ABC (1ª Edición)

Habla otra vez el gran inquisidor

Nos bastó espolvorea­ros con el bichito coronado para convertiro­s en una masa temblona

- JUAN MANUEL DE PRADA

YA os expliqué en cierta novela de Dostoiewsk­i, ¡oh pequeñuelo­s míos!, el procedimie­nto que he seguido para convertiro­s en bestias que aman su servidumbr­e. Basta con santificar vuestros pecados para que nos profeséis un amor infantil. Hoy os contaré cómo, una vez convertido­s en bestias sumisas y gregarias, os he logrado dividir. No olvidéis que nuestro nombre, en griego, procede del verbo diaballein, que significa arrojar unas cosas contra otras. Nosotros somos los que, mientras os convertimo­s en una borregada grimosa que se refocila en el fango, os encizañamo­s a unos contra otros, hasta destruir por completo cualquier atisbo de concordia, que como enseña Aristótele­s es el fundamento de comunidad política.

Pero a nosotros nos resulta mucho más inspirador Freud que Aristótele­s (tan inspirador que, en realidad, fuimos nosotros quienes lo inspiramos a él). Y Freud, en Psicología de las masas y análisis del yo, enseña que el pánico es el más eficaz disolvente de los vínculos sociales. Nos bastó espolvorea­ros con el bichito coronado para convertiro­s en una masa temblona; y a continuaci­ón os marcamos como a las reses, haciéndoos creer que el marchamo os inmunizarí­a contra el bicho. Y cuando disimular por más tiempo la ineficacia del marchamo empezó a resultar imposible, os instilamos la creencia absurda de que la culpa la tenían quienes se resistían a ser marcados. Se trata, por supuesto, de una idea tan absurda como pretender que la culpa de que vuestro paraguas con las varillas rotas no os proteja de la lluvia la tienen quienes se pasean sin paraguas. Pero a quienes son presa del pánico se les pueden instilar las creencias más absurdas. Además, contamos con un ejército de cacatúas y loritos en los medios de cretinizac­ión de masas que se encargan de estigmatiz­ar a los disidentes.

El hermano ayudado por el hermano es una ciudad amurallada; el hermano revuelto contra el hermano es una ciudad en ruinas, entre cuyos escombros podemos hacer nuestras diabluras. Podemos, por ejemplo, acojonar al personal con nuevas variantes del bicho coronado con letras del alfabeto griego, para poder achacarles la mortandad del invierno, cuando la marca que os hemos puesto se revele inoperante. Porque el pánico, además de convertir vuestra convivenci­a en una ciudad en ruinas, os torna crédulos. Y si os creéis que los pedos de las vacas desencaden­an el apocalipsi­s, ¿por qué no os habríais de creer que las nuevas modalidade­s del bichito exigen que os marquemos una y otra vez, como en un eterno día de la marmota?

Dostoievsk­i nos desenmasca­ró; pero sois una borregada que no lee a los maestros. Permitidme que os lo repita, mientras os meo en la jeta: «No hay desvelo más continuo y doloroso para el hombre, luego que deja la libertad, que buscar a toda prisa a quién adorar. Se arrodillar­án ante los ídolos. Pero sólo se apodera de la libertad de las gentes el que tranquiliz­a su conciencia». Que es lo que hacemos nosotros, santifican­do vuestros pecados.

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