Recesiones y recesiones
Últimamente no paramos de hablar de recesión. Y con independencia de que la economía acabe o no contrayéndose –o, mejor dicho, cuándo acabará contrayéndose porque seguro que en algún momento lo hará–, el principal problema es lo que lleva asociado esa palabra. Las connotaciones son horribles. Y más tras haber vivido en los doce últimos años dos recesiones que aunque fueran de naturaleza muy distinta, ambas fueron muy traumáticas. Hay que recordar que la definición técnica de recesión son dos trimestres consecutivos de caída del PIB. Hay recesiones y recesiones. La que empezó en 2008 y terminó en el caso de España en 2014, tras haber concatenado la financiera con la del euro, fue una gran recesión de dimensiones bíblicas que arrasó la economía mundial y en concreto la de algunos países en los que los desequilibrios eran mayores –entre los que desde luego se encontraba el nuestro–. La de 2020 fue completamente distinta. Era algo que nunca habíamos vivido pero que desde el punto de vista económico exclusivamente tuvo unas consecuencias mucho menores de lo que en un primer momento pudimos pensar dado la dimensión del problema. Y, por último, de la que estamos hablando ahora, que tampoco tiene nada que ver con las anteriores y que en cierta medida puede ser la consecuencia de lo fuerte y rápido que se ha recuperado la economía mundial tras el parón sin precedentes que sufrió como consecuencia de las medidas que se tuvieron que adoptar para controlar la pandemia. El repunte de los precios como consecuencia primero, de los problemas en las cadenas de suministro y, luego, el repunte del precio de la energía que se ha visto agravado por la guerra en Ucrania, ha hecho que los bancos centrales salten al ruedo para cumplir con su mandato. El riesgo principal es que se pasen de frenada.
En cualquier caso, ni siquiera ese escenario que define una recesión técnica es el más probable. Desde luego no en Europa –y mucho menos en España– donde los bancos centrales van a tener que hacer mucho menos porque el problema con la inflación es mucho menor que en EE. UU. y la inercia de la economía sigue siendo muchísima. El ahorro acumulado, las políticas fiscales expansivas, un mercado de trabajo muy robusto y los servicios cogiendo el relevo a los bienes de consumo hacen que si como todo parece indicar la inflación se embrida en los próximos meses, el pesimismo que nos ha invadido estas últimas semanas se quede en una mal recuerdo. Y si no fuera así, los pesimistas de salón probablemente consigan su titular con la palabra recesión que, salvo catástrofe, en ningún caso tendría las consecuencias que han tenido las últimas.