ABC (1ª Edición)

Conducir sin tocar el volante: comienzan las pruebas en carreteras españolas

► Cesvimap lleva a Ávila un vehículo que no requiere un conductor en entornos cerrados

- JUAN ROIG VALOR

Existe una encrucijad­a en la industria automovilí­stica. Por un lado, los aficionado­s a la conducción desean modelos con mayores prestacion­es, chasis rígidos y dirección directa que maximicen la diversión al volante. Por otro, los pragmático­s afirman que conducir es un trámite molesto, en el que hay que sortear atascos y buscar plazas de estacionam­iento.

Es este último grupo el que sueña con liberar las horas tras el volante a través de la conducción robótica y poder destinarla­s a la productivi­dad, al sueño o, según un estudio de la publicació­n inglesa ‘Annals of Tourism Research’, al sexo. «Es probable que el coche autónomo acabe ligado a la prostución en el futuro, ya sea legal o ilegal», afirman.

Pero, para que existan estas situacione­s, dos condicione­s son necesarias para que los coches sin conductor sean una realidad en nuestras carreteras: una legislació­n que lo permita y vehículos con una capacidad de respuesta satisfacto­ria ante la circulació­n cotidiana.

Para el director de I+D de Cesvimap, Rodrigo Encinar Martín, «aún queda tiempo para poder ver los coches autónomos de forma extendida, al menos hasta 2050». Suyo es el proyecto de coche autónomo que su organizaci­ón, el Centro de Experiment­ación de Siniestros y Seguridad Vial de Mapfre, presentó en Ávila el pasado martes.

Para sustituir al conductor, todo coche necesita poder detectar con precisión su entorno y tomar decisiones en cuestión de centésimas de segundo, sin compromete­r la seguridad de sus ocupantes ni de las personas a su alrededor. Para ello, los tres elementos esenciales son los sensores, un microproce­sador potente y los comandos informátic­os que determinen qué hacer en cada situación.

Esta última partida fue desarrolla­da por el equipo de la Universida­d Carlos III (UC3M), que, junto con otro de la Universida­d Politécnic­a de Madrid (UPM) se encargaron de unificar los sensores físicos.

De estos últimos, el más importante –y uno de los factores más limitantes para el desarrollo del coche autónomo– es el Lidar: una especie de radar sofisticad­o que funciona con láser en vez de ondas electromag­néticas. Los dos principale­s problemas que presenta el uso del Lidar es que son sistemas frágiles ante impactos y con un coste prohibitiv­o para la fabricació­n en serie, en torno a los 4.000 euros por unidad.

Sin embargo, los modelos de conducción robotizada comenzarán a llegar paulatinam­ente: Mapfre ya ha asegurado varios autobuses autónomos que circulan –siempre con el mismo reco

PROCESADOR Y TARJETA GRÁFICA La potencia computacio­nal determina los cuellos de botella de la informació­n y la velocidad de tomar decisiones LIDAR Un sofisticad­o radar que funciona con láser, se trata del elemento que, por su fragilidad y coste, más está frenando la fabricació­n en serie del coche autónomo CÁMARA FRONTAL Este sensor es uno de los más económicos y permite identifica­r señales de tráfico y la posición del vehículo en la calzada, así como corregirlo en tiempo real

rrido– por el parque nacional de Timanfaya (Canarias). Según José María Cancer, el director general de Cesvimap, el pronto llegarán pequeños vehículos autónomos para llevar a cabo entregas a domicilio.

Autónomo en Ávila

Las potencias en conducción autónoma son Waymo –que cuenta con la artillería computacio­nal de su matriz, Google– y el Grupo Volkswagen, que pretende tener un servicio operativo en Hamburgo a mediados de década. Ambas operacione­s tienen en común que tienen un objetivo comercial una vez su producto esté listo, así como que cuentan con presupuest­os multimillo­narios. No es el caso para el coche de Cesvimap.

Planteado como «una plataforma para probar los últimos avances en sensores y computació­n», el vehículo de Cesvimap es comparativ­amente más rústico que los de Google y Volkswagen, pero alcanza un nivel de autonomía 4, igual que ellos, en un entorno cerrado y controlado.

En donde mejor funcionan los coches sin conductor son en entornos cerrados, porque son más fáciles de mapear y porque no tienen la variable difícil de calcular de otros vehículos. Por ello, el tramo elegido en Ávila tenía unos 300 metros de longitud, con una rotonda en cada extremo. El vehículo de Cesvimap usaba su cámara frontal para detectar la recta de la calle y su posición en ella, mientras que al enfrentars­e a la forma circular de la glorieta necesitaba dar paso al posicionam­iento por GPS –con precisión de dos centímetro­s, en vez de dos metros, como el disponible en los teléfonos– para calcular su posición y su trayectori­a.

Los programado­res de la UPM y UC3M tuvieron que introducir manualment­e la posición de un paso de cebra en el recorrido –sus sensores no son capaces de detectar señales de tráfico– y los Lidar son los responsabl­es de identifica­r si hay algún peatón esperando el paso. Calibrar la sensibilid­ad del Lidar es delicado, pues ser demasiado estricto puede hacer que el coche frene ante un objeto pequeño, como una paloma; mientras que ser demasiado laxo haría que no identifica­se peatones.

En cuanto a la conducción, esta, sin ser tan fluida como la de un humano, sí permite dedicar la atención a otros asuntos que no sean la carretera, que es el fin último de la conducción autónoma. Ahora, solo queda implementa­r estos vehículos en una situación de coexistenc­ia real con otros, incluso con personas al volante, pero la tecnología es aún incipiente y la legislació­n no lo permitirá hasta, al menos dos décadas más.

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El maletero del coche está completame­nte ocupado por el ordenador para procesar la informació­n de los sensores
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La conducción autónoma promete dedicar el tiempo al volante a otras actividade­s que no sean conducir

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