La pandemia y el mal
El virus nos plantea un profundo interrogante metafísico sobre la esencia del mal
FUE Spinoza quien utilizó la expresión «Deus sive natura» (Dios o la naturaleza) para manifestar su creencia en una única sustancia, dotada de dos atributos: el pensamiento y la extensión. No hay ninguna oposición entre Dios y la naturaleza, que es una mera plasmación del orden divino, según su filosofía.
Si lo natural es bueno porque ha sido creado por Dios, la pregunta es de dónde procede el mal. Esta es la cuestión por la que Willem van Blijenbergh, un comerciante calvinista de cereales, envía cuatro cartas a Spinoza en 1665 y luego viaja a La Haya para discutir con él.
El autor de la ‘Ética’ respondió las cartas y en una de ellas recurre a Adán para explicar lo que es el mal. Adán sabía que no podía comer del árbol prohibido, pero ignoró el mandato de Dios. Si desobedeció es porque decidió eludir una interdicción sin ser consciente de que vulneraba el orden moral y natural establecido por el Supremo Hacedor.
La concepción de Spinoza enlazaba con la tradición escolástica medieval por la que Dios ha creado todas las cosas y las leyes que rigen el mundo. Pero se aparta del pensamiento de Santo Tomás que consideraba el mal como algo existente y real frente a la tesis spinoziana de una mera ignorancia de los designios divinos. El mal siempre acaba por desencadenar un bien porque Dios es infinitamente bueno y previsor, según Spinoza.
La pregunta es hoy si esta pandemia contradice su afirmación sobre la existencia de una naturaleza metafísicamente buena y por qué ha surgido este mal que ha provocado dolor y muerte. ¿Cómo es posible que ese Dios infinitamente bondadoso haya permitido o contemporizado con tanto daño? Si es omnisciente y lo puede prever todo, ¿por qué no ha impedido este desastre?
Resulta muy difícil conciliar esa idea de la naturaleza como emanación o extensión del orden creado por Dios con la existencia del mal. El propio Benedicto XVI se preguntó en Auschwitz cómo era posible que el Todopoderoso hubiera permitido el genocidio de los judíos.
Más bien, la pandemia indica que estamos a merced de fuerzas malignas e incontrolables de una naturaleza que se ha vuelto contra el hombre. Si Dios existe, nos ha abandonado a nuestra suerte o, al menos, ha dejado que el mal nos azote. Ya no es posible sostener esa relación armónica del Hacedor y la naturaleza de la que hablaba Spinoza.
El virus nos plantea un profundo interrogante metafísico sobre la esencia del mal. No es posible entender la pasividad de Dios ante la muerte de tantos inocentes y de tanto dolor. Si todo lo que nos pasa formara parte de la voluntad divina, llegaríamos a la conclusión de que nuestra suerte le es indiferente al Ser Supremo, infinitamente bueno y previsor. El mal no es simplemente una inobservancia de las leyes divinas, sino que tiene una entidad real y bien real.