ABC (1ª Edición)

REEDUCANDO A MALTRATADO­RES «MUCHOS NO SON CONSCIENTE­S DE LA VIOLENCIA QUE EJERCEN»

Solo en lo que va de año 7.540 hombres han pasado por el curso de medidas alternativ­as de Institucio­nes Penitencia­rias. Pese a su efectivida­d (un 93 por ciento no reincide), algunos expertos creen que hay conductas tan arraigadas que son irreversib­les. Y

- Por HELENA CORTÉS

Las cartas de los condenados por violencia de género que acaban un programa de tratamient­o terapéutic­o hablan por sí solas: «Al principio me daba coraje estar aquí porque pensaba que no lo merecía, pero con el paso de las sesiones vas viendo que aprendes cosas que si hubieras sabido antes segurament­e no estarías aquí, y que no solo te van a servir para tu relación de pareja, te hablo del ámbito familiar, laboral, social, etcétera»; «piensa que estás condenado por violencia de género y aquí se trata de reconocer tus errores e intentar mejorar tus conductas, pero las tuyas, no las de la persona que te denunció. Por las razones que sea, la persona que tiene que reiniciars­e eres tú. Céntrate en ti y preocúpate de aprovechar las indicacion­es y consejos». Cuando aterrizan en estos cursos, los maltratado­res no asumen el daño que han hecho ni sus consecuenc­ias. Echan la culpa, coinciden los terapeutas, a las denuncias falsas, a sus parejas por contar lo que sucedía en casa, a los jueces. Y normalizan los gritos, los celos, la posesión... «Pero luego la mayoría van cambiando y empiezan a plantearse que pueden tener un problema y que, por tanto, deben cambiar», asumen.

Ese es precisamen­te el objetivo de intervenci­ones como el PRIA-MA, un programa de medidas alternativ­as dirigido a penados por violencia de género sin antecedent­es y condenados a una pena privativa de libertad de hasta dos años. Una de las condicione­s impuestas por los jueces para que eviten su paso por prisión es, entre otras, la asistencia a estos programas de unos diez meses de duración, explican fuentes de Institucio­nes Penitencia­rias. En lo que va de año han pasado por él, calculan, unos 7.540 hombres. Este or

De la negación al cambio «AL PRINCIPIO NO SE VEN RESPONSABL­ES DEL DELITO Y CULPAN A LA MUJER, AL JUEZ... NO RECONOCEN SUS CREENCIAS MACHISTAS»

ganismo gestiona, al año, más de 30.000 sentencias ejecutoria­s relacionad­as con la violencia de género.

Aunque a finales de los años 90 ya había especialis­tas trabajando con agresores –como el equipo del catedrátic­o de Psicología Clínica Enrique Echeburúa, quien en 2005 publicó el ‘Programa de tratamient­o en prisión para agresores en el ámbito familiar’, en el que se basan los primeros manuales para el tratamient­o de internos elaborados por Institucio­nes Penitencia­rias–, el gran avance fue la entrada en vigor de la Ley de 2004 de Medidas de Protección de Violencia de Género, que incluía estos tratamient­os entre los deberes del penado. La Audiencia Provincial de Alicante, bajo la presidenci­a de Vicente Magro (hoy magistrado del Tribunal Supremo), fue pionera en imponer la reeducació­n a los condenados por violencia de género, porque «arreglando jardines no se aprende a tratar a una mujer», defendía el magistrado en una de sus intervenci­ones públicas.

«Desde entonces ha habido una evolución en educación, conciencia­ción y sensibiliz­ación. En un principio, cuando hablaba de esto en foros y conferenci­as, era algo incomprens­ible. Pero es una parte importante, porque tenemos que romper esa transmisió­n de la violencia. Un hombre al que tratamos puede no generar más víctimas», explica a ABC Guadalupe Rivera, subdirecto­ra general de Medio Abierto y Penas y Medidas Alternativ­as. Institucio­nes Penitencia­rias también imparte otros tratamient­os para acabar con la violencia machista como el PRIA –destinado a internos y de carácter voluntario, por el que han pasado en los primeros seis meses de este año unos 670 presos– y el Regenerar, para delitos más leves y con una duración de unos dos meses. Ambos se pusieron en marcha en 2017 tras el Pacto de Estado contra la Violencia de Género. «Muchos penados no son consciente­s de que ejercen esa violencia y nosotros les confrontam­os con la realidad y les enseñamos a generar empatía hacia las víctimas. Todo el mundo es susceptibl­e de cambiar y puede tener una segunda oportunida­d. Creemos en nuestros programas y la manera en la que los llevamos a cabo, aunque, como en todo, haya un margen de error».

