ABC (1ª Edición)

Porque su abuela vio bailar a Joséphine Baker

- KARINA SAINZ BORGO

Cuando tenía doce años, Almudena Grandes se enteró de que su abuela había visto bailar desnuda a Joséphine Baker. Desde ese día, se preguntó por España, por una nación en la que el progreso nunca fue una línea continua y en la que, en una misma familia, una abuela podía adelantar en modernidad y desenfado a su hija y a su nieta. Acaso por las muchas mujeres que corrían por sus venas, Almudena Grandes se construyó como una escritora empeñada en entender el mundo en el que vivía y el que la antecedió. Historiado­ra y novelista. Maniquea para unos, galdosiana para otros, sabía domar las palabras y el archipiéla­go humano que se despliega en toda novela realista. Fue una escritora leída, porque conectó con la pulpa de algo mayor que ella: el pasado, las identidade­s construida­s en ese pasado y que permanecía­n irresuelta­s como un fracaso. Esa voz de lija suya con la que se podrían cortar los barrotes de una prisión estaba presente en sus libros. Eso era ella, la autora de los asuntos inasibles, la hija voluntario­sa de Galdós.

Se empeñó en acometer ese largo proyecto de ‘Episodios de una guerra interminab­le’, su serie de ficción sobre la posguerra española en el siglo XX y en la que alojó una conciencia narrativa del presente. Ocurrió con ‘Los besos en el pan’, su novela alusiva a la crisis de 2010. Grandes invirtió su carrera literaria y su obra en hablar de una derrota lo suficiente­mente larga como para acercar a abuelos y nietos en el largo precipicio del progreso que no termina de llegar.

Su madre le pidió que estudiara una carrera de chicas. Algo que le permitiera abrirse paso al mismo tiempo que hiciera de ella una mujer cultivada. Así que eligió Historia. Pero la vida, que juega sus cartas, la hizo elegir y ella optó por la ficción. Recorrió el mismo camino que habría emprendido un historiado­r, pero en dirección contraria.

La memoria fue el gran tema de su generación, y el suyo propio. Acaso porque su abuela vio bailar desnuda a Joséphine Baker. Desde ese día, Almudena Grandes se preguntó por España, un lugar encuaderna­do en el pasado y de ahora en adelante impreso en sus novelas. Su muerte prematura, demasiado temprana acaso, deja huérfanos a los lectores que la hicieron libre. «Yo escribo lo que me da la gana, porque mis lectores me sostienen». Así fue, en todas y cada una de sus novelas: libérrima.

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