ABC (1ª Edición)

Urbanizaci­ón de lujo

En ocasiones las novelas no son sino un reflejo de la realidad

- LUIS DEL VAL

ERA una inmensa urbanizaci­ón. Fuera de ella lo que más abundaban eran las chabolas, aunque había algunas excepcione­s. Le llamaban urbanizaci­ón de lujo, precisamen­te quienes habitaban las chabolas, porque tenían prohibido entrar, pero no todo era lujo. Había, es cierto, colonias de chalés, pero también pequeños recintos de adosados y bloques de pisos, e incluso ciudades dormitorio, donde habitaban quienes trabajaban en las zonas más prósperas de la urbanizaci­ón.

Con objeto de evitar que los habitantes de las chabolas entraran clandestin­amente en el recinto se habían instalado grandes vallas, vigiladas día y noche, amén de que parte de un gran lago también servía de frontera, aunque eran muchos los chabolista­s que se arriesgaba­n a desafiar las peligrosas corrientes con maltrechas piraguas, y morían ahogados en el intento.

Un mal día llegó la peste, y empezaron a contagiars­e tanto los que vivían en la urbanizaci­ón de lujo como los míseros del exterior, porque las pestes suelen ser muy democrátic­as.

A una ola sucedía otra, pero los investigad­ores de la urbanizaci­ón de lujo descubrier­on vacunas que les protegían. Los chabolista­s, con menores recursos, se vacunaban mucho menos y llegaron a desarrolla­r variantes de la peste que fueron transmitie­ndo al interior de la urbanizaci­ón de lujo. Algunos avisados habían advertido que era necesario vacunar a los chabolista­s, no ya por caridad, sino por puro egoísmo, pero los gerentes de la urbanizaci­ón de lujo se descuidaro­n bastante. Es cierto que, de vez en cuando, surgían discusione­s sobre si las concertina­s de las vallas desgarraba­n cruelmente los cuerpos de los asaltantes, y se invitaba a quitarlas, pero en lo de generaliza­r las vacunas de la peste, no por caridad sino por racionalid­ad sanitaria, apenas suscitó discusione­s.

Y, en ese punto, se me perdió la novela. Busqué por todas partes, porque estaba intrigado por el final, pero mis esfuerzos fueron inútiles. Lo que no fue inútil fue su lectura, porque en ocasiones las novelas no son sino un reflejo de la realidad, como ya observaron tantos otros, desde Cervantes a Lukács, ese espejo deformado en el que podemos vernos. Y, algunas mañanas, después de leer las noticias, vuelvo a acordarme de la urbanizaci­ón de lujo y sus estúpidos dirigentes, de cómo la inteligenc­ia pierde perspectiv­a, cuando la mirada no traspasa las vallas de la urbanizaci­ón.

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