‘Spain is different’
Creíamos habernos modernizado, europeizado, pero a trancas y barrancas caemos en el cainismo de siglos anteriores
POSTALES
TAL vez fuera más apropiado decir «Spain, still different», España, todavía diferente, pues la vieja peculiaridad continúa. Creíamos habernos modernizado, europeizado, sacudido los rasgos que entusiasmaron a tantos viajeros extranjeros, pero no para su país, y resulta que tras una Transición modélica, un alza del nivel de vida espectacular y recibir casi el doble de turistas que habitantes, a trancas y barrancas caemos en el cainismo de siglos anteriores, y se dan entre nosotros situaciones que difícilmente ocurren en la la Europa civilizada. Pues ¿puede haber algo más chabacano que ser anfitrión de una de las organizaciones más importantes del planeta y, al mismo tiempo, tener en su Gobierno enemigos acérrimos de dicha organización? Se puede ser extravagante, como son a veces los ingleses, pero no hasta ese punto, ya que peligra la salud tanto física como mental de los espectadores. Pedro Sánchez y su equipo de Gobierno parecen dispuestos a apoyar cuantas medidas tome la OTAN ante la gravísima situación en
Ucrania. Pero ¿hasta qué punto están dispuestos a apoyarlo sus socios? ¿No intentarán boicotearlo? Porque la OTAN está decidida a impedir que Putin se salga con la suya, para lo que se dispone a multiplicar sus tropas de combate en la frontera con Rusia, a integrar en ellas a suecos y finlandeses, a dotar a los ucranianos de las últimas armas, a prestarles la ayuda económica necesaria para mantenerse, a seguir apretando el cerco económico a Rusia y a advertir a Putin que no consentirán que se quede con un solo milímetro de suelo ucraniano.
¿Bastará? Esa es la pregunta del billón de dólares. La que sobrevuela esta cumbre veraniega de la OTAN en Madrid. Nadie lo sabe, empezando por los protagonistas. Que Putin va a usar todas las armas a su disposición para erradicar Ucrania y sus habitantes, hay que darlo por seguro. Que corremos el riesgo de que, por un error de cálculo en una u otra parte lleguemos a la tercera (y posiblemente última) guerra mundial, más seguro todavía. Pero ceder a sus amenazas y crímenes contra la humanidad, como ese bombardeo de un centro comercial y, antes, el de escuelas, hospitales, teatros y viviendas, le abriría el apetito. A mi memoria ha venido otro momento en que rozamos la hecatombe nuclear: los buques soviéticos en el Atlántico con misiles atómicos para Cuba y los navíos norteamericanos dispuestos a impedírselo. Yo, camino de Berlín, siguiendo por la radio del coche las noticias de emisoras, primero occidentales, luego del este. A la altura de Magdeburg, un locutor que no puede dominar su nerviosismo dice que «llevamos varios minutos sin recibir noticias de los satélites». El silencio se hace aún más espeso para romperse con el grito: «Los barcos rusos están virando en redondo poniendo rumbo a casa». Espero que esta vez ocurra lo mismo. Pero seguro hay sólo que seguimos siendo diferentes.