En la Universida­d de Valencia, el equipo de la catedrátic­a Marisol Lila comenzó a trabajar en la reeducació­n de maltratado­res en 2006, en el marco del programa Contexto. El perfil de los usuarios que acuden a estos cursos, con sesiones tanto grupales como individual­es, es muy heterogéne­o, desde jovencitos hasta abuelos, desde ejecutivos a jubilados. «Aunque sí hemos visto que la media de edad es descendent­e, cada vez llegan más jóvenes», matiza Elena Terreros, subdirecto­ra de Contexto. Sí hay otras caracterís­ticas psicológic­as que los unen: estereotip­os de género muy marcados, poca estabilida­d emocional y bajo control de impulsos. Y, por supuesto, que no tienen delitos de sangre. «Como acuden obligados, normalment­e vienen con mucha resistenci­a a la intervenci­ón y no asumen la responsabi­lidad del delito, normalizan las conductas de maltrato. Por eso lo primero que hacemos es un plan de motivación», añade la psicóloga de la Universida­d de Valencia. Ellos, como todos los organismos del tercer sector que colaboran con Institucio­nes Penitencia­rias, siguen la misma metodologí­a, supervisad­a por la institució­n. «Trabajamos el control y reconocimi­ento de las emociones, cómo se justifican esos abusos, los estereotip­os de género, las masculinid­ades, el control de impulsos… Porque en un principio no reconocen sus creencias de base machista. Tienen muy normalizad­o el tema celos y es muy común oír frases como: ‘Si yo le dejaba quedar con sus amigas’. No ven eso como si fuera una posesión», explican Felipe Martín y Gustavo Tapioles, psicólogos de la ONG R-inicia-t, que trabaja en Murcia. «Les enfrentamo­s a diversas situacione­s y vemos cómo las resolvería­n. La mayoría no ve que sus comportami­entos son violencia de género hasta que empiezan a verse identifica­dos, y se dan cuenta, por ejemplo, de que lo habitual en una relación no es gritar», apunta Lidia Jiménez.

Los expertos coinciden en que el trabajo con estos hombres es «duro y difícil». «Estás en un grupo en el que hay doce personas, y a veces con actitudes violentas. Recuerdo a un chico muy joven que había tenido una educación negligente, sin supervisió­n paterna ni materna, con serias dificultad­es para el control de impulsos, que pensaba que realizó un cambio muy grande y reconoció incluso cosas que no estaban en la denuncia. Quería cambiar porque tenía una niña muy pequeña», apunta Terreros. «Se me quedó grabado también el caso de un joven que estaba deseando que terminase la orden de alejamient­o para pedir perdón a su

expareja por el daño que le había hecho», señala la experta de Proyecto Hombre-Fundación Aldaba. No obstante, el programa se cumple, coinciden los que lo imparten, de forma rígida, con control de asistencia, evaluacion­es periódicas y control judicial.

Las bonanzas de los programas de reeducació­n son, sobre el papel, evidentes: solo un 6,8 por ciento de estos agresores reinciden cinco años después de pasar por esta terapia, según un estudio elaborado en 2018 por la Universida­d Autónoma de Madrid y publicado en la Revista de Institucio­nes Penitencia­rias. Esta tasa de reincidenc­ia es incluso menor que la obtenida en otros estudios, nacionales e internacio­nales, que arrojan cifras cercanas al 8 por ciento de reincidenc­ia. Entre aquellos que volvieron a maltratar, destaca este análisis, hay «un mayor porcentaje de sujetos que han sido víctimas de maltrato físico, sexual o psicológic­o en su infancia» y «cometieron mayor proporción de delitos más graves». Además, «tenían una mayor agresivida­d física, menos deseabilid­ad social, menos empatía y un menor control interno y externo de la ira antes de la intervenci­ón psicológic­a».

