ABC (1ª Edición)

La inflación no existe, idiota

La subida de precios es sólo espejismo, apariencia. El verdadero problema es el sustrato franquista de la derecha

- IGNACIO CAMACHO

Aescala doméstica sucede con la factura de la luz lo mismo que con las mentiras de Sánchez: que primero se escandaliz­a uno y luego acaba por acostumbra­rse. Si no tiene un negocio, claro, porque la subida impacta sobre la estructura de costes y puede echarlo todo abajo. Pero en casa el recibo acaba asumido como otros sacrificio­s; se quita algo de aquí y de allá, se baja la calefacció­n –antes era el aire acondicion­ado, que la escalada empezó en verano–, se mira que no se queden encendidos los aparatos y las bombillas y se va tirando. Ya ni es noticia cada nuevo récord del megawatio, apenas un suelto en las secciones de economía de la prensa y los telediario­s. Hemos terminado por poner la lavadora en cualquier momento, porque aquel cuadrante ridículo de las franjas horarias ni sirve de nada ni es posible entenderlo. Y al final nos resignamos: la vida es dura y nos han tocado malos tiempos. Pero los malditos precios energético­s repercuten sobre todos los demás, el transporte, la cesta de la compra, el combustibl­e, los márgenes del comercio, y llega un día en que echas cuentas y con los números delante notas lo corto que se te queda el sueldo. Te estás empobrecie­ndo. Y encima el Gobierno te dice que no serás un buen ciudadano respetuoso con el medio ambiente hasta que no tengas un coche eléctrico. Recochineo.

Se llama inflación. El impuesto de los pobres le dicen algunos economista­s, como si fuese el único tributo que pagan. Y en noviembre ha llegado a una tasa anual del 5,6 por ciento, que no alcanzaba desde 1992, el año de los Juegos y de la Expo, cuando llegamos a creer en la modernizac­ión de España antes de que la euforia del espejismo se amargara en una crisis inmediata. Pero los expertos, al menos los arúspices del optimismo, insisten en que se trata de un fenómeno transitori­o que decaerá allá por febrero y que los importante es el dato ‘subyacente’ descontado­s la energía y los alimentos. Es decir, el pollo, ese animal inflaciona­rio por antonomasi­a, como dice con zumba el profesor Rodríguez Braun, y la manía burguesa de no pasar frío en casa. Si quitas eso verás que tu existencia no se ha vuelto tan cara, aunque sea a costa de hartarte de legumbres –son muy sanas– y ver la tele en el salón envuelto en una manta. Es lo bueno de las estadístic­as, que siempre hay a mano un truco, un modo de suavizarla­s. Lo mismo sucede con las cifras de paro y sus lecturas ‘desestacio­nalizadas’ para sacar de la ecuación el efecto de la temporalid­ad en un país donde se trabaja bajo demanda elástica.

En resumen, que todo está bajo control y que no debemos fiarnos de las apariencia­s. Los apuros de fin de mes son sólo dificultad­es pasajeras, pequeños ajustes para que la economía rebote con más fuerza gracias a los fondos de ayuda europea. Paciencia. Nuestros verdaderos problemas los causa el irredento sustrato franquista de la derecha.

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