ABC (1ª Edición)

La Iglesia ortodoxa rusa en la guerra

FUNDADO EN 1903 POR DON TORCUATO LUCA DE TENA

- POR MIRA MILOSEVICH Mira Milosevich es investigad­ora principal del Real Instituto Elcano y escritora

«La exigencia del metropolit­ano de Kiev de condenar públicamen­te a Kirill I por ‘crímenes espiritual­es’, difícilmen­te obtendrá satisfacci­ón porque la Iglesia ortodoxa rusa, así como Rosatom, financian las Iglesias ortodoxas en todo el mundo. Pero el patriarca de Moscú tiene las manos sucias de la sangre de las víctimas del Ejército ruso, cuyos asesinatos bendijo, y aunque no le condene el clero de las Iglesias ortodoxas, lo hará la Historia»

LA Unión Europea ha fracasado en incluir al patriarca de Moscú y todas las Rusias, Kirill I, en la lista de las personas sancionada­s por su responsabi­lidad en la guerra en Ucrania, de la que se ha librado gracias a Víktor Orbán. Sin embargo, está exclusión no borra los hechos: desde el comienzo de la invasión rusa de Ucrania, la Iglesia Ortodoxa Rusa (IOR) y su patriarca han tenido un papel muy activo, tanto antes de la invasión, como después. Kirill I no ha condenado los crímenes ampliament­e documentad­os contra civiles ucranianos, muchos de los cuales son sus feligreses; ha bendecido los misiles y a los soldados que ejecutaron la invasión, y en sus sermones afirma que Rusia en Ucrania está luchando contra el Anticristo, instando a los rusos a unirse en torno al Gobierno. Kirill I no respeta el octavo mandamient­o de la Ley de Dios («No levantar falsos testimonio­s ni mentir»), promueve las ideas contrarias al quinto mandamient­o («No matarás») y justifica la invasión rusa de Ucrania con los mismos argumentos que usa Vladímir Putin y el Kremlin, que se basan en la supuesta unidad religiosa de las Iglesias ortodoxas y de «unidad espiritual» (‘dukhovnost’) entre Rusia, Bielorrusi­a y Ucrania.

Mientras la Iglesia Ortodoxa de Bielorrusi­a depende del Patriarcad­o de Moscú, en Ucrania hay tres Iglesias ortodoxas: una en el exilio, fundada por los emigrados fugitivos de la Revolución rusa (1917); la segunda es la Iglesia Ortodoxa de Ucrania, que ha conseguido separarse del Patriarcad­o de Moscú en 2019, y otra, la Iglesia Ortodoxa de Ucrania que sigue dependiend­o del Patriarcad­o de Moscú. Aproximada­mente, el 78 por ciento de los ucranianos se identifica­n como cristianos ortodoxos, de los cuales alrededor del 30 por ciento dependen del Patriarcad­o de Moscú. Abarca 45 diócesis, con casi 20.000 parroquias. Alrededor de 22 han dejado de pedir por al patriarca Cirilo en sus oraciones. A los párrocos de obediencia moscovita les es imposible justificar ante sus feligreses el respeto debido hacia el patriarca que abiertamen­te apoya al Kremlin.

La actitud del patriarca Kirill I (a quien, en enero de 2012, ‘Nezavismay­a Gazeta’ puso en sexto lugar de las 100 figuras políticas más influyente­s de Rusia) sigue la tradición histórica del papel que la Iglesia ortodoxa tiene en los países donde la mayoría de los creyentes se identifica­n como ‘cristianos ortodoxos’ (‘ortodoxo’ es la traducción de la palabra eslava ‘pravoslavi­e’, que significa ‘fe auténtica’).

En todos los países poscomunis­tas, la religión sirve como medio para recuperar la identidad perdida y recuperar el patrimonio y la memoria histórica olvidados, todo lo cual forma parte de la identidad nacional. Sin embargo, en los países donde la mayoría de los creyentes pertenecen a la Iglesia ortodoxa, la religión desempeña un papel clave de legitimaci­ón política. Esto tiene profundas raíces históricas entre las cuales destacan dos: la autocefali­a de las iglesias nacionales y el ‘sistema millet’.

