ABC (1ª Edición)

La bendición y la maldición de ser artista a toda costa

► Rodrigo Cortés dirige ‘El amor en su lugar’, un drama sobre una compañía teatral en el gueto de Varsovia ► La película, protagoniz­ada por Clara Rugaard y Ferdia Walsh-Peelo, se estrena el próximo 3 de diciembre

- LUCÍA M. CABANELAS

Descubrir felicidad en el horror de una guerra es tan difícil como hacer arte bajo el fuego de los fusiles. Y, sin embargo, del mismo modo que una vela o una linterna son capaces de iluminar la oscuridad más lóbrega y opaca, también en el abismo del dolor puede haber alegría, incluso risas, aunque sea durante unos instantes. Basta una chispa de inspiració­n para que hasta el material aparenteme­nte más yermo prenda. La cultura, como la naturaleza en ‘Parque Jurásico’, se abre camino en ‘El amor en su lugar’, la nueva película de Rodrigo Cortés, que se estrena el próximo 3 de diciembre en las salas. Un drama y, como en una caja china, también una comedia musical, inspirado en la historia real de una compañía de actores de teatro que siguió representa­ndo su función, pese al aciago destino que les esperaba, en el crudo invierno de 1942 en el gueto de Varsovia durante la ocupación nazi.

El inclasific­able director, autor del Verbolario de ABC y comandante de actores como Robert De Niro (‘Luces rojas’), Ryan Reynolds (‘Buried’) o Uma Thurman (‘Blackwood’), se reinventa y presta su ingenio para recrear la puesta en escena de la obra ‘Milosc Szuka Mieszkania’ (‘El amor busca apartament­o’), que se representó en el teatro Fémina de Varsovia. A partir de un borrador en el que el reconocido escritor alemán David Safier imaginaba la vida de esos intérprete­s, Cortés pergeñó el guion definitivo de la película, «una historia nunca contada en el cine»; la de «una sociedad muy compleja, muy hacinada pero muy jerarquiza­da, en la que los artistas trataban de seguir haciendo lo que hacían».

Con un reparto internacio­nal encabezado por la danesa Clara Rugaard y el irlandés Ferdia Walsh-Peelo, Cortés atraviesa las entrañas de un infierno en el que, a pesar de todo, la cultura fue capaz de florecer y encender una

«El artista lo es de forma inevitable, ni siquiera tiene una visión sagrada o mesiánica de curar a nadie»

«Actuar es como una gracia salvadora. No tenían nada, les habían arrancado todo lo demás y lo único que les dejaron fue el arte»

mecha. Por vocación, por puro instinto, por superviven­cia. «El artista lo es de forma inevitable, ni siquiera tiene una visión sagrada o mesiánica de curar a nadie, pero se expresa y eso es algo inevitable, humano», explica el cineasta, de pie entre las butacas del Teatro Muñoz Seca, donde ABC reúne a los dos intérprete­s y al director. Allí, los jovencísim­os protagonis­tas de la cinta aprovechan para tararear y recorrer el escenario madrileño igual que en la película, un continuo vaivén dentro y fuera de bastidores, sin respiro entre la agonía vital que les arrastra y el deber del papel que interpreta­n cuando les toca su escena. Rugaard y Walsh-Peelo también entran y salen de su papel, la vida se mezcla con la interpreta­ción, y ellos cantan y ríen y, sobre todo, recuerdan cómo fue la experienci­a del rodaje a las órdenes del director. «Me cautivó; lo que cuenta resuena en todos nosotros porque somos actores y no podemos evitar emocionarn­os con una historia así», reconoce el irlandés. «Actuar es como una gracia salvadora. Ellos no tenían nada, les habían arrancado todo lo demás y lo único que les dejaron fueron el gozo y el arte. El disfrute del arte nadie se lo podía quitar; tampoco el amor que compartían. Era lo que les quedaba y lo que les salvaba y les daba un propósito para seguir viviendo», aclara ella.

Un espectácul­o de escapismo en el que, durante unas horas, un puñado de actores consiguió hacer desaparece­r a los nazis, aunque ocuparan cada esquina del gueto, y que no existieran el hambre ni el frío, aun sin pan y en pleno invierno. Solo importaba su vocación, ese instinto que les empujaba como un resorte hacia el público, a desvivirse por unos desconocid­os que, mientras duró la función, olvidaron todo lo demás.

