UN ALCALDE CONTRA TRES MIL AÑOS DE HISTORIA
José María González ha conseguido que la ciudad considerada la ‘cuna de la libertad’ en España sea actualmente un lugar secuestrado por el populismo con el callejero y la demagogia y, sobre todo, la miseria. Su glosario de escándalos no tiene límites
Kichi está empeñado en pasar a la historia de Cádiz como Mágico González pasó a la del Cádiz: quedándose frito en el descanso. La diferencia es que el futbolista salvadoreño hacía soñar a los cadistas y José María González Santos, alcalde desde 2015, ha dormido a los gaditanos. Cádiz hiberna desde que la gobierna este revolucionario de tienda de disfraces, famoso por su escaso apego al trabajo. Kichi es lo que en gaditano del barrio de la Viña se denomina un camastrón, ‘apamplao’, ‘atontolinao’ o, de manera más condescendiente, ‘juancojones’. Los más cabreados con sus dislates políticos le llaman también ‘guachisnai’, que es como los oriundos califican a los forasteros, porque llegó a la Bahía con cuatro años desde Rotterdam, donde sus padres habían emigrado. Este es un argumento muy débil. Teófila Martínez era de Santander y estuvo 20 años al frente del Ayuntamiento. Pero hay ya un cansancio en la gente que se detecta en el grosor de los argumentos. «Este tío sólo ha traído a Cádiz mierda y miseria», resuelve rápido un pensionista en un banco de la plaza de San Antonio.
Lo cierto es que toda la política de José María González es de cartón piedra, como los forillos del Teatro Falla –a ver cuánto le dura el nombre– que decoran las actuaciones de las agrupaciones del Carnaval. Enarbola una ideología de quita y pon. Y esa inconsistencia intelectual del alcalde se respira ya en la brisa salobre de los callejones antiguos. Palacios decrépitos, bloques enteros okupados, grandes casas desconchadas, zaguanes apuntalados, aceras mugrientas y un censo dislocado de indigentes componen la postal contemporánea de la ciudad en la que el geógrafo griego Estrabón vio el paraíso hace dos mil años. Del Balneario de la Palma en la playa de la Caleta sólo emergen ahora vagabundos que aprovechan la columnata y la arena para evitar la intemperie y dormir mullidos. Qué diferencia con la escena de ‘Muere otro día’ en la que Halle Berry sale del agua en ese mismo rincón.
También han acampado los nómadas en los fosos de Puerta Tierra. Hoy mismo hay un cordel con calzoncillos tendidos en la muralla del siglo XVIII que separa ‘Cádiz, Cádiz’, denominación autóctona del casco histórico, de la ciudad moderna. Los dormitorios al aire libre son el gran legado populista. Se puede dormir de balde y en condiciones infrahumanas en la Plaza de la Candelaria o la de las Tortugas. El alcalde de la gente ha atraído un ‘turismo’ insoportable para los vecinos. Porque el ‘kichismo’ ha degradado la ciudad en todos sus estratos con su repertorio de estereotipos comunistas. La pugna que mejor ilustra esta política de megáfono es la que mantiene con el Casino de la plaza de San Antonio, donde tiene su sede un vivero de empresas locales. Para el alcalde, aquello representa «la caspa de la burguesía gaditana heredera del franquismo». Su objetivo es echarlos de allí para que el edificio «sea del pueblo».
También explica bien su nivel de distorsión mental el pleito que tiene con la viuda de Paco de Lucía, Casilda Varela, a quien pretende expropiar su casa simplemente por ser la hija del general José Enrique Varela. «Crearemos ahí el Museo de la Memoria Democrática», pregona sin que el Ayuntamiento tenga el más mínimo derecho de titularidad sobre el inmueble. Así funciona todo bajo su imperio. Cuando apenas lle
vaba un año como alcalde, unos agentes de la Policía Local retiraron la mercancía a un vendedor ambulante que ofrecía pescado en un cubo de playa con menos papeles que una liebre. Kichi se enfrentó a ellos: «Entre un gaditano que se busca la vida y un policía, siempre estaré del lado del que se busca la vida». Los comerciantes legales no le hablan desde entonces. Para él «Otegi es un hombre de paz que no tiene delitos de sangre». Y en el terreno social, su propuesta más importante ha sido la creación de los talleres de «coñocimiento» (sic), donde se enseña a las mujeres a conocer mejor su centro de gravedad.
