Montero, cállate
La empoderada ministra fue vetada y no protestó. Debe aún mucha hipoteca
NINGÚN elemento del universo pone tan a prueba la condición humana como la moqueta. Todos los revolucionarios que asaltan el cielo sufren una descarga eléctrica en cuanto pisan la alfombra de un palacio. Irene Montero, la heroína feminista que llegó a ministra porque la puso su marido, quería cambiar el mundo. Pero entre unas cosas y otras se ha ido enredando y se le va a ir el toro vivo a los corrales. Pido perdón a sus camaradas animalistas por la metáfora facilona. En la rueda de prensa posterior al último Consejo de Ministros, los periodistas le hicieron cinco preguntas a la ministra de Igualdad, pero la portavoz, Isabel Rodríguez, le impidió hablar. Menos mal que el veto lo hizo otra mujer. Si lo hubiese hecho un hombre, a esta hora estaría destituido por su intolerable comportamiento machista, fruto de la sociedad heteropatriarcal excluyente, y le habrían inscrito en un taller de búsqueda de la feminidad masculina para corregir sus desmanes contra la sororidad. Al menos eso nos lo hemos ahorrado. Los periodistas, siempre tan malvados, querían saber la opinión de Montero sobre los últimos acontecimientos en la valla de Melilla, asunto que ha vuelto a poner de uñas a los dos partidos del Gobierno. Pero en las vísperas de la cumbre de la OTAN había que evitar el espectáculo: ««Si le parece a la ministra de Igualdad responderé a todas las cuestiones relacionadas con la valla», zanjó la portavoz. Traducción simultánea: Montero, cállate. Y la empoderada mujer calló.
Al día siguiente le preguntaron por qué había aceptado tal humillación. «Siempre me van a tener disponible para conocer mi opinión», contestó repetitivamente, casi como un papagayo, ante la insistencia de los reporteros. Es obvio que la revolución cuesta más cuando hay que pagar hipoteca y hay políticos que la abonan en cómodas cuotas de dignidad hasta dejar su saldo a cero. Pero lo más triste de Montero no es la sumisión, sino la traición a sí misma. «Siempre me van a tener disponible para conocer mi opinión, pero no se la voy a dar». Estos son mis principios, y si no le gustan, tengo otros... No se le puede negar su marxismo.