ABC (1ª Edición)

Marta Ortega o las contradicc­iones de la vieja economía

- MARÍA JESÚS PÉREZ

El pan y la sal le han negado a la nueva presidenta de Inditex por el único hecho de ser mujer y apellidars­e Ortega. Ni una oportunida­d le han dado para demostrar cuál es su plan o si llega al puesto porque siendo bueno lo que se ha hecho no es tan bueno ni tan fácil lo que queda por hacer. Marta Ortega ha sacado lo peor de la economía más rancia y viejuna de este país

AMarta Ortega le han negado el presente, que es la mejor manera de anular su pasado y condenar su futuro. Su llegada a la presidenci­a de Inditex ha sacado todas las contradicc­iones de la economía más demodé y casposa: nadie atiende al trabajo callado y silencioso que ha hecho durante las últimas décadas en las tripas del negocio familiar; nadie se fija en su formación de primer orden no ya para pilotar Inditex sino cualquier otra gran firma a nivel mundial; nadie quiere ver su apuesta por España, pues pudiendo elegir cualquier lugar del mundo para desarrolla­rse profesiona­lmente ha optado por lo más difícil, que es sentarse donde nadie le va a reconocer los méritos; nadie le concede, en suma, el beneficio de la duda y compran el discurso averiado y dirigido que la sitúa como la hija del jefe; nadie quiere ver que hacen falta relaños para tomar las riendas de un imperio que es, además, la fortuna familiar.

Marta Ortega tiene por delante no ya la continuida­d de la saga, la permanenci­a del talento de su estirpe para hacer de una cosa grande algo aún mejor. Ella está padeciendo en sus carnes las sacudidas externas del inmovilism­o más casposo y el terrible fuego amigo de quienes quieren encasillar­la como ‘la niña de papá’. La rica heredera que va a dilapidar lo que otros forjaron con esfuerzo. Ni más ni menos. La llegaron a culpar de la caída del 6% de la acción el día de su aterrizaje. Como si antes no existiera y hubiera venido de otro planeta. ¿Dónde están las aguerridas defensoras del talento femenino ahora? ¿Dónde quedó la jauría del heteropatr­iarcado empresaria­l?

Marta Ortega tiene por delante un doble y colosal trabajo: preparar Inditex para el futuro y demostrar lo que a ningún otro antes se le exigió por adelantado. Tiene la tarea de digitaliza­r una compañía gigante con peligros mastodónti­cos y plantar cara no ya a grandes almacenes y superficie­s comerciale­s como en las décadas pasadas, sino hacer frente a transatlán­ticos como Amazon y desenvolve­rse en unas aguas turbulenta­s y sin carta de navegación. Porque Marta está sola; en la soledad en compañía de las grandes multinacio­nales que casi nadie entiende y que muy pocos saben manejar, por mucho que crean que la experienci­a de un sector es extrapolab­le a otro o un caso de éxito equivale al siguiente de manera automática. Casi nadie da crédito a Ortega. Luego, si lo logra, los mismos dirán que se lo encontró hecho, que otros le abrieron el camino, y, si fuera necesario, que es la hija del jefe.

Estamos ante un nuevo ciclo inversor, en medio de un cambio de paradigma, y lo que ha valido hasta ahora ya no sirve. Todo lo contrario: puede servir de lastre. Ahí tiene, delante, la patata caliente de tener que cerrar centenares de tiendas y reciclar empleados para un mundo futuro –pero que ya está aquí– donde no hay mostradore­s ni cajones de ropa. Ahí le llega la necesidad de establecer un nuevo plan inversor a la altura de la nueva era. Y crear un relato sostenible y atractivo para la sociedad, porque una empresa no es lo que un par de ejecutivos crean sino lo que sus clientes consideren en todo el mundo.

Pablo Isla ha cerrado un ciclo y ahí queda su obra. Pero se puede elogiar a uno sin derruir a la otra, porque eso es una empresa; en eso consiste el legado y la generosida­d. Le ocurrió a él mismo cuando tomó el relevo de su antecesor, José

María Castellano, aquel que decía de sí mismo que «detrás de mí, la tempestad», y miren los 16 años que vinieron después. Es el síndrome del empleado que confunde la corporació­n con él mismo. Isla no necesita que nadie le eleve sobre una Ortega cuestionad­a para agrandar su obra porque es un ‘lose-lose’. Seguro que cualquier gran fundación u obra social se rifará a Isla a partir del próximo abril para que conjugue su profundo conocimien­to de la empresa privada con su sensibilid­ad por lo público, pero para eso tampoco haría falta demoler la imagen de quien tuviera que retirarse. ¿Se imaginan? Pues así de innecesari­os son los campos sembrados de minas y dudas con que han recibido a la flamante

presidenta de Inditex. Porque eso es lo que es y así ha de ser en el terreno económico: la presidenta, antes que la hija; la ejecutiva, antes que la heredera.

El mayor defecto de los ingratos es que no devuelven lo que deben siempre que pueden, quizás porque los que obtienen algo de manera irreflexiv­a creen estar en deuda solo consigo mismos. Se habría agradecido hablar más de red de tiendas, de presencia global y de cuentas de resultados que de apelacione­s genéticas. Pero es la

España que algunos fomentan para reducirla a un quítate tú para ponerme yo, interpreta­ción social comunista de la ‘ley del embudo’. Han invertido la carga de la prueba: que demuestre que no va a destrozar la compañía. Y que lo haga de un día para otro. Así de tramposo. El techo de cristal se ha hecho por momentos un telón de acero, porque las ofensas echan raíces más hondas que los favores. Da igual. Se ha echado de menos algún «yo sí te creo, Marta». Pues... ahí va el mío, por si sirve de algo.

Los mismos que critican cualquier desliz de género consintier­on una cacería sin escrúpulos. Se ha echado de menos algún «yo sí te creo, Marta»

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