Cádiz no está sólo sucia por fuera. También lo está por dentro. El día que Kichi mandó quitar el nombre al Teatro Pemán y después la placa de la casa natal del poeta, cosa que jamás habría hecho Alberti, más comunista que él de aquí a Lima, se llegó al paroxismo de la degradación de la sociedad gaditana. Su último estrambote ha sido retirar el nombre de 29 vías de la ciudad para bastardear el callejero. Por ejemplo, le ha quitado una avenida al Príncipe de Asturias para ponérsela a un militante del PSOE que ha presidido durante años una asociación de vecinos. Otra calle pasará a llamarse Proletariado del Metal justo mientras los huelguistas están quemando la Bahía. El farmacéutico Gabriel Matute, que fue presidente de la Cámara de Comercio en 1935, también
La evolución del Kichi en los mentideros
ha sido condenado al ostracismo. Y la Alameda Apodaca, dedicada a Juan José Ruiz de Apodaca, último virrey de la Nueva España y capitán general de la Armada en el siglo XIX, se llamará ahora Clara Campoamor. No se trata ya de un abuso aberrante de la Ley de Memoria Histórica, que en ningún caso abarca a militares decimonónicos, sino de un empobrecimiento a toda velocidad de la historia de una ciudad que presume de ser la cuna de la civilización europea y de las libertades españolas por su origen trimilenario y por su papel fundamental en la Constitución de 1812. Pero hoy el Oratorio de San Felipe Neri, templo en el que se promulgó ‘la Pepa’, es como mucho un vestigio arqueológico mal cuidado.
Kichi retira los rótulos movido por su bolivaranismo de comparsa, pero no la cochambre de las aceras. Sopla ahora en la antigua Gades un permanente levante de decadencia que se ha comido,
AL PRINCIPIO DESATÓ PASIONES. SE PRESENTÓ EN UN DESAHUCIO PARA EVITARLO Y ANUNCIÓ ‘PAREDES DE CRISTAL’. «PARECÍA BUEN CHAVAL», DICEN EN EL BAR
con la salinidad de la demagogia podemita, las fachadas de los antiguos palacios. La Tacita de Plata, expresión que por cierto acuñó Pemán, está desconchada, gris, vestida de chándal los domingos, sombría, triste, en paro. Ya no es baluarte de nada.
De popular a populista
Más allá de Puerta Tierra, postigo por el que se accede al istmo en el que Estrabón vio el edén, casi todos piensan que Kichi tiene una mayoría absoluta abrumadora. Es falso. Gobierna gracias al apoyo del PSOE, cómplice de la degeneración populachera. Hace apenas unos años Cádiz era una ciudad limpia, ordenada, con una actividad cultural potente. Ahora es una mascarada. El comparsista que la dirige ha conseguido que los gaditanos crean que sus mejores poetas son los letristas que concursan cada año en el Teatro Falla porque él se ha encargado personalmente de borrar la memoria de Pemán, Columela, Cadalso, Quiñones o Carlos Edmundo de Ory. Antes se escribían en Cádiz coplas populares. Ahora se hacen coplas populistas. Kichi no representa ni a sus votantes, el 24 por ciento de los censados. Hay una abstención de casi el 40 por ciento en las elecciones municipales. Según las cuentas, a González sólo lo votan los parados, que son el 26,15 por ciento de la población. Y no todos. Ganó los comicios, pero sin el PSOE eso habría sido sólo un mal sueño. Los socialistas le dieron la llave de la Tacita a un profesor de historia que apenas dio clases durante una temporada en Córdoba, especialista en engarzar bajas laborales y en toda clase de beneficios sindicales. Un incumplidor nato. Un buscavidas gaditano.
Al principio desató pasiones. Se presentó en un desahucio para evitarlo, anunció que el Ayuntamiento tendría «paredes de cristal» y que todas las decisiones se tomarían en asambleas ciudadanas. Pero todo era un embuste como los del mítico Pericón, cantaor que en una porfía con otro pescador aficionado que le estaba enseñando una mojarra colgada de su anzuelo le llegó a contestar que él había pescado una presa mejor: un faro fenicio… encendido. Kichi hizo su primera lista electoral en la calle a mano alzada y salieron de concejales varios parados, una limpiadora y un amigo que no tenía ni el graduado escolar. La siguiente ya la hizo a dedo, claro. «Yo lo de Pemán no se lo perdono», explica un parroquiano del Manteca, templo del chicharrón con vino blanco de la tierra. Las conversaciones de barra comienzan a ser unánimes. «Parecía buen chaval, pero no vale un duro», se lamenta otro. En esa tasca se encontró un día a Curro Romero y se doctoró en hipocresía. Ojana le llaman los nativos. «Maestro, quiero saludarle porque aunque yo soy antitaurino sé reconocer a un artista». Esa es su táctica de patio de Monipodio. De niño fue catequista y ahora se proclama ateo, pero va a ver al Nazareno con su madre «porque es una costumbre muy arraigada en Cádiz». Acudió a recibir al Buque Escuela Juan Sebastián Elcano en mangas de camisa, lo que provocó las iras de la gente por su mala pinta, y al día siguiente anunció en las redes sociales que se había comprado un traje en Eutimio, la tienda de ropa de caballero preferida por los llamados ‘caletis de Cádiz’, los puristas del lugar.
