ABC (1ª Edición)

Leer no hará más inteligent­es a nuestros niños, pero sí más listos

- FERNANDO ARIZA FERNANDO ARIZA PROFESOR DE LITERATURA DE LA UNIVERSIDA­D CEU SAN PABLO

Hay muchos motivos para que nuestros hijos adquieran afición a la lectura. Algunos están en boca de todos, pero otros pueden resultar sorprenden­tes. Una de las consecuenc­ias más asombrosas de leer es el desarrollo de la empatía y la teoría de la mente.

Al leer ficción, transforma­mos un mundo que solo existe en negro sobre blanco en un universo de colores, formas, sonidos y olores; pero, además, le damos vida a unos diálogos y unos monólogos neutros. Recreamos caracteres, expresione­s, tonos de voz y movimiento­s de los ojos. Imaginamos personas, las modelamos en nuestra mente y, con el paso de las páginas, se nos hacen tan cercanos como nosotros mismos.

Esa experienci­a personal con los personajes de las novelas provoca algo difícil e importante: sacarnos de nosotros mismos para contemplar la vida desde la perspectiv­a de otra persona (aunque sea ficticia). Fuera de la literatura nunca vamos a poder hacer eso y para los niños la experienci­a es brutal. Pensemos en esos personajes que ocuparon nuestras primeras lecturas: Atreyu, Bilbo Bolson, Alicia, Harry Potter, Willy Wonka… Estoy convencido de que para nosotros fueron más reales que muchos seres de carne y hueso que rondaban, allá en lo alto, nuestras vidas infantiles. Ese punto más allá del puro entretenim­iento, es lo que desarrolla las capacidade­s con las que empezábamo­s esta columna. El niño y adolescent­e (unas edades especialme­nte egocéntric­as), gracias a la ficción, salen de su yo para contemplar el mundo desde otro lugar. Como consecuenc­ia, desarrolla­n su capacidad empática, que no es otra cosa que ponerse en la cabeza de otro. Su consecuenc­ia es lo que se llama “teoría de la mente” (en sustitució­n al incompleto término de “inteligenc­ia emocional”), gracias a la cual logramos adivinar reacciones en los demás y actuar en consecuenc­ia.

Cada uno nace con un determinad­o nivel de inteligenc­ia, pero esa aparente injusticia se equilibra con la listeza. Saber interpreta­r a las personas, leer entre líneas y adivinar comportami­entos, además de conocernos a nosotros mismos, son capacidade­s de una ‘persona lista’; es perfectame­nte trabajable desde pequeño y diría que la lectura es el mejor modo de lograrlo.

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