ABC (1ª Edición)

La humildad

La mayor trampa es la de los humildes, la de los débiles, que usan su patraña para acabar imponiéndo­se y que los malos parezcamos nosotros

- SALVADOR SOSTRES

LA humildad es la virtud de los que no tienen otra. No soy humilde. Soy vanidoso, soy arrogante, soy inteligent­e y creo que Dios conspira con todas sus fuerzas para mantenerme erguido y libre en mi lugar y haciendo lo que hago. Si no tuviera un alto concepto de mí mismo no podría escribir cada día mi artículo, ni mucho menos mandarlo al periódico. La humildad o la modestia son las virtudes que recomendam­os a los demás, tal como les exigimos que hagan cola para poder saltarla. O la arrogancia es tu deber o es tu deber callarte. O eres un chulo como Jesús o vale más que sigas al ramado. A veces dudo, me siento mal, soy pesimista, que es la peor lacra. No siempre es fácil sostener el mundo con tus manos.

Pero somos unos hipócritas cada vez que adoptamos el modo del modesto, del como impedido. La mayor trampa es la de los humildes, la de los débiles, que usan su patraña para acabar imponiéndo­se y que los malos parezcamos nosotros. No hay mayor fascista que uno que se hace el pobrecito. No hay tiranía más asfixiante que la lástima. La humildad es siempre falsa. Y traicioner­a. Cuando uno te la predique, vigila tu cartera. Nada sale tan caro como un humilde. Uno que te pide un millón de euros para conocer los mejores restaurant­es y hoteles del mundo seguro que no te engaña. Si la mitad del dinero que hemos dado a las ONG hubiera llegado a su destino habríamos erradicado diez veces el hambre en el mundo. La izquierda va de humilde y ha creado muchos más problemas de los que ha sabido resolver. El capitalism­o, al que suelen llamar salvaje, es el sistema que más personas ha incorporad­o a la rueda del bienestar. La mitad de las veces, la humildad es una excusa para robar. La otra mitad es una coartada para ser un mediocre.

Porque para ser un arrogante, y un chulo, hay que serlo con motivo. Has de hacer algo que merezca la pena y no todo el mundo tiene la calidad ni el valor para conseguirl­o. Ser humilde es un atajo para esquivar el debate. El debate sobre tus huevos. Ocupamos un lugar precioso en el mundo, y unos años y un aire que podría ser para otro. No se puede vivir de cualquier manera, no se puede dejar que el tiempo pase. Hay que ser arrogante, sí, pero también hay que tener vergüenza y desperdici­ar los dones es una afrenta. Muchos dicen que son humildes, y sencillos, porque dimiten de entrada del deber –y la deuda– de esforzarse para hacer algo de provecho en favor de la Humanidad. Holgazanes, escurridiz­os, deficitari­os.

Hay que estar atento, hay que aprender sobre todo de los errores, y admitirlos enseguida, para levantarte y empezar de nuevo. Ni la arrogancia ni la chulería pueden ser una forma de despotismo para negar la realidad o para no pagar el precio, ni el poder un impulso arbitrario sino un ejercicio de responsabi­lidad. Hay que vivir en el centro, liftando las voleas. Te llamarán arrogante los que cuando Dios haga resumen pensará que no le salieron a cuenta.

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