Libertad frente a decadencia
«La economía española necesita libertad a raudales en los mercados, y cuentas públicas saneadas para recuperar su crecimiento potencial; algo ya logrado en el pasado con agendas liberalizadoras como el plan de estabilización de 1959, la entrada en el Mercado Común en 1986 y en el sistema monetario del euro en 1999. A España, la libertad tanto política como económica siempre le ha sentado muy bien: es la hora de recuperarlas para el bien de la nación, toda»
EL Banco de España, con la seriedad y rigor que le caracteriza, ha dictado sentencia recientemente acerca de la marcha de la economía española durante el Gobierno de Sánchez: somos el peor país de la Unión Europea. Si hubiera añadido los equivalentes resultados negativos obtenidos por los gobiernos de Zapatero, el resultado final sería aún mucho peor.
Veamos los datos que avalan, al dúo Zapatero & Sánchez, como los gobiernos más nefastos de la historia contemporánea de España y seguramente también de Europa. En renta per cápita –la verdadera riqueza de las naciones–, los gobiernos socialistas del siglo XXI han consolidado estos inauditos y pésimos resultados: ni un solo año han conseguido que España creciera por encima de la UE, solo han registrado una creciente –y ya muy alarmante– divergencia con nuestros vecinos, mientras que el nivel de vida de los españoles se ha estancado durante sus mandatos.
En materia de empleo, es una evidencia empírica histórica que el socialismo –incluido el del siglo XX– cuando gobierna genera desempleo: todos sus gobiernos lo aumentaron, hasta consolidar a España como líder de desempleo del mundo civilizado.
En el tercer gran factor de la prosperidad de las naciones, las cuentas públicas, el déficit fiscal y el aumento sin fin de la deuda pública, son las grandes divisas socialistas; hasta situarnos al borde del precipicio financiero.
Hasta aquí un juicio sumarísimo del quehacer político socialista, que asombrosamente siguen sin tomar en consideración sus, aún menguantes, todavía numerosos votantes; ¿hasta cuándo?
Llegados a este punto, la cuestión esencial es: ¿cómo revertir la situación para regresar a nuestro brillante pasado de crecimiento y convergencia con la UE, con cuentas públicas saneadas?
Es muy raro que los analistas –incluso los más serios– de la economía española pongan de relieve nuestro problema más relevante que está en la base de nuestro pobre y decadente desempeño económico: nuestro muy bajo nivel de empleo, en relación con la población en condiciones de trabajar.
Los países más ricos del mundo, lo son sin excepción porque en ellos su nivel de empleo se sitúa –con Suiza y Holanda a la cabeza– entre el 55% y el 65%; en España viene oscilando entre el 44% y el 48%. Es decir, aquí trabajamos muchos menos, perdiendo así año tras año casi un 20% de creación de riqueza.
Pero además del número de empleados, es crucial su nivel de productividad, que determina el nivel salarial. El crecimiento del nivel de productividad del trabajo en España viene siendo en los últimos tiempos uno de los más bajos entre los países de la OCDE, junto con Italia y México.
Ante las evidencias planteadas, la pregunta consiguiente es tan simple como: ¿tienen remedio el gran desempleo y la baja productividad de nuestra economía? Y la respuesta es sí: desmontando las políticas que los propiciaron. Veamos cuáles.
Que haya poca gente trabajando en España es debido a una legislación de origen fascista empeorada con otra socialista, que restringe severamente la creación de empleo. Aquí, la libertad sindical fue sustituida en el nacimiento de nuestra democracia por un duopolio sindical subvencionado sin voto libre –y por tanto– secreto de los trabajadores, que ha visto crecer ilegítimamente su poder de obstrucción al libre ejercicio de la función empresarial con los consabidos resultados ya descritos. Incapaces de liderar los intereses mayoritarios de los trabajadores y sobre todo de las pymes, los sindicatos y sus liberados viven del Estado –no de las cuotas de sus afiliados–, anclados en la función pública y las grandes empresas, cartelizando las condiciones de trabajo de las mismas con convenios sectoriales que debieran ser perseguidos como delito contra la libre competencia. Un solo ejemplo ilustra muy bien nuestro disparatado mercado de trabajo: mientras que en países sin desempleo el trabajo a tiempo parcial alcanza en Holanda casi el 50% y en Alemania supera el 34%, en España se sitúa en un 14% y en la cola de la UE. El dogma social-comunista español considera que este tipo de trabajo –que declaran precario– no es digno de España, dando lecciones así a todos los demás países ricos en los que resulta ser la fórmula dominante de trabajo.
Además de trabajar pocos, la productividad es baja y su crecimiento, entre escaso y nulo. Así es imposible aumentar nuestros salarios y la renta per cápita consiguiente. Y, ¿por qué es tan baja nuestra productividad?: porque depende de la innovación tecnológica que a su vez está estrechamente vinculada a la competencia que procura la libre entrada y salida de los mercados; pero sobre todo al libre desempeño de la función empresarial. En España los obstáculos socialistas al libre mercado y las facilidades dadas al ‘capitalismo de amiguetes’ son determinantes de nuestros fracasos económicos.
Resulta evidente, por todo lo dicho, que la economía española necesita libertad a raudales en los mercados, y cuentas públicas saneadas para recuperar su crecimiento potencial; algo ya logrado en el pasado con agendas liberalizadoras como el plan de estabilización de 1959, la entrada en el Mercado Común en 1986 y en el sistema monetario del euro en 1999. A España, la libertad tanto política como económica siempre le ha sentado muy bien: es la hora de recuperarlas para el bien de la nación, toda.