Urbanización de lujo
En ocasiones las novelas no son sino un reflejo de la realidad
ERA una inmensa urbanización. Fuera de ella lo que más abundaban eran las chabolas, aunque había algunas excepciones. Le llamaban urbanización de lujo, precisamente quienes habitaban las chabolas, porque tenían prohibido entrar, pero no todo era lujo. Había, es cierto, colonias de chalés, pero también pequeños recintos de adosados y bloques de pisos, e incluso ciudades dormitorio, donde habitaban quienes trabajaban en las zonas más prósperas de la urbanización.
Con objeto de evitar que los habitantes de las chabolas entraran clandestinamente en el recinto se habían instalado grandes vallas, vigiladas día y noche, amén de que parte de un gran lago también servía de frontera, aunque eran muchos los chabolistas que se arriesgaban a desafiar las peligrosas corrientes con maltrechas piraguas, y morían ahogados en el intento.
Un mal día llegó la peste, y empezaron a contagiarse tanto los que vivían en la urbanización de lujo como los míseros del exterior, porque las pestes suelen ser muy democráticas.
A una ola sucedía otra, pero los investigadores de la urbanización de lujo descubrieron vacunas que les protegían. Los chabolistas, con menores recursos, se vacunaban mucho menos y llegaron a desarrollar variantes de la peste que fueron transmitiendo al interior de la urbanización de lujo. Algunos avisados habían advertido que era necesario vacunar a los chabolistas, no ya por caridad, sino por puro egoísmo, pero los gerentes de la urbanización de lujo se descuidaron bastante. Es cierto que, de vez en cuando, surgían discusiones sobre si las concertinas de las vallas desgarraban cruelmente los cuerpos de los asaltantes, y se invitaba a quitarlas, pero en lo de generalizar las vacunas de la peste, no por caridad sino por racionalidad sanitaria, apenas suscitó discusiones.
Y, en ese punto, se me perdió la novela. Busqué por todas partes, porque estaba intrigado por el final, pero mis esfuerzos fueron inútiles. Lo que no fue inútil fue su lectura, porque en ocasiones las novelas no son sino un reflejo de la realidad, como ya observaron tantos otros, desde Cervantes a Lukács, ese espejo deformado en el que podemos vernos. Y, algunas mañanas, después de leer las noticias, vuelvo a acordarme de la urbanización de lujo y sus estúpidos dirigentes, de cómo la inteligencia pierde perspectiva, cuando la mirada no traspasa las vallas de la urbanización.