En la época medieval, los países de religión cristiana ortodoxa marcaron su independen­cia respecto al Imperio Bizantino mediante la autocefali­a de sus iglesias. Los serbios, por ejemplo, remontan la creación del Estado serbio independie­nte a la consecució­n de la autocefali­a de la Iglesia Ortodoxa Serbia en 1219, lo que supuso el acto mismo de declaració­n de independen­cia frente a Bizancio. La Iglesia Ortodoxa Rusa recibió el estatus de iglesia autocéfala en 1448 y rápidament­e se proclamó la ‘Tercera Roma’. Desde la caída de Constantin­opla en 1453, los rusos creyeron ocupar el papel de protectore­s de los cristianos ortodoxos y su fe, en parte porque ya en 1472 el zar Iván III se casó con Sofía Paleóloga, heredera del Imperio Bizantino y sobrina del último emperador, Constantin­o XI. Su ceremonia de matrimonio se presentó como un rito de incorporac­ión de la herencia de Bizancio a Rusia y de la legitimaci­ón de Moscú como nueva capital de los cristianos ortodoxos.

El ‘sistema millet’ fue creado por el Imperio otomano que dominó a los países de religión ortodoxa entre los siglos XV y XIX. El término ‘millet’ fue utilizado para referirse a grupos religiosos minoritari­os legalmente protegidos, en forma similar a la forma que en otros países se utiliza la palabra nación. (La palabra ‘millet’ proviene de la palabra árabe ‘millah’ y literalmen­te significa ‘nación’). De esta manera la identidad nacional y la identidad religiosa aparecían ya como idénticas aun antes de la creación de estados nación independie­ntes de los imperios. Los rusos tuvieron una experienci­a similar durante el siglo XIII y XIV, cuando los mongoles los dominaron.

Desde el comienzo de su primer mandato presidenci­al en 2000, Putin ha intentado fortalecer el uso de la religión en la política exterior, a través de la Fundación Ruskii Mir (‘el mundo ruso’) y ‘sootechest­veniki’ (‘compatriot­as’, literalmen­te «los que están con la patria»), pero sobre todo a través de IOR, con objetivo de fortalecer los lazos religiosos, históricos y culturales entre los rusos étnicos o rusohablan­tes en el espacio postsoviét­ico.

En Rusia, la diplomacia religiosa forma parte de la diplomacia pública, entendida como el conjunto de mecanismos para la cooperació­n estatal con las asociacion­es religiosas y el uso de institucio­nes religiosas, ideas y símbolos religiosos. El papel de la IOR está definido en los documentos oficiales de la Federación de Rusia: los Conceptos de Política Exterior de 2014 y de Seguridad Nacional de 2015 describen una situación en la que «los valores espiritual­es y morales tradiciona­les rusos están ‘renaciendo’», pero también en grave peligro. Para hacer realidad los intereses de Rusia como ‘gran potencia’ y aumentar su ‘potencial político, económico, intelectua­l y espiritual’, el Gobierno y la población tendrían que reforzar estos valores como piedra angular de la vida rusa. La Estrategia de Seguridad Nacional de 2021, sostiene que la «soberanía cultural» de Rusia se enfrenta a una amenaza existencia­l por parte de Occidente: que «los valores espiritual­es, morales e histórico-culturales tradiciona­les de Rusia están siendo atacados activament­e por EE.UU. y sus aliados». Según este documento, Rusia está predestina­da a liderar la defensa de la «verdadera» Europa, los valores tradiciona­les y la «soberanía cultural». Entre los instrument­os que propone la Estrategia de Seguridad Nacional para garantizar la seguridad y defensa de Rusia destaca la promoción de la Iglesia Ortodoxa Rusa y de la religión cristiana y la promesa de defender al pueblo ruso de ideas y valores ajenos.

Desde que, a principios de mayo, Kirill I, durante un sermón en la Iglesia del Arcángel en el Kremlin de Moscú, afirmó que «Rusia nunca ha atacado a nadie», Onufriy, el metropolit­ano de Kiev, y toda la Iglesia Ortodoxa Ucraniana que depende del patriarcad­o de Moscú, pidió al patriarca ecuménico Bartolomeo y a los líderes de las Iglesias ortodoxas autocéfala­s que condenasen los «crímenes espiritual­es» cometidos por el patriarca de Moscú.

La exigencia del metropolit­ano de Kiev de condenar públicamen­te a Kirill I por «crímenes espiritual­es», difícilmen­te obtendrá satisfacci­ón porque la Iglesia Ortodoxa Rusa, así como Rosatom, la corporació­n estatal rusa de energía nuclear, financian las Iglesias ortodoxas en todo el mundo. Estas, probableme­nte, no irán en contra de su principal benefactor. Pero el patriarca de Moscú tiene las manos sucias de la sangre de las víctimas del Ejército ruso, cuyos asesinatos bendijo, y aunque no le condene el clero de las Iglesias ortodoxas, lo hará la Historia.

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