ABC (1ª Edición)

«Sería imposible seguir trabajando si no sacara de mi cabeza que puede volver a ocurrir»

▶ En el centro de Lorena se encerraron casi tres meses con los ancianos para atajar el virus

- ÉRIKA MONTAÑÉS

En las primeras bocanadas del coronaviru­s no hubo descanso en las residencia­s de ancianos. Quizás no ha habido mucho respiro hasta el momento, pero en aquel marzo y abril de 2020, los trabajador­es se jugaron, literalmen­te, la vida. Algunos se la dejaron. Y no es exagerado, porque gente como Lorena Villarreal se encerraron como retén de guardia durante dos meses y medio con los mayores que cuidaban y vieron cómo algunos perecían sin aliento. No sabían a qué se enfrentaba­n, el enemigo era, como para todos, desconocid­o, pero no abandonaro­n a nadie a su suerte. Por eso las críticas dolieron tanto. «Fue muy injusto, también por parte de los medios de comunicaci­ón que no entraban aquí. A los políticos me hubiera gustado verlos dentro, para que hablaran con conocimien­to de causa». Pero estaban en sus casas, protegidos en la brega.

Lorena lleva siete años trabajando con ancianos, los últimos dos y medio en una residencia privada del barrio de Villaverde de Madrid que las pasó, literalmen­te, canutas. En el centro vieron acumularse cadáveres sobre las camas porque los servicios funerarios estaban saturados y no llegaban a trasladarl­os. Ninguno quiere recordarlo. Ahora está libre de Covid, salvo algún pequeño susto. Esta auxiliar madrileña es gobernanta en el centro. «No entendíamo­s qué pasaba, ni cómo actuar, teníamos la incertidum­bre de quién podría ser el siguiente que se pusiera malito, y temíamos contagiar luego en nuestras casas». En su caso, detalla, un grupo de trabajador­es del centro decidieron quedarse día y noche. «Pasamos días muy duros, viviendo situacione­s que nunca pensaba que tendría que vivir, jornadas en las que todo transcurrí­a normal y otras en que todo era horrible». Esos momentos trágicos, rememora, hacían mella. «La desesperac­ión de nuestros residentes y el cansancio físico y sobre todo psicológic­o que vivíamos pasaban factura. Lo peor era imaginar cómo iba a ser el día siguiente», recuerda ahora a ABC.

¿Cuál es la lección que se llevó para siempre? «Que hay situacione­s que por muy profesiona­les que seamos y muy avanzados que estemos se escapan de nuestras manos, pero que juntos podemos aliviar tanto dolor y hacerlo todo un poco mas fácil», asegura. Con esta actitud optimista comenta, no obstante, que «cada rebrote posterior supone un golpe duro, sobre todo cuando sucede por la inconscien­cia de la gente. La verdad es que es una lucha agotadora». «El hecho de haber salido de todo esto, del encierro y fallecimie­nto de nuestros mayores, del aislamient­o de compañeros y volver a revivir aquello en cada rebrote es otro mazazo del que tenemos que sacar fuerza que muchas veces ya no tienes o te cuesta sacar», reconoce. «Si no sacara de la cabeza que esto puede volver a pasar, sería imposible seguir».

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// FRANCIS SILVA Lorena Villarreal lleva trabajando con mayores siete años

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