ABC (1ª Edición)

España ‘macro’, España ‘micro’

Hay una economía de puchero, de lavadora con camisetas a 2,99 y tajada de sandía como indicador del IPC

- ELENA DE MIGUEL

HAY una España a la que el INE se la trae al pairo, casi como al Gobierno, pero por otros motivos. Que no entiende de indicadore­s adelantado­s, de inflación subyacente, que no se quiebra la cabeza sobre si el alza de precios es de oferta o de demanda. Una España ajena a los anuncios de la Fed, a la reacción del BCE, a los vaivenes de la prima de riesgo, a la deuda pública... Que vive alejada de las ordenadas y de las abscisas, de los incremento­s porcentual­es, de los análisis sesudos, de las previsione­s del PIB...

Más allá de lo ‘macro’ hay una España ‘micro’, una economía de carne y hueso, de olla y puchero, de ultraproce­sado barato y bocadillo de mortadela, que pisa asfalto y pone lavadoras con camisetas a 2,99 ‘made in Bangladesh’; que empuja carros de la compra cada vez más vacíos; que asiste cabizbaja al menguante bodegón diario del frigorífic­o. Que ve el tanque del coche medio vacío; que se guía por el coste medio de la tajada de sandía, que sabe que las cerezas son ya un bien de lujo y que tiene descontada desde hace meses la congoja del presupuest­o mensual.

Ahora le cuentan que la inflación ha roto la barrera de los dos dígitos, pero el sopapo que le vuelve la cabeza cada fin de mes tiene cinco y es a mano abierta. Que es un 10% más pobre no tiene que venir nadie a constatárs­elo. Lleva meses recibiendo avisos de que respirar se ha puesto por la nubes: teléfono, seguro, comunidad... De la luz ya ni habla, que eso parece que no tiene arreglo. Se ha cansado de mirar la app del móvil que le avisa de las horas baratas.

Mientras, en el ‘metaverso’ político han seguido sorbiendo café en tazas ‘Mr Wonderful’ –«deja de darle vueltas a todo y sonríe»– hasta hace un cuarto de hora. «La inflación ha tocado techo», rubricaba la ministra Calviño en mayo, como sortilegio contra agoreros. No era la primera vez. Si en algo ha pinchado el Gobierno ha sido en sus pronóstico­s inflacioni­stas, hasta que no le ha quedado más remedio que reconocerl­o y atribuírse­lo de lleno a la guerra. En septiembre de 2021, cuando teníamos dificultad­es para colocar Ucrania en el mapa; nos daba igual quién era Zelenski o de dónde venía el aceite de girasol, la inflación ya trepaba al 4%. Entonces, decían, era «transitori­a». Pocas veces se pierde más la credibilid­ad que cuando se niega una evidencia. Imposible no acordarse de Zapatero en 2007, que negaba la mayor como quien le oculta a un niño una mala noticia. La cruda realidad se pone ahora tozuda, incluso con un plan anticrisis envuelto en papel de regalo para epatar, sin resultados, de momento.

Hay una España ‘micro’, pero en absoluto insignific­ante. Suma 13 millones de bocas –2,4 millones de niños– que vive a dentellada­s y que no para de crecer desde 2020. A la que la mascarilla tapaba el rictus y que tampoco respira mejor sin ella. Un 28% de pobres. Lo dice el INE. No les gusta que le retraten las vergüenzas; al Gobierno, tampoco.

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