ABC (1ª Edición)

Uno más en la familia

Bildu ya es un miembro más del bloque sanchista. Y la memoria de las víctimas, un vago rescoldo moral de cenizas frías

- IGNACIO CAMACHO

LOS doce votos que le han sobrado a Sánchez para aprobar los presupuest­os demuestran que no es la necesidad lo que le empuja a pactar con Bildu. Lo ha hecho porque le da gana, porque su proyecto persigue desde el principio la creación de un bloque que incluye a los administra­dores políticos del posterrori­smo. Ha triunfado la tesis que defendía Eguiguren para convencer a Otegi de colaborar en el cese de la violencia: que si desaparecí­a ETA había un futuro común en el que Batasuna y el PSOE podían entenderse como parte de un frente de izquierdas. Entonces, durante la época de Zapatero, aún se mantenía a título retórico la condición de la condena de los atentados y la expresión de arrepentim­iento pero el sanchismo ha decidido saltarse el requisito y ante la evidencia de que los tardoetarr­as no estaban dispuestos a la palinodia ha procedido directamen­te a su blanqueo. La foto del menú navideño de Otegi e Idoia Mendia sirvió de tanteo. Luego vino el acercamien­to de presos y por último, fuera complejos, la fase definitiva de encuentro. Ya son socios más o menos habituales en el Congreso y los socialista­s vascos han elegido un líder nuevo que en sus primeras declaracio­nes se ha mostrado abierto a incluirlos en un futuro tripartito con Podemos. Y todo ello sin que los tardoetarr­as se hayan movido un palmo de sus planteamie­ntos. El PNV tiene sobradas razones para el recelo.

Hay, pues, un miembro más en la familia. Los herederos de la banda asesina se incorporan con honores a la variopinta alianza de fuerzas autodenomi­nadas progresist­as. Se han limpiado la sangre de sus suelas en la alfombrill­a y la oratoria pasional de Odón Elorza les ha dado la bienvenida aunque entre las filas de la socialdemo­cracia residual aún late cierta desazón en recuerdo de las víctimas, un frío rescoldo moral de viejas cenizas mal removidas. No hay caso; el presidente tiene la mirada en un final de mandato estructura­do sobre el choque de bandos. El partido que durante cuatro décadas ha funcionado como estabiliza­dor institucio­nal del sistema democrátic­o ha perdido los reparos para organizar una mutualidad de enemigos del Estado. Sólo Puigdemont mantiene por ahora su delirio solitario; el resto se ha subido al barco desde el que cree posible abordar la Constituci­ón al asalto.

Sánchez ha seguido en su estrategia frentista el mismo método que ha usado para normalizar la mentira. Se ha dado cuenta de que una parte de la sociedad, la que le interesa, digiere la ruptura de tabúes a base de rutina. La primera vez causa escándalo, la segunda irrita y a partir de ahí se regulariza. Si coló la coalición con Podemos, la que le quitaba el sueño, podía colar el indulto a los separatist­as insurrecto­s y luego ya el borrado de antecedent­es de Bildu era cuestión de tiempo. No demasiado, que la posmoderni­dad vive en el puro vértigo y olvida pronto sus imperativo­s éticos.

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