En realidad aquel traje no se lo compró para sofocar la polémica de su desaliño, sino porque ese fin de semana casaba a un amigo suyo en el Ayuntamiento. De todos modos, a los barcos le tiene cierto respeto. Cuando Arabia Saudí encargó unas corbetas a los astilleros gaditanos para su guerra con Yemen, él, antimilitarista declarado, encontró un resquicio sindical para defender a los trabajadores: «Nos obligan a elegir entre el pan o la paz». Por estas cosas los suyos lo consideran un genio y la mayoría, un desahogado.
Contra Carranza
Pero su plan para arrasar la ciudad sigue adelante. Al alcalde Ramón de Carranza le quitó su avenida en 2017 y el nombre del estadio de fútbol hace unos meses después de un ‘referéndum’ en el que salió la opción de ‘Nuevo Mirandilla’ con 200 votos. Lo mejor es que bajo esta vieja denominación que él se vanagloria de haber recuperado se jugó un partido en abril de 1939 de apoyo al eje hispano alemán entre la selección alemana y el Cádiz. En el único cartel que se conserva de la época lucen a tamaño gigante la esvástica nazi y el águila de San Juan.
Pero el despropósito con la familia Carranza no queda ahí. Al hijo de Ramón, José, también le ha quitado esta semana su calle, aunque con ese tema tiene una comezón porque el puente viejo de acceso al istmo se llama igual y no puede hacer nada para evitarlo. Es propiedad del Ministerio de Fomento. Tal vez por eso esta última semana se le ha visto tan soliviantado en los piquetes de los trabajadores de la metalurgia gaditana. El ‘proletariado del metal’, que ahora tiene una calle en Cádiz, reclama las mejoras salariales que Kichi niega a sus policías locales. Como patrón es inapelable. Pero como tampoco puede presumir de hacer demasiados esfuerzos, limita su trabajo a la arenga de megáfono y a cambiar el nomenclátor.
Kichi quiere ganar la guerra sin bajarse de la cama. Hace un año se cargó el nombre de la Avenida Juan Carlos I para dedicarla a la Sanidad Pública. Sin embargo, durante la pandemia un paciente le metió fuego a la planta Covid del hospital Puerta del Mar y él no se movió del sofá. Mientras las llamas que tanto le gustan devoraban las habitaciones y los enfermos tenían que huir por piernas, él tuiteaba tranquilo sobre chirigotas. Porque esa es otra de sus características esenciales, la superioridad moral. Kichi está por encima de la verdad, de la razón y de la historia. Se siente superior incluso a la tradición y va a cambiar, por sus santos decretos, la fecha del próximo carnaval de febrero a junio. Ni sus camaradas de comparsa le apoyan, pero él no encuentra un atajo mejor para alcanzar la posteridad. Y Cádiz tiene la culpa porque se abstiene.
Pemán le escribió un piropo a su ciudad que parecía un presagio del peor costumbrismo populista: «No eres tú, una vez más, la pandereta / clara y chillona de Andalucía, / con su cascada, en blondas, de alegría, / sobre el carey de la peineta». La polis trimilenaria de griegos, fenicios, romanos, musulmanes y cristianos, la de la ‘Pepa’ liberal, esa que ha sido invadida por el carey de la peineta del ‘kichismo’ en sus proclamas de vestuario sin duchas, se ha quedado dormida. Como Mágico González en el descanso contra el Atlético de Madrid tras la charla-nana del entrenador. O como el indigente que sestea con el soniquete de las olas. O como el vagabundo que dormita en un sofá incrustado en la muralla. «Buenas tardes», le saludamos mientras dejamos a nuestra espalda el chillido blanco de la Catedral. La respuesta es un ronquido y un olor vomipurgante a espigón humano.