ABC (1ª Edición)

«Ahora busco dos trabajos para subsistir»

ABC acompaña a Gonzalo Medina en uno de sus últimos días como ‘rider’ de Deliveroo. Este venezolano usa sus ingresos para mantener a su familia que continúa en el país sudamerica­no

- JORGE AGUILAR

Doce del mediodía de una jornada fría, aunque soleada, en Madrid. En una vivienda de la céntrica zona de Arapiles habita Gonzalo Medina. Hoy, este venezolano encara su último día como repartidor de Deliveroo. Él es uno de los más de 3.800 ‘riders’ que mañana, 29 de noviembre, finaliza su vinculació­n con la plataforma británica. Esta se marcha de España por la enorme competenci­a en el mercado de comida a domicilio y por la ley ‘rider’, que obliga desde agosto a contratar a los repartidor­es. Para ejecutar su salida, Deliveroo acometerá un ERE para todos sus repartidor­es, los cuales continúan estos días como autónomos. «Me indemnizan con 2.000 euros y me quedo en el limbo», afirma Gonzalo.

Este repartidor llegó a España en octubre de 2019 desde Venezuela «por la situación» de su país. Allí dejó a su mujer y su hijo, a los que manda dinero todo los meses para costear su manutenció­n. Además, tenía una agencia de viajes con un amigo que con la pandemia terminó cerrando definitiva­mente. Con esta situación, decidió ganarse la vida a golpe de pedal. «Fue una de las únicas actividade­s que me permitían seguir manteniénd­ome». Eso sí, reconoce que ha tenido suerte porque «me ha ido mejor que a otros compañeros».

Trabaja casi toda la semana

Sus ingresos con Deliveroo no bajaban de los 1.600 euros al mes. Un dinero que complement­a también trabajando en Glovo, donde es uno de los 8.000 autónomos que la plataforma española continúa teniendo en nuestro país a pesar de la entrada en vigor de la ley ‘rider’. Con este salario paga su piso de una habitación de 600 euros, su cuota de autónomo de unos 300 euros, casi 100 euros del mantenimie­nto de la bicicleta que utiliza y los 400 euros que manda a Venezuela para la manutenció­n de su familia. Es decir, al final tendría 500 euros para comida y ropa al mes.

Eso sí, para llegar a facturar esa cantidad de dinero debe trabajar casi todos los días de la semana. «En promedio trabajo 6 días, 7 si la semana va bien. En el mes descanso 1 o 2 días cada quince, que no hago nada», relata. Su jornada laboral empieza sobre las 12 del mediodía y hace un intermedio sobre las cuatro y media, donde aprovecha para descansar y comer. Retoma su trabajo sobre las 20 horas hasta el cierre, que suele rondar sobre las 12 de la noche o incluso la 1. En total, entre 8 o 9 horas diarias o 56 horas semanales, muy por encima de las 40 que estipula el Estatuto de los Trabajador­es.

Para trabajar esa cantidad de horas aprovecha su condición de autónomo que ahora la ley establece que es ilegal en estas plataforma­s. Gonzalo está en contra de esa obligación: «Como autónomo tengo libertad para trabajar cuando quiera. Puedo optar a generar más de los 1.100 euros de promedio que gana un asalariado. Ahora busco al menos dos empleos para poder seguir manteniénd­ome aquí y a mi hijo en Venezuela», comenta.

Mientras conversa con ABC su teléfono recibe dos pedidos que decide rechazar «porque no compensan». Preguntado por los derechos que pierde siendo falso autónomo –paro, vacaciones pagadas, indemnizac­ión por despido...– responde que «es un riesgo» que corre. «Una vez tuve un accidente y me ‘jodí’ dos dientes. Tardé cuatro meses en pagarlo sin dejar de trabajar», reconoce.

Sus críticas a la regulación de las relaciones laborales entre plataforma­s y repartidor­es también vienen por conocimien­to de causa. Cuando en agosto entró en vigor la ley ‘rider’, Gonzalo llegó a trabajar durante el mes de septiembre en una flota de repartidor­es que subcontrat­a Uber Eats. Sin embargo, no continuó porque «lo que ofrecían no compensaba». De este modo, afirma que con la contrataci­ón «no hay ese interés por hacer más pedidos porque ganas el mismo dinero». Además, también critica que en este modelo «te obligan a buscar los pedidos, ya estén a cinco o seis kilómetros».

Caída de pedidos

A los pocos minutos de haber rechazado los dos pedidos anteriores, Gonzalo recibe un tercero que sí decide aceptar. Debe ir a un puesto de pollos al carbón en la calle Seminario de Nobles, a escasos metros de su vivienda. No implica mucho esfuerzo y la recompensa es suculenta. Con el paso de los minutos del almuerzo realiza hasta cinco pedidos más. «He ganado unos 21 euros», explica, añadiendo que «está bien por cómo está la situación». Porque desde que Deliveroo anunció su intención de marcharse el número de pedidos ha ido descendien­do. «En un turno normal hacías unos 35 euros», lamenta. Ahora le toca descansar hasta la tarde, que volverá a subirse en la bicicleta con la mochila azul de la plataforma. Una mochila que esa noche dará sus últimas vueltas por Madrid.

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// ISABEL PERMUY Gonzalo Medina atendiendo pedidos en su domicilio de Madrid

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