ABC (1ª Edición)

«Si pago el alquiler y los servicios, mis hijos no comen»

► Yuri y Soledad viven de las ayudas sociales mientras sortean la escalada de precios

- J. R. NAVARRO PAREJA

Yuri llegó de Colombia en 2019. Huía de una difícil situación, junto con su marido y sus dos hijos, y solicitó asilo como refugiada. Sin papeles ni permisos, encontrar trabajo se convirtió en una quimera. «En esa situación de extrema vulnerabil­idad, la ayuda de Cáritas fue una bendición, se convirtió en mi mano derecha», explicaba ayer a ABC.

La primera ayuda fue de alimentos básicos. Una vez al mes recibe «leche, pasta, tomate frito, pollo, salchichas, yogures para los niños...», que se convierten en el principal aporte para la familia. Cuando William Ramón, su marido, consigue algún trabajo esporádico de albañil, la situación mejora un poco. Con ello pagan el alquiler y los suministro­s del pequeño piso en que están alojados.

En algunas ocasiones, Cáritas de Leganés también le ha ayudado con el alquiler. «El mes que llega el gas y la luz es que no llegamos. O pago los servicios, o pago el arriendo, o mis hijos no comen», explica Yuri. «No es algo habitual, pero algunos meses sí han tenido que ayudarnos, les estoy muy agradecida».

Ahora Yuri ha comenzado también con algunos trabajos esporádico­s que le llegan desde la bolsa de empleo de Cáritas. «Me llaman para ir uno o dos días a ayudar a una persona mayor o para reforzar una limpieza», cuenta. «Son trabajos puntuales, pero nos sirven para recoger algo de dinero». Le acaban de denegar el asilo, pero ha solicitado un recurso y se encuentra a la espera de que, por fin, se pueda legalizar su situación.

En distintas circunstan­cias, pero con la misma respuesta se encuentra Soledad. Tiene 50 años, es viuda desde hace ocho y vive de alquiler con sus dos hijos de 19 y 20 años. Uno de ellos estudia un ciclo y el otro busca trabajo. Desde hace cuatro meses ha tenido que recurrir a la ayuda de Cáritas en la diócesis de Getafe. Cada quince días acude a la parroquia para recoger una cesta muy similar a la de Yuri. «Pasta, legumbres, leche, patatas, huevos, un pollo, antes también aceite de oliva que ahora han cambiado por el de girasol...», hace memoria Soledad cuando narra su experienci­a.

Sin pensión ni orfandad

La vida de la familia de Soledad comenzó a complicars­e cuando murió su marido. Apenas había cotizado y no pudo optar ni a pensión de viudedad, ni a la orfandad para sus hijos. Sobrevivie­ron un tiempo con trabajos esporádico­s, pero «acabó llegando una orden de desahucio» y se tuvieron que ir a vivir con sus padres, «todos juntos en una habitación», dice.

Cuando mejoró un poco su situación, Soledad busco de nuevo un piso de alquiler. Quería que sus hijos tuvieran intimidad. «He trabajado desde los 17 años, pero casi siempre en negro y de forma esporádica», explica. Ahora, en los últimos meses, el trabajo escasea y ha tenido que recurrir a Cáritas. «Llegó un día en que no tenía nada para hacer la comida y la cena y me dijeron unos vecinos que bajara a la parroquia», añade.

«Me dieron una primera ayuda de emergencia y me pidieron que presentara papeles para justificar mi situación». Tras examinarlo­s, le dijeron que volviera cada quince días. Ahora, Soledad tiene un trabajo de jornada parcial de dos hora al día y ha comenzado a tener problemas con el pago del alquiler. «El asistente social del ayuntamien­to se portó muy ‘guarrament­e’ con nosotros cuando fuimos a pedirle ayuda», denuncia. «Las facturas de luz son abismales, debo varios meses y estoy con un pie en la calle», añade. En su próxima visita a Cáritas pedirá que le auxilien con estos gastos.

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// DE SAN BERNARDO Las colas del hambre que se forman ante entidades sociales en lugares como Madrid no dejan de crecer
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