Entre reformar el IPC y destruir el INE
En esta era es muy fácil destruir la credibilidad de las estadísticas
En la década de 1990, Alan Greenspan, presidente de la Reserva Federal de EE.UU., inició una campaña contra la manera en que se calculaba el Índice de Precios al Consumidor (IPC) en su país. Entonces, Greenspan era una eminencia indiscutida entre los banqueros centrales. Le dedicó varios discursos al tema de los precios, en los foros profesionales más influyentes, quejándose de que la manera de calcular el IPC sobreestimaba la inflación. Surgió entonces un debate sobre los llamados ‘precios hedónicos’. Según el banquero central, el IPC no tenía en cuenta las variaciones de calidad de los productos. El ejemplo más claro era el de los ordenadores: uno último modelo valía casi lo mismo que había costado otro diez años antes, pero las prestaciones eran infinitamente superiores en términos de capacidad y rapidez. Por el mismo precio tenías más prestaciones, por lo tanto, con el mismo dinero (o menos) habías adquirido algo de un valor mayor.
Gracias a su influencia, la Oficina de Estadísticas Laborales cambió la manera de calcular el IPC. El Gobierno norteamericano aplaudió a Greenspan. Al secretario del Tesoro le venía de maravilla el cambio porque, entre otras cosas, tenía un enorme volumen de su presupuesto comprometido en pagar gastos de la Seguridad Social que estaban indexados al IPC. Cada vez que se disparaba el IPC, el presupuesto sufría. ¿Les suena? Todavía pasarían unos años para que, finalmente, los políticos estadounidenses desindexaran esos pagos y los vincularan a un nuevo indicador donde la inflación era sólo uno de los elementos de revalorización.
Quizá sin quererlo, Greenspan ha sido uno de los precursores del ambiente de incredulidad que ha propiciado el auge de las ‘fake news’ en EE.UU. Los cambios que impulsó despertaron las críticas de muchos economistas. Uno de ellos, Walter J. Williams, empezó a calcular el IPC de acuerdo con la antigua metodología y a publicarlo en su web: shadowstats.com. El diferencial entre el IPC oficial y el de Williams empezó a ser notable. «En los últimos 30 años, ha sido evidente una brecha cada vez mayor entre los informes del Gobierno sobre la inflación, medida por el índice de precios al consumidor (IPC), y las percepciones de la inflación real que tiene el público en general», afirma el economista.
En una sociedad donde la credibilidad se destruye en segundos y la confianza tarda mucho en ganarse, Williams tocó en el nervio preciso. Su IPC ‘old fashion’ tuvo tal éxito que pronto empezó a calcular su propio PIB y otros baremos. Hoy hay gente que paga 175 dólares al año por las estadísticas de Williams.
«Si quieres destruir un país, envilece su moneda» es una frase que se atribuye a Lenin. Parafraseándolo, se podía decir lo mismo de las estadísticas. En el Gobierno de Pedro Sánchez, entre Escrivá y Calviño, se ha asentado el discurso de que el INE es una institución con problemas organizativos, de recursos humanos y de transparencia, que se han dejado crecer durante décadas, y que requiere muchos cambios. Es un punto muy discutible, pero lo que sí es seguro es que al Gobierno de Sánchez le queda, como mucho, año y medio en el poder, tiempo suficiente para destruir el INE, pero no para reformarlo.