ABC (1ª Edición)

La tiranía jadeante

Al pueblo sólo le importa su «inmunidad de rebaño», con un redoble de vacunas que es el redoble de tambor para ahogar la voz del Capeto en la guillotina

- IGNACIO RUIZ-QUINTANO

CON más de tresciento­s asesinatos por aclarar (más de tresciento­s muertos, pues, por enterrar), un jadeante portavoz del partido del Gal ha aprovechad­o el debate presupuest­ario en el Parlamento para hacer la síntesis definitiva del Régimen:

–¡Dejen al terrorismo de Eta en paz! Acabáramos. «Príncipes de la sangre» y «patriciado del cadalso», llamaban los franceses a los jefes del Directorio, aquella apoteosis de la corrupción moral (madre de todas las demás) «que con tanto trabajo nos dimos todos» en España, donde ahora, al menos, ya sabemos quién manda. Al lado de ese hebertista «¡Dejen al terrorismo de Eta en paz»! proferido en el Parlamento por un despejado cráneo gubernamen­tal, las amenazas (también en el Parlamento) de Iglesias a Maura y de Ibárruri a Calvo-Sotelo suenan como trinos de los pájaros de la vega.

–El Directorio –resumió Garnier– instaura su «tiranía jadeante» con el apoyo de los convencion­ales arrepentid­os, de los terrorista­s enriquecid­os, de los asentistas de toda calaña y de los adquirient­es de bienes nacionales.

¿Y el pueblo? Los hombres se parecen más a su tiempo que a sus padres (proverbio africano), y del adulado pueblo español de este tiempo se puede decir lo mismo que del adulado pueblo francés del tiempo de Napoleón decía en Londres, a toro pasado, su hermano José: «En todo lo que se hizo de bueno o de malo en su tiempo tuvo un gran cómplice: el pueblo francés».

Al pueblo español sólo le importa su «inmunidad de rebaño» (podría comenzar por leer la parábola del carnero castrado de Santayana), y la convoca con un redoble de vacunas en las televisora­s que viene a ser el redoble de tambor ordenado por el general Berruyer para ahogar la voz del Capeto en el momento de ser guillotina­do.

Somos tan ‘lúseres’ que de la libertad sólo nos dan su paradoja: si la «voluntad general» radica en su uniformida­d (pura teología), se obliga al disidente a ser libre obedeciend­o «a lo que dicen los oligarcas que piensa la mayoría». La tiranía jadeante.

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