La liberación de Ortega Lara demostró que la vía policial podía vencer a ETA
► La operación de la Guardia Civil frustró la estrategia de la banda terrorista en el frente de presos ► La respuesta etarra, el secuestro y asesinato de Miguel Ángel Blanco, fue otro error que aceleró su final
La liberación por parte de la Guardia Civil del funcionario de prisiones José Antonio Ortega Lara, de la que ahora se cumplen 25 años, tras 532 días de un secuestro en condiciones inhumanas fue un durísimo golpe para la banda terrorista ETA con consecuencias que fueron mucho más allá de la resolución del caso. Este es el análisis que hacen a ABC altos mandos de la lucha contra el terrorismo de entonces, que sobre todo destacan una esencial: «Aquella operación demostró que con la vía policial se podía acabar con la organización».
Conviene recordar que por aquella época estaba muy en boga la teoría del ‘empate infinito’: el terrorismo se eternizaría y habría una sucesión sin fin de atentados y operaciones policiales de respuesta, más o menos contundentes pero que no serían suficientes para acabar con el fenómeno criminal. Para evitarlo, muchos apostaban por combinar la acción de las Fuerzas de Seguridad con mantener abierta una ‘vía de comunicación’ con el entorno político de ETA sin la cual, consideraban, no se podría acabar con la violencia etarra.
Ese análisis, además, se reforzaba por el hecho de que en aquella época la banda terrorista hacía alardes de su fuerza, ya que entre mayo de 1995 y el 2 de julio de 1997 llegaron a coincidir tres secuestros: el de los empresarios Cosme Delclaux y José María Aldaya, con un móvil económico y de aviso a todos los industriales del País Vasco para que financiasen a la organización, y el de José Antonio Ortega Lara, que buscaba exclusivamente cambios en la política penitenciaria del Gobierno de José María Aznar de los que debían beneficiarse sus presos. No demasiado alejados de ellos se perpetró el del industrial Julio Iglesias Zamora, también para sacar dinero con el que financiarse.
Las Fuerzas de Seguridad sabían que los dos de los empresarios se iban a solucionar tarde o temprano, bien por una actuación policial, que no se produjo, o por el pago del rescate exigido por lo etarras, que fue lo que sucedió. Sin embargo, Ortega Lara solo tenía una posibilidad de salir con vida del agujero en el que le mantenían: que fuera liberado, porque el Gobierno se negaba, como era su obligación, a ceder al chantaje. No podía hacer otra cosa, ya que sabía que si hacía lo contrario creaba un precedente que sería aprovechado en el futuro por ETA para conseguir objetivos políticos mediante su actividad criminal.
Balón de oxígeno
La larguísima duración del secuestro de Ortega Lara, que había coincidido con el de la última etapa del de Aldaya y la totalidad del de Delclaux, añadía presión al Gobierno, tanto desde el ámbito de algunos sectores de la opinión pública, que pedían al Ejecutivo que abandonara su inmovilismo por «humanidad», como de partidos políticos, en especial del mundo nacionalista, que siempre abogaba por esa ‘salida política’ a lo que llamaban «conflicto vasco».
La operación del 2 de julio de hace ya 25 años supuso un enorme balón de oxígeno para el Gobierno. Pero no solo eso; las terribles imágenes de Ortega tras su liberación, y los detalles del cautiverio, hicieron girar el sentido de esa presión social, esta vez en contra de los cómplices políticos de ETA.
Pero más allá de eso, ETA, que se sentía fuerte ante el Estado, comprobó cómo las Fuerzas de Seguridad, en este caso el Servicio de Información de la Guardia Civil, le había doblado el pulso. Y demostraba además al Gobierno que la vía policial era suficiente para acabar con el terrorismo. «Por supuesto, para los que estábamos en la lucha contra la banda, también supuso una extraordinaria inyección de moral. Nosotros sí creíamos que podíamos desmantelar la organización, pero necesitábamos además que lo asumieran los partidos políticos, el poder judicial y Francia, que tenía que colaborar con mucha más intensidad con España».
En la sociedad, además, caló ese mensaje y tras la operación de Mondragón la Guardia Civil –también la Policía, por extensión– fue mucho más reconocida por los ciudadanos: «Esos días la gente veía uno de nuestros coches y lo aplaudían de forma espontánea», recuerdan las fuentes consultadas por ABC.
Aún hubo más consecuencias de aquella brillante operación. La liberación del funcionario de prisiones supuso un «fuerte golpe a la capacidad operativa de ETA, porque no solo perdió un comando de mucha importancia para su estrategia sino también infraestructura clave, como era el zulo de la nave de Mondragón en el que ya había estado secuestrado antes Julio Iglesias Zamora y a buen seguro volvería a ser utilizado en ocasiones sucesivas.
También ese golpe policial provocó la ruptura de la estrategia de la banda en una materia muy sensible, como era el ‘frente de makos’; es decir, todo aquello que afectaba a sus presos. Para ETA siempre se ha tratado de un asunto de la máxima sensibilidad porque sabía que si perdía el control sobre ese colectivo su apoyo social quedaría dañado de forma irreversible, y como consecuencia de ello su capacidad de actuación. La liberación de Ortega Lara, por ello, era una humillación para ellos porque suponía perder una herramienta de presión de primer nivel.
No acabaron ahí las consecuencias. La banda, dolida como pocas veces antes, necesitaba dar una respuesta rápida y contundente. Y cometió un error estratégico de primer nivel, además de por supuesto, y más importante, trágico: secuestrar y asesinar a un concejal del PP, en este caso Miguel Ángel Blanco, de Ermua. Ya antes la dirección de ETA había pedido a sus comandos una acción de este tipo, pero estaba claro que aquella salvajada era resultado de su estupor por el caso Ortega Lara.
La sociedad, la española en general pero la vasca en particular, ya muy sensibilizada porque apenas quince días antes había visto las durísimas imágenes de Ortega Lara recién salido del zulo, no aguantó más y decidió plantar cara al terror y a sus cómplices allí donde éstos se creían más fuertes: en la calle. Por primera vez eran los proetarras los que tenían miedo y las Fuerzas de Seguridad, en una imagen hasta entonces inédita, no tenían que proteger a las víctimas, sino a los verdugos...
La reacción social contra el terrorismo y sus cómplices obligó al PNV a acercarse a los demócratas; solo un año después pactó con ellos
Papel del PNV
El PNV ya no pudo mirar a otro lado y se tuvo que sumar sin medias tintas al bando de los demócratas, abandonando el frente nacionalista. Acababa de nacer el espíritu de Ermua, y también el Foro de Ermua, en el que un grupo de intelectuales trabajaron con resultados extraordinarios para quitar toda legitimidad ideológica y moral al terrorismo y sus cómplices. El espíritu de Ermua no duró mucho. Solo un año después, en septiembre de 1998, el PNV firmó el pacto de Estella con el independentismo, incluida Batasuna, brazo político de ETA, en el que se abogaba por la «solución política» del conflicto...
Aún se abrió otro escenario, pero éste en el ámbito interno de la Guardia Civil. Los responsables políticos estaban infinitamente agradecidos por el trabajo que se había hecho, que les había supuesto un alivio muy importante en un momento de presión ambiental fuerte. Se acercaron al Servicio de Información y por supuesto tuvieron que preguntar aquello de «¿necesitáis algo?». Y claro que había necesidades importantes en el ámbito de los medios técnicos y humanos para la lucha contra el terrorismo. El Gobierno no podía mirar a otro lado en esas circunstancias y la modernización fue evidente. La Benemérita se lo había ganado con su trabajo.