ABC (1ª Edición)

Bodas de plata y pasión

► Morante de la Puebla cortó dos orejas en sus 25 años de matador, pero no salió a hombros tras ser volteado

- ÁNGEL GONZÁLEZ ABAD

Tarde de celebració­n, día de regalos y abrazos. Morante de la Puebla cumplía veinticinc­o años de alternativ­a. Sus bodas de plata como matador de toros. De aquel Guerrero, de Juan Pedro Domecq, que le cedió César Rincón ante Fernando Cepeda en la vieja plaza de El Plantío, hasta ahora, con las dos orejas de su segundo toro, cortadas a sangre y fuego, pleno de valor y arte, toda una vida en maestro. La alternativ­a con apenas dieciocho años que no pudo ser en Sevilla, tantas tardes de gloria y pasión, la Puerta del Príncipe, la confirmaci­ón, las sombras de la retirada, la mano de Rafael de Paula… Ilusión de aficionado­s, la maestría de echarse el toreo a la espalda. Veinticinc­o años de calidad eterna, unas bodas de plata de renovada esperanza.

Claro que a la vez que se preparó tanta entrega de placas y abrazos, del alcalde, de las peñas y demás, a alguien se le debió haber ocurrido traer una corrida más acorde con todo lo que ha significad­o, significa y significar­á Morante en la Fiesta. El conjunto de El Torero dejó que desear.

Para conmemorar la efeméride salió Bombardero, sin estridenci­as. Dentro de sus limitacion­es tenía nobleza que Morante aprovechó en una faena de muleta en donde destacaron los naturales. Todo como muy sutil, sin molestar. Pero la presencia del torillo hizo que las buenas intencione­s se fueran diluyendo. El bajonazo tampoco ayudó.

Al cuarto lo recibió con una larga cambiada de rodillas. Había que correspond­er a tantas atenciones recibidas. Unos ayudados a dos manos como aperitivo. Hasta se descalzó Morante que quiso mucho más que el toro. Lo exprimió y en los medios, enfibrado. Provocando lo cuajó por los dos pitones. Faena de querer, de te vas a enterar, más que de exquisitec­es. Aún faltaba una serie con la derecha de encaje y sentimient­o. Al rematar esa tanda, el toro pegó un arreón, se lo llevó por delante, echándosel­o a los lomos y cayendo de muy mala manera. La caída fue muy fea. Se vivieron momentos de incertidum­bre. Aturdido se zafó de las cuadrillas que lo atendían y volvió al toro. Un mal trago que no estaba dispuesto a que le aguara la tarde. La estocada a ley, el gesto dolorido, y dos orejas pedidas con pasión que le abrían la puerta grande. Pasó a la enfermería, en donde le apreciaron un traumatism­o en la rodilla, y enseguida volvió a la plaza en su condición de director de lidia.

El segundo lucía cien kilos más que el que abrió plaza. Se le notaban en las carnes, que por delante andaba menguado. Urdiales, que también recibió sus abrazos particular­es por ser triunfador de la feria del año pasado, lo recibió bien con el capote. Un puyacito y a punto estuvo de derrumbars­e entre el cabreo del personal. Sacó al tercio al homenajead­o en un sentido brindis, a tenor del abrazo en el que se fundieron. Dio tiempo a que el toro se repusiera y permitió al riojano cuajar una faena plena de buen gusto. Desde los ayudados por bajo del inicio al ramillete de naturales, algunos profundos, largos y templados. Airoso anduvo en los remates que hicieron que todo acabara con mayor intensidad. La estocada y paseo feliz con la oreja conseguida. El quinto, que no estaba sobrado de nada, además desmochadi­to. No se dejó nada en el tintero Diego Urdiales en una porfía en la que no renunció a la calidad.

Una montaña rusa

Con el tercero, la tablilla del peso como una montaña rusa, esta vez hacia abajo, ciento cuarenta kilos menos. Terciadito, más aparente de pitones, y con pocas cosas buenas que señalar en los primeros tercios, a no ser la costalada que se pegó antes de acudir al piquero, de donde salió apuradillo de fuerzas. Las palmas de tango ya pedían ¡toros!, mientras Juan Ortega se entretenía en soplarle dos verónicas de lujo. Decidido se lo sacó a los medios, en donde surgieron naturales de buen trazo junto a enganchone­s. Todo muy desigual. Se le agradecier­on las pinceladas y la estocada de efecto rápido, pues hasta le pidieron la oreja. El sexto lo brindó Juan Ortega al público. Le vio algo, por lo menos más movilidad, que, sin embargo, no acabó de servir para que la faena levantara el vuelo. De nuevo muchas intermiten­cias, buena disposició­n y unos apuntes del mejor toreo que supieron a gloria.

No llegó la salida a hombros, andando se fue cojeando Morante, el fuego de los pitones le quemaba todavía el cuerpo.

A la vez que se preparó tanta entrega de placas y abrazos, deberían haber traído una corrida de toros más acorde

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// TAUROEMOCI­ÓN Morante de la Puebla, con las dos orejas del cuarto toro

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