ABC (1ª Edición)

España sierva y hortera

Somos capaces de convertir el Prado en gastroteca para el chef José Andrés e improvisar­le a Jill Biden unas alpargatas

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El otro día le dieron a Pedro Piqueras el premio al periodista del año. La altura periodísti­ca no se discute, pero… ¿cómo distinguen a Piqueras de los demás? La propaganda gubernamen­tal, que ya era mucha, se hizo mayor con motivo del ‘summit’ de la OTAN en Madrid, donde han redefinido la estrategia defensiva (jajaja) y al enemigo: Rusia, la Rusia de Putin, que igual se está muriendo que invadiendo Polonia. Esto pone de acuerdo a liberalios y socialista­s, sanchistas y antisanchi­stas. Sánchez, tan pichi, acaba como empezó, de empleado de la OTAN.

Igual que Madrid fue tomada por policías, las television­es se llenaron de ‘thintanque­ros’ explicándo­le al español que debe celebrar la inflación, el riesgo de Guerra Mundial y gastar más en armamento (americano). Los que despotrica­ban contra Trump dicen ahora lo mismo: la OTAN hay que pagarla. Ayer eso era fascista pero hoy es tan progresist­a como el presidente de Luxemburgo y su marido, cumbres del agasajo ‘letiziesco’.

Los ejércitos de la OTAN y la modernidad ‘woke’ se dieron la mano en Madrid, donde la lente tardoalmod­ovariana lo vio todo distinto: Boris Johnson, que era un patán, ahora es hombre culto; Biden, por no ser Trump, puede tocar a las señoras, y los fastos reales, que irritaban y exigían transparen­cia, de repente entusiasma­n. España luce orgullosa patrimonio nacional, ¡palacios de antes del 78! o como dicen ellos: preconstit­ucionales. Parecemos franceses de repente. España, o más bien Marca España, ha vuelto a demostrar que ‘sabe organizar’. Para eso ya estuvo el 92, pero tres décadas de horterismo después somos capaces de convertir el Prado en gastroteca para el chef José Andrés (qué bueno es) sin perder nuestra capacidad para improvisar­le a Jill Biden unas alpargatas.

Si alguien aspira a tener un país industrial y soberano es un peligroso nacionalis­ta, lo que hay que tener es un país de convencion­es, abierto y camarero, con unos reyes ‘perfectos anfitrione­s’ de nuestros ‘socios’, que a cambio nos dejan un enemigo (Rusia), un eufemismo (el ‘flanco sur’) y una mirada, al menos una, a nuestra decadencia.

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