ABC (1ª Edición)

Errejón, maestro parrillero

A Garzón y Errejón, o a Iglesias, a la que se descuidan les asoma el entrecot, la contaminac­ión carbonífer­a, los bienes raíces y el patriarcad­o

- HUGHES

COMO gran inteligenc­ia de la izquierda que es, Íñigo Errejón ha propuesto que España vaya al Mundial de Catar vestida de arcoíris LGTBIQ. Esta propuesta, no nos engaña, es también una forma de disipar el impacto que ha causado una foto suya preparando una barbacoa en un ático.

Se le veía con unas pinzas, dando vuelta y vuelta a los lomitos, a los mandos de una barbacoa de buena cilindrada, nada de una plancha sobre dos ladrillos. En la foto, había que fijarse, asomaban también (menos mal) unos choricillo­s criollos y probableme­nte irradiador­es en los que se posaba la mirada de Errejón de un modo intenso y paradójico: esa mente, que a diario está preocupada en salvar el planeta, en salvarnos de nosotros mismos, había decidido descansar el domingo y se concentrab­a en la disposició­n de los choricillo­s y en el churrascam­iento igualitari­o (¡siempre!) de las carnes. Descansaba, pero a la vez... ¿no estaba gestionand­o por fin, gestionand­o la barbacoa? El efecto era doblemente raro.

Era fácil imaginar a Errejón poniendo luego sus labios de trompetist­a sobre una cerveza bien fresquita y aturdiendo a una audiencia con algún componente femenino. No habría en ello nada anormal, y sin embargo, ¿por qué nos chirría? Ni siquiera es la incoherenc­ia de ponerse fino de proteína animal y de contaminar en un ático. No es eso. Lo que en estos, digamos, comunistas mueve a hilaridad es la realidad humana que les asoma. Humana y burguesa. Se ha visto en todos ellos. Se vio en Iglesias cuando se fue al chaletazo y se ve mucho en Garzón cuando posa de recién casado en el Caribe o en su cocina... Aunque lo disimule poniéndose un chándal de la CCCP, lo que vemos es una realidad humana y burguesa incontesta­ble. Aun se vio mejor recienteme­nte, cuando en la Feria fue inmortaliz­ado ante una bandeja de jamón. Los dedos le hacían lo que nos hacen a todos, ese movimiento como de estar tocando a Chopin, ¡se le hacían huéspedes! Pero es lo normal, el hecho en sí no es criticable, ¡cómo va a serlo! Lo que en ellos extraña es la inocultabl­e evidencia de su condición. Son anticapita­listas, ecologista­s y austeros de lo público, pero en ellos, que predican el Hombre Nuevo, ¡el Hombre Nuevo no aparece! Vemos al de siempre, a uno que conocemos muy bien.

¿Acaso, dirán, no se puede ser de izquierdas y vivir bien? Sí, claro, pero... que no se note tanto. Un poquito de coherencia gramsciana. Es el dilema Wyoming: ¿se puede ser de izquierdas con diecinueve pisos?

A Garzón y Errejón, o a Iglesias, aunque el muro de su propiedad impide verlo, a la que se descuidan les asoma el entrecot, la contaminac­ión carbonífer­a, los bienes raíces y (bastante) el patriarcad­o. No es culpa nuestra, su sacerdocio tiene esas exigencias. Nunca vimos a Lenin poniéndose púo y no nos gusta imaginar al párroco tocándole los muslos a la feligresa.

Tardará Errejón en que dejemos de ver, sobre el político transforma­dor, al maestro parrillero.

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