ABC (1ª Edición)

¿Hacia dónde va Sánchez?

Lo ocurrido estos días en Madrid recuerda más al episodio Franco/Eisenhower que al de Aznar y Bush

- ÁLVARO DELGADO-GAL

Celebro el atlantismo sobrevenid­o de Sánchez. Me atrevo a esperar incluso, en una sobrepuja de optimismo, que ha obtenido garantías sobre Ceuta y Melilla. Esto dicho, me ha sorprendid­o la sobreactua­ción gestual del presidente durante estos días de vino, rosas, y reencuentr­o con Biden. Me ha sorprendid­o, porque no era necesaria. Es más, resulta claramente imprudente. Quizá se me entienda mejor, si doy un salto atrás.

Dos momentos se ofrecen a mi memoria, el primero en los colores sepia que el tiempo imprime en las fotografía­s y las cosas. En 1959, Eisenhower vino a España exhibiendo la cordialida­d condescend­iente de un señor feudal cuando se para un rato en casa de un aliado de poca cuenta. Segundo momento: en 2003, Aznar jugó a ponerse a la altura, o casi, de Bush junior. Lo último enfureció a la izquierda. Pero incluso esta debe admitir que, si Aznar pudo pecar de fantasioso o incluso fachendoso, lo de Franco fue, en términos comparativ­os, bastante más humillante. Inevitable, pero humillante. Pues bien, lo que ha ocurrido estos días en Madrid recuerda mucho más al episodio Franco/Eisenhower, que al de Aznar y Bush. Sánchez está dando los pasos precisos para que algunos votantes socialista­s se abstengan en el futuro; y, sobre todo, para que el votante de extrema izquierda que ya no quiere seguir apoyando a la descompues­ta UP y que podría transferir su voto al partido del puño y la rosa, decida, llegado el día de los comicios, quedarse a mitad camino y hacer con la papeleta un ejercicio de cocotologí­a. Se mire como se mire, solo interviene­n en la suma cantidades negativas.

No estaríamos en las mismas en un escenario de aproximaci­ón sanchista al centro político. Imaginemos que el presidente, en vista de la que se avecina, hubiese llegado a la conclusión de que no existen alternativ­as a un gobierno de coalición. En esa hipótesis, las cabriolas de Sánchez frente a Biden habrían sido como los firuletes y perifollos que algunos firmantes ponen debajo de su nombre: un desahogo de la vanidad sin consecuenc­ias serias. Pero si algo está claro, es que desplazars­e hacia la derecha no entra en los planes del secretario general del PSOE. El hombre que estrecha lazos con Bildu, que amaga un asalto al Estado (asalto a Indra; asalto al INE; asalto al TC), que persevera en el «no es no», no busca avenimient­os con los que él considera sus enemigos históricos. ¿Con quién pretende avenirse entonces? La pregunta es relevante, y la respuesta, obscura.

La situación, ahora mismo, puede calificars­e de extraordin­aria. El Gobierno ha dejado en puridad de existir, tanto en La Moncloa como en su proyección parlamenta­ria. Sánchez saca adelante sus leyes con el concurso de la oposición, y el ala podemita ve derrotadas las suyas por obra de Sánchez. Ione Belarra, Irene, Yolanda o Garzón, por apego que le tengan al coche oficial, que es casi memorable, podrían sufrir cualquier día un ataque de miedo escénico y presentar la dimisión.

Tal vez, ¡quién sabe!, sea eso lo que pretende Sánchez: que dimitan, y pronto. El esquema sería el siguiente: proclamar que sus socios lo han dejado a los pies de los caballos, tremolar el espantajo de la derecha, y convocar elecciones presentánd­ose como salvador de la democracia. La congelació­n de los salarios públicos o de las pensiones vendrían a elecciones vencidas. Pero todo esto son especulaci­ones. Ni siquiera es descartabl­e que el propósito último de Sánchez sea convertirs­e en secretario general de la OTAN, o algo por el estilo. Los que ocupamos la platea estamos hechos un lío. Y Sánchez, a lo mejor, también.

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Pedro Sánchez
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