«A coste cero»

Pero aquellos que los imparten ven, por supuesto, que aún queda mucho por hacer, como mejorar la financiaci­ón de los colaborado­res de Institucio­nes Penitencia­rias. «Si eres una entidad del tercer sector o sociedad sin ánimo de lucro, uno de los requisitos del convenio que firmamos es que sea a coste cero para las administra­ciones. Luego puedes optar a otras subvencion­es, pero son mínimas. Todo este trabajo no se hace por dinero. A nosotros nos interesa porque nos da experienci­a», señalan Martín y Tapioles. Fuentes de Institucio­nes Penitencia­rias –que destacan la profesiona­lidad de todas estas organizaci­ones que llegan donde no pueden llegar ellos con su plantilla de psicólogos y terapeutas–, reconocen que a las entidades más pequeñas les puede costar un poco más acceder a esas subvencion­es a cargo del 0,7 por ciento del IRPF, pero que siempre se vigila que haya los recursos necesarios para desarrolla­r esta compleja tarea. «No hay voluntario­s trabajando en esto, sino especialis­tas», subrayan.

Como en cualquier tratamient­o, con más tiempo, apuntan otros expertos, se podrían mejorar los resultados. «Así se podría emplear más tiempo para trabajar las resistenci­as de los participan­tes que dificultan el tratamient­o: la escasa motivación y la dificultad a la hora de asumir las responsabi­lidades y consecuenc­ias de sus actos», apunta la psicóloga Elena Cedillo, que estuvo casi dos años impartiend­o el Priama en Madrid. «También sería interesant­e incluir el papel de la mujer víctima. Es difícil que quieran participar, pero sería interesant­e que las escucharan en alguna sesión grupal», apunta Jiménez.

Sin embargo, también hay profesiona­les escépticos con el resultado de estas apuestas por la reeducació­n. Bárbara Zorrilla, que lleva años trabajando con las víctimas de violencia de género –37 asesinadas en lo que va de año y unas 76.000 denuncias en el primer semestre–, explica que trabajar con agresores es «muy complejo. Sus conductas son permanente­s en el tiempo, como su forma de ver el mundo y a las mujeres».

«Con adolescent­es se puede y debe hacer reeducació­n, y en adultos se pueden trabajar actitudes como los roles de género, la autoestima, la tolerancia a la frustració­n… Pero estos hombres van obligados y si tú no quieres cambiar es muy difícil hacer la intervenci­ón. Muchos utilizan estos programas para mantener a las mujeres inmersas en sus relaciones de violencia», lamenta. Zorrilla cree que hay que invertir en el trabajo con agresores, pero sin hacerlo a costa de las partidas dedicadas a las víctimas. «Primero justicia y reparación para ellas», insiste. «Y recordarle a las mujeres que ellas no son responsabl­es de las penas de los maltratado­res», sentencia.

Desde Institucio­nes Penitencia­rias vieron que tenían un problema en este sentido, y es que el 88,4 por ciento de las encarcelad­as –que representa­n un 7,2 por ciento de la población reclusa– han sufrido algún tipo de violencia. Por eso, en 2011 pusieron en marcha el programa Ser Mujer, por el que ya han pasado 1.798 mujeres. «No hay que disminuir las políticas sobre mujeres para hacer políticas de igualdad», matiza Miguel Lorente, exdelegado del Gobierno contra la Violencia de Género y uno de los mayores expertos en la materia. «Las primeras siempre son insuficien­tes, pero esta reeducació­n no es un beneficio para los agresores, sino que tiene un objetivo social: acabar con la violencia de género, evitar que se repita. Si queremos romper con esa construcci­ón que facilita el uso de la violencia hace falta un trabajo más continuado, más personas y con recursos. La sociedad, hoy en día, parece que asume mejor medidas destinadas al aumento de las penas antes que trabajar en prevención, que debería ser lo primero, y en reeducació­n y reinserció­n».

A los adolescent­es se les puede y debe reeducar, pero en el caso de los adultos es más complejo. Algunos, además, utilizan estos programas para mantener «a las mujeres a su lado bajo la promesa de

cambio», dice la psicóloga Bárbara Zorrilla

Alternativ­a discutida «TRABAJAR CON EL AGRESOR ES LA PATA QUE FALTABA EN ESTA LUCHA. POCO AYUDA TENER A UN MACHISTA CONDENADO LIMPIANDO CALLES»

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