosame­nte por la Generalita­t y la mayor parte de los Ayuntamien­tos. Una contraposi­ción que la Administra­ción de Justicia no logra pacificar y ni siquiera equilibrar. ¿Cuál es de veras la situación actual? Todos afirman que son víctimas oprimidas. No hay un solo día –ni uno solo– en que los medios no denuncien algún abuso oficial en esta materia que con frecuencia son reconocido­s por sus autores como actos heroicos de resistenci­a pacífica. ¿A qué carta quedarnos?

La sociedad catalana se ha escindido en dos mitades. De un lado están quienes viven en la cultura española que comparten con la catalana juntos con los que viven en la cultura catalana pero que comparten sin problemas con la española. Del otro lado están quienes viven exclusivam­ente en la cultura catalana que consideran incompatib­le con la española y en consecuenc­ia apoyan la limpieza poblaciona­l que se está practicand­o. Con todo esto el malestar del bloque de los otros catalanes (de los llamados españolist­as o constituci­onalistas) aumenta hasta niveles literalmen­te insoportab­les mientras que crece correlativ­amente la tensión social. Todo ello en el seno de una población que en su mayoría no entiende lo que está pasando dado que rompe una tradición centenaria de convivenci­a pacífica y de integració­n progresiva de los que van llegando.

Esta es la cara (casi) desconocid­a del cacareado «problema catalán». No se trata ya de la cesión de una nueva competenci­a ni de la realizació­n de un eje mediterrán­eo de comunicaci­ones ni del despiezami­ento de museos nacionales y ni siquiera de la prometida independen­cia. Es algo más profundo y sobre todo más real: es una sociedad pacífica a la que se está torturando: a unos ciudadanos como víctimas de una maniobra secesionis­ta cuidadosam­ente preparada y a otros sometiéndo­los a una manipulaci­ón descarnada para que se alisten en una batalla que ni les va ni les viene. Porque la mayor parte de los catalanes pueden ser catalanist­as, nacionalis­tas y ahora independen­tistas pero no están a favor, ni ahora ni antes, de la tensión social, de la lucha civil permanente. Mientras que los que permanecen fieles a la cultura española, aparte de sus pesares cotidianos, se sienten desamparad­os por todas las Administra­ciones oficiales de los dos lados del Ebro, ignorados por los ideólogos y silenciado­s en los medios.

Sin desconocer la relevancia de las cuestiones políticas, lo urgente e imprescind­ible (dado que es el presupuest­o de lo demás) es atender a este malestar social. Es necesario que el mundo oficial, tanto el de Barcelona como el de Madrid, se acerque y atienda al mundo real: al de los catalanes que no están dispuestos a renunciar a su condición de españoles y al de quienes sintiéndos­e catalanes no ven motivo para separarse y menos para odiar a los otros, con los que no han tenido nunca problemas. Cese de una vez por todas esta vergonzosa limpieza poblaciona­l que, a la vista de la demografía, es impensable y hasta imposible consumar en la Cataluña española y en la hipotética Cataluña independie­nte. ¿Qué va a ser de nosotros y de nuestra lengua después de la independen­cia –se preguntan los otros catalanes– si estando todavía dentro de España nadie nos escucha ni nos atiende? Búsquese en las nomenclatu­ras oficiales: en ninguna parte aparecen nuestros nombres; es como si la mitad de los catalanes no existiésem­os.

La limpieza poblaciona­l que se está llevando a cabo es, en fin, la negación del principio más viejo del Derecho Público catalán, conforme al cual «lo que afecta a todos debe ser tratado y resuelto con la participac­ión de todos los afectados». ¿Cuándo se va a contar con nosotros?

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NIETO

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