Todo por un aplauso

«Ser artista es una maldición y es una bendición también. La gente de teatro hace la función, en cualquier circunstan­cia: si se muere tu padre, haces la función; si tienes fiebre, haces la función, y si se va la luz del teatro, sacas velas pero haces la función. Eso es maravillos­o y es terrible. El artista hace lo que sea por un aplauso, regala hora y media de felicidad a mucha gente, pero le acompañan siempre sus vanidades e insegurida­des. Al igual que sucede en la película, todo es verdad a la vez», sugiere Cortés.

Admiradore­s del trabajo del director, al que conocían por ‘Luces rojas’, fueron su entusiasmo y optimismo – «siempre está sonriendo»– lo que conquistó a la pareja. «El guion era un concepto tan único... nunca había leído nada parecido, te atrapa desde la primera página y te lleva a través de la historia», admite Rugaard. El actor, que tenía 19 años cuando rodaron, maduró de golpe con el relato. «Es casi imposible plantearse lo que uno haría en esa situación, lo que está en juego es tan grande… qué más les quedaba, qué más podían hacer. Es todo lo que tenían», asegura.

Igual que Cortés, «que hizo de todo», el elenco tenía que estar formado por artistas totales. Debían entender el calado emocional de los personajes, cambiando de registro como si todo fuera tan sencillo como quitarse una máscara. También bailar y, sobre todo, «cantar de maravilla». Los intérprete­s escuchaban la música por un pinganillo para poder entonar, pero los micrófonos solo registraba­n su voz. «No hay muchos actores capaces de mostrar tantas disciplina­s o aunarlas en una», desvela el cineasta, que escribe y dirige de forma «trepidante», como un Aaron Sorkin castizo, pero explica con mucha calma las claves de su obra.

Los tres lo repiten en el escenario del teatro madrileño. El director pone la base y taconea, marcando el ritmo, mientras ellos unen sus voces y entonan el ‘Without you’, tema principal de ‘El amor en su lugar’, que mantiene la letra original de las canciones del polacojudí­o Jerzy Jurandotlo­s, pero cuya música, desapareci­da, compone

por arte de magia Víctor Reyes. «Escuché la canción como una psicópata, la ensayé 24 horas, durante días, en mi casa», cuenta Clara Rugaard.

A través de un increíble plano secuencia inicial de doce minutos, deudor, como casi todos los del cine, del que Orson Welles incluyó en ‘Sed de mal’, Cortés sigue a la actriz e intenta «dotar al teatro [de la película] de verdadero contexto» para que el espectador atraviese, de manera literal, el gueto, acompañand­o a la protagonis­ta, huyendo de la cacería junto a ella, escapando por unas ruinas, pasando un control, accediendo al teatro y recorriend­o las estancias que después cada uno de los personajes va a «poblar». Entre bastidores

El resto del metraje es un ir y venir sempiterno, un trajín interminab­le entre el escenario y los bastidores. «En un rodaje, de algún modo, todo son bambalinas menos justo lo que se ve en el encuadre. La única física limpia es la de la propia pantalla, todo lo que hay alrededor es mentira, así que nunca hay que mirar alrededor», cuenta Cortés, que sin embargo sí fija su cámara en el esqueleto del teatro de ‘El amor en su lugar’, donde la realidad termina colándose incluso cuando el telón se levanta.

Lejos de su banal sentido actual, tan manido que sirve para todo, la expresión de hacer algo «por amor al arte» recobra su significad­o original en esta película, con artistas como los de ‘El amor en su lugar’, que actúan por vocación y sacrificio, hasta las últimas consecuenc­ias. Al final, como bien recoge el título, la cinta no es una obra más sobre el dolor durante la ocupación nazi, sobre la superviven­cia en la guerra. Es sobre amor, y su lugar está dentro y fuera de bambalinas. «Está en todas partes, en el aire», dicen los actores, recordando la canción. «El amor es cuando es desinteres­ado y cuando se piensa en el otro primero. El otro es el amor romántico, apasionado, que es de mecha corta y de ignición espectacul­ar, pero el verdadero amor es un camino de renuncia, un camino de sacrificio. Cuando los personajes se ven en el dilema de qué es más importante, amar o ser amado, cobra especial importanci­a lo que están viviendo. Es gente que quiere vivir media hora más y cuando les preguntan qué prefieren, ser amados de repente se hace muy importante», reflexiona el cineasta. «Es lo que nos mueve, una manera de encontrar luz en la oscuridad», dicen ellos. Y, como dando el pie, Cortés susurra el último apunte antes de que caiga el telón: «En el amor verdadero, la pregunta de qué estás dispuesto a hacer por amor significa a qué estás dispuesto a renunciar».

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BAUCELLS // INÉS Los actores Clara Rugaard y Ferdia Walsh-Peelo

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