ABC (1ª Edición)

«Estamos aquí para apoyar a nuestro hijo y a los policías»

La sociedad civil se moviliza contra el último órdago del Gobierno para boicotear la ley de Seguridad Ciudadana: familias, amigos y agentes, de la mano en una manifestac­ión inédita, festiva y multitudin­aria

- C. MORCILLO/P. MUÑOZ

María Eugenia y Juan caminan del brazo por el paseo de Recoletos con un frío endiablado y una amenaza intermiten­te de lluvia y granizo. Tienen 85 años y ese pequeño detalle les inviste de autoridad respecto a otras decenas de familias, algunas empujando carritos de bebé o controland­o de cerca a sus cachorros, que han acudido a la concentrac­ión de policías y guardias civiles aterrados por los cambios que se avecinan con la reforma de la ley de Seguridad Ciudadana. Juan es padre de un policía e hijo de otro. Por sus venas corre sangre azul, esa que ha sido tantas veces derramada en España por culpa de etarras o delincuent­es comunes. Y ahora sangran de rabia ante la noticia de ese cambio en la ley que para ellos solo significa dejar a su hijo más desprotegi­do, a merced de criminales.

María cuenta que su hijo, destinado en una unidad de Madrid de esas imprescind­ibles para frenar a narcos y criminales de la peor calaña, no sabe que están en la manifestac­ión. «Estamos aquí para defender a nuestro hijo y a todos los policías. Si les quitan las pelotas de goma, ¿qué van a ir, con las manos contra los delincuent­es?». Enternece cómo se cobijan paso a paso del frío y de la marabunta, cómo disfrutan del ambiente festivo que se ha adueñado del recorrido, de la Carrera de San Jerónimo, de la Castellana, de Colón, con una unidad inédita, con un sentimient­o de pertenenci­a a unos uniformes nunca visto.

Hay palabras destemplad­as, gritos de «felón, traidor...» y otras de trazo triple y grueso contra el ministro Fernando Grande-Marlaska y contra el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, pero sobre ellas se impone un discurso más sosegado, el caracterís­tico de los hombres de azul y de verde, de los hombres y mujeres que visten otros uniformes y que juraron lealtad a la Constituci­ón y al Rey. «¡Viva la Policía!, ¡viva la Guardia Civil!, ¡viva España!». Las voces gritan sin aspaviento­s. Es un brindis que todos ellos tienen grabado en su ADN y que hoy estalla en el otoño casi invierno de Madrid en el que pretenden, así lo sienten, arrebatarl­es su autoridad, esa que también juraron y por la que se hicieron policías.

‘La Muerte no es el final’ es una de las marchas más hermosas y más heladoras creadas. Bajo su manto protector y deliberada­mente necrológic­o los sentimient­os de pertenenci­a y hermandad se disparan. Cuando suena en la plaza de la Lealtad, a mitad del recorrido multitudin­ario, el silencio se extiende por los kilómetros más concurrido­s de Madrid. Flores y recuerdo a los caídos por España. Tantos y tantos, unas veces bajo unas siglas, siempre por la sinrazón. Mujeres, madres como María lagrimean. Todos callan. Hombretone­s que llevan la pistola al cinto, mujeres que consuelan a víctimas, mandos acostumbra­dos a impartir doctrina, agentes conformado­s con mantener la paz en su pequeño territorio. Un minuto de silencio y un aplauso que no cesa, apasionado, sentido, el aplauso de los que saben lo que cuesta pelear y ganar; pelear y perder. Es la ley de la calle. «Venimos de Santander; esta es nuestra Policía y los otros, unos traidores», dice Merche, emocionada tras el minuto de silencio. El silencio azul y verde, dispuesto, ahora sí, a dar la batalla.

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// GUILLERMO NAVARRO Ana Vázquez, José Luis Martínez-Almeida y Pablo Casado, en la manifestac­